De esta hermosa devoción se hallan vestigios desde los primeros siglos del cristianismo, empezando por Oriente y extendiéndose después por Occidente. En los siglos IV, V y siguientes encontramos panegíricos del Santo predicados por Doctores y Santos Padres de la Iglesia, como son, entre otros: San Agustín, San Jerónimo, San Juan Crisóstomo, y les siguen San Epifanio, San Bernardo, San Bernardino de Sena, el célebre Juan Gersón místico, canciller de la Universidad de París, etc. y en nuestro siglo de Oro hallamos a la gran doctora española Santa Teresa de Jesús, que, movida de su amor al insigne Patriarca, logró adelantar en la Iglesia de Dios esta devoción en su honor.
Esta Santa que puso a varias de sus fundaciones el nombre de San José, y en todas colocó su imagen, dijo: «No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. A otros santos parece que le dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; de este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas». (A continuación trascribiré lo que dice en su Vida de San José).
En el siglo XV ya se celebra con solemnidad en muchas diócesis, y desde el siglo XVI aparece en Occidente como fiesta de guardar. Los principales promotores del culto a San José fueron desde entonces los Carmelitas…
Hemos de reconocer que reinó bastante oscuridad sobre el culto de San José hasta el siglo XV, y, sin duda, en la edad antigua se explica este silencio providencial acerca del santo por el temor de que los gentiles y herejes tomaran pretexto del culto de San José para creerle padre natural de Jesucristo.
Los últimos Papas, especialmente, han contribuido en gran manera al florecimiento del culto a San José. Desde Pío IX que en 1870 proclamó al santo Patriarca «patrono de la Iglesia universal» hasta Juan Pablo II no han cesado de exaltar su noble y gran figura, y si hubiéramos de recoger cuanto han dicho de él tendríamos para hacer un libro mayor que el presente.