Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel de nombre María, en belén en el tiempo del rey Herodes el grande y de César Augusto I, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre. Que ha “salido de Dios” (Jn 13, 3), “bajo del cielo” (Jn 3, 13; 6, 33) y “ha venido en carne” (1ª Jn 4, 2), una carne como la nuestra: de oficio carpintero, predica la conversión y el Reino de Dios, funda su Iglesia sobre una Roca (Pedro) y promete que el mal no la destruirá jamás, muere crucificado en Jerusalén por su amor hasta el extremo a todos los seres humanos, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio. Resucita al tercer día, venciendo así a la muerte y convirtiéndose en fuente de vida eterna para todos los que creen en Él; y se queda sacramentalmente con sus discípulos todos los días hasta el fin del mundo. (Catecismo de la Iglesia Católica n. 423)Jesús-riendo-con-María

Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel de nombre María, en belén en el tiempo del rey Herodes el grande y de César Augusto.

Jesús nació en el pueblo judío, el pueblo elegido por Dios para dar su salvación a todas las naciones (cf. Jn 4, 22): su nacimiento había sido anunciado por la Ley (cf. Dt 18. 15) Y por los profetas (cf. Is 7, 14). Su nombre significa «Dios Salva» y fue el mismo Arcángel Gabriel Quien -por mandato de Dios-le dio el nombre a María su Madre, Jesús nace en Belén porque así lo había anunciado Dios (cf. Mi 5, 1-3), es la ciudad del Rey David a Quien el Señor promete un Mesías, un salvador. Y así se cumple la profecía, porque Dios es fiel a sus promesas.

Es el Hijo eterno de Dios hecho hombre. Que ha “salido de Dios”, “bajo del cielo” y “ha venido en carne”, una carne como la nuestra.

El Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad, no quiso ser un Dios lejano, sino que para cumplir la voluntad de su Padre “se hizo hombre”, tomó una carne como la nuestra para poder “Tomar nuestras debilidades y cargar con nuestras enfermedades” (Mt 8, 17).

El Hijo de Dios al hacerse hombre, toma forma de esclavo y así aparece en su porte como hombre: siendo Dios sin dejar de ser lo que era se hace hombre verdadero (cf. Fil 2, 6-7). Él no sigue el camino de Adán que codició ser como Dios, sino que siendo Dios se hace hombre por el camino de la obediencia y de la humillación hasta la muerte en la Cruz, para salvarnos.

De oficio carpintero, predica la conversión y el Reino de Dios.

En la antigüedad lo más normal era que los hijos aprendieran el oficio del padre y como San José, que era el padre adoptivo de Jesús, era carpintero, él también lo fue. Gracias a Jesús, el trabajo humano adquiere una nueva dimensión: santifica al hombre y con él, se une también a la obra de la Redención de Jesucristo. Después de ser bautizado por Juan en el Jordán (cf. Mc 1,9-11: Mt 3, 13-1 7; Lc 2. 21-22), Jesús empieza su predicación anunciando que: «El Reino de Dios estaba al alcance de la mano y que había que convertirse» (cf. Mc 1, 15; Mt3, 2). El Reino de Dios tiene 3 dimensiones: La primera, es que Jesucristo es el Reino de Dios. La segunda es la presencia de ese Reino en el corazón de todos los que creen en Jesús. Y por último el Reino de Dios también es la Iglesia ya que ella es el Cuerpo de Cristo (cf. Ef 5, 23). La conversión produce un cambio de mentalidad, es tener en nosotros la «mente de Cristo» (cf. 1ª Cor 2, 16).

Funda su Iglesia sobre una Roca (Pedro) y promete que el mal no la destruirá jamás.

Jesús escogió a 12 discípulos, como 12 fueron las tribus de Israel con las que Dios estableció su Alianza y fundó una nación santa y sacerdotal (cf. Ex 19, 6); ahora el Señor Jesús con 12 pilares funda el nuevo pueblo de Dios: Su, Iglesia, y la va a purificar y santificar con la Nueva Alianza sellada con su Sangre en la Cruz. Y al fundar una Iglesia con un vicario que le representara y que fuera nuestro punto de referencia en la fe y en la moral, hizo realidad esta promesa, con la Iglesia católica y en la Iglesia católica, Jesús está con sus discípulos siempre.

Muere crucificado en Jerusalén por su amor hasta el extremo a todos los seres humanos.

Jesús tuvo que cargar sobre sí los pecados de todos, su alejamiento de Dios como diría San Pablo: “A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser santidad de Dios en Él” (2ª Cor 5, 21). Ahora a nosotros cristianos nos queda, de manera personal, vivir como lo dice San Pablo: “Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 19b, 20).

Resucita al tercer día, venciendo así a la muerte y convirtiéndose en fuente de vida eterna para todos los que creen en Él.

La Resurrección de Jesús no es obra humana y consistió en que el cuerpo y el alma humanos de Jesús, se vuelven a unir en la única persona de Jesús, una persona divina: El Hijo eterno del Padre. El cuerpo con el que resucita Cristo es el mismo en el que se encarnó, el mismo con el que fue crucificado, pero no es lo mismo: Su cuerpo es glorioso, es decir, está penetrado de su divinidad y ya no está sujeto ni al tiempo, ni al espacio, Jesús conserva las llagas de la Cruz, para mostrar que el Crucificado ha Resucitado y es el mismo (cf. Jn 20, 27).

Se queda sacramentalmente con sus discípulos todos los días hasta el fin del mundo.

Los sacramentos son ritos litúrgicos instituidos por Jesús, como canales para dar su salvación eficazmente al mundo. El término sacramento en latín traduce la palabra bíblica griega «misterio» (cf. Ef 5. 32). Estos «misteriosos» canales de la gracia de Jesucristo son 7:

Bautismo: Es el sacramento que realiza eficazmente el nuevo nacimiento en Cristo: «el que no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3, 3-5) y nuestra incorporación en la vida divina, en la vida eterna, la vida de la Trinidad (cf. Mt 28, 19).

Confirmación: Es el sacramento que perpetúa y fortalece la gracia de Pentecostés, de la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia (Hch 2, 1-4), esto se realiza por la imposición de las manos y la unción con el Santo Crisma (Hch 8,14-17; Heb 6, 2).

Eucaristía: Es el sacramento en el que se hace presente el cuerpo y la sangre de Cristo bajo las especies o apariencias de pan y vino, así como Jesús mismo lo instituyó en la última cena (cf. Mt 26, 26-29: Mc 14. 22-25; Lc 22, 14-23; 1ª Cor 11. 23-25).

Confesión: Es el sacramento del perdón, Jesús resucitado dio su Espíritu a los Apóstoles, y con ellos a los ministros del Perdón (sacerdotes válidamente ordenados en la Iglesia católica) para que «perdonaran y retuvieran los pecados con su poder» (cf. Jn 20, 22-23).

Unción de los enfermos: Es el sacramento de sanación y de preparación a la muerte, sanación que Jesús confió a los Apóstoles. Quienes «ungían con aceite a muchos enfermos y se curaban» (Mc 6, 7. 12-13).

Matrimonio: El sacramento que eleva y enriquece la unión entre hombre y mujer haciéndola un signo vivo de la unión entre Cristo y su Iglesia (cf. Ef 5, 21-33: Ap 19, 6-8). Es unión indisoluble y exclusiva, porque «lo Que Dios unió que no lo separe el hombre» (cf. Mt 5, 32: 19, 1 -9: Lc 16, 18; 1ª Cor 7, 10-11).

Orden Sagrada: Es el sacramento del ministerio unido a Cristo Cabeza de la Iglesia, que capacita a los ministros a actuar «en- personando a Cristo”, en la persona de Cristo. Ellos son los encargados, de manera especial de predicar la Palabra de Dios (Hch 20, 28¬32) y celebrar la Eucaristía (1ª Cor 11, 23-25).

Opus Christi Salvatoris Mundi
Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo