1º María y la agonía de Jesús. -Mira a aquel grupo de piadosas mujeres que junto a la Cruz, quieren acompañar a Jesús en su muerte. -Es sin duda, la mayor prueba de amor a Cristo, seguirle hasta la Cruz…, crucificarse con Él…, morir con Él. -Entre todas ellas, la Capitana y modelo, es la Santísima Virgen. -Quizá sin Ella, no se hubieran atrevido las demás mujeres a subir al Calvario…, quizá no hubieran tenido valor para asistir a aquella espantosa escena… María, con su ejemplo, las alienta y sostiene… ¿Por qué tú, en tus sufrimientos, no miras a María para aprender de Ella a estar al pie de la Cruz?
Entretanto, Jesús ha entrado en su última agonía. -Poco tiempo le queda ya, y lo quiere aprovechar para cumplir, como siempre, a la perfección, con todas las obligaciones de su oficio: Es Rey y desde la Cruz reparte coronas eternas, como lo acaba de hacer con el buen Ladrón. -Es Pontífice y Sacerdote Sumo, y por eso ruega por sus enemigos y pide y otorga perdón, de sus pecados. -Es Hijo de María, y como hijo mira por Ella, no abandonándola en aquella hora. -Es Maestro y mira por el discípulo fiel que allí está… y hasta por todos los demás que cobardemente le abandonaron.
¡Qué ejemplo el de Cristo!… En esos momentos de dolor…, de sufrimiento inaudito…, de crucifixión y de muerte…, cuando ya puesto en agonía parece que sólo debía acordarse de Sí mismo… es cuando mira por todos y se acuerda de todos. Compara tu egoísmo con esta caridad tan desprendida… ¿Qué haces tú en tus enfermedades…, en tus dolores…, en tus aflicciones?… Buscar consuelos, quejarte de que no te atiendan, etc.
Además, aprende la fidelidad a tus obligaciones… Ni siquiera entonces Jesús se dispensa dé cumplir con sus deberes… ¡Qué vergüenza! Cuántas veces la más ligera indisposición, una pequeña molestia, ya es suficiente para abandonar tú los tuyos…
2º «He ahí a tu hijo». -Fue entonces cuando Jesús, mirando a su Madre, dice estas palabras señalando a San Juan y en él a todos nosotros. Penetra en el corazón de la Virgen y contempla el estremecimiento de dolor que sintió al escucharlas… ¡Pobre Madre! ¡Cuánto sufre!… Aquellas palabras son ya una despedida. -Jesús se va y… para siempre…; por eso esas palabras son un adiós supremo a su Madre… Jesús, que era su vida y su todo, va a desaparecer…, lo va a perder no como cuando era niño para volverlo a encontrar, sino para siempre en este mundo… Ya será una madre sin hijo…; ya todo se desvanece en su corazón…
Pero Jesús la da un hijo nuevo: «He ahí, desde ahora, a tu hijo»… Mas esto: lejos de consolarla, la atormenta más Una madre no quiere por hijo más que al suyo verdadero…, no lo cambia ni por nada ni por nadie… Pero mucho menos cuando hay tanta diferencia de un hijo a otro… Juan era el discípulo fiel y amante, pero, al fin, era el discípulo, y su Hijo era el Maestro… Juan era hijo del Zebedeo, y su Hijo era el Hijo de Dios… Juan no era su Jesús.
Finalmente, Ella ve que con Juan, y, con el mismo derecho que él, se la dan por hijos atados los discípulos…, los cobardes, los egoístas, que en el momento supremo huyen y dejan solo al Maestro…, y además, a todos nosotros…. ¡Vaya una herencia que la deja Jesús!… ¡Qué carga tan pesada!… ¡Qué maternidad más humillante! -Mira a tu corazón, compárale con el de Jesús y comprende el dolor de María en este cambio.
Sin embargo, no lo rechaza~ -Para ser Madre de Dios, se la pidió su consentimiento… Jesús, no la pregunta si quiere o no, ser Madre nuestra… Conoce su corazón y la basta… No duda en cargar sobre Él, este peso de ser Madre de todos los pecadores. -Mira tú, la humildad de María, repitiendo con inmenso dolor al pie de la Cruz, las palabras que un día dijera con inefable alegría: «He aquí la esclava del Señor… Hágase en mí según tu palabra»…, y así acepta todo lo que el Señor la envía. -¡Ah!, si siempre dejáramos a Dios libres las manos, para que dispusiera a su voluntad de nosotros, y aceptáramos todo lo que Él amorosamente nos manda…, ¡cuánto sería el adelantamiento en nuestra santidad!…
3º «He ahí a tu Madre». -Todo 10 que tienen de penosas y dolorosas las primeras palabras para María, tienen de dulces y consoladoras para nosotros las segundas. -Ya tenemos Madre… y ¡¡qué Madre!!…, y Madre para siempre, sin que nadie nos la pueda quitar.
Dios ha puesto en el mundo a la madre, para que sea la encarnación más expresiva de su Providencia… Él hombre necesita de madre… La mayor desgracia terrena que nos puede ocurrir, es perder la madre… Sin ella todo es triste…, todo vacío…, nadie puede llenar el puesto y suplir a una madre.
Jesús se abrazó en la Cruz con todas las penas, hasta la separación de su Madre, pero te la dio a ti para que nunca te falte. -Y esta Madre bendita, nunca falta… ¡Cuánta verdad es esto!…, sobre todo cuando perdida la madre de la tierra, se siente más la necesidad de su maternidad. -¡Cuando podremos agradecer a Jesús lo que nos dio al pie de la Cruz!… ¡Qué generosidad la suya!… Al ladrón le da un Reino, a nosotros ¡su propia Madre!… ¿Qué sentiría San Juan al escuchar esto? -Él Calvario se le convirtió en un Paraíso. -¡Qué bien le pagó Jesús su fidelidad en amarle hasta la Cruz! -Subió al Calvario como discípulo… y bajó como hijo de María… y hermano de Jesús… ¡Con qué gozo entraría en posesión de esta herencia tan rica…, que ni en el Cielo la tiene Dios mayor!
Y eso te lo puedes tú aplicar. -¡La Madre de Dios es mi Madre!, puedes decir. -Y como la palabra de Dios es eficaz, hace lo que dice, María es, en verdad, tu Madre y te ama con un amor igual al de Jesús. -Tú también debes ser de verdad, hijo de María…, pero para eso has de amarla como Jesús la amaba… ¿Es así? –Tienes obligación de parecerte a Jesús para ser digno hijo de tal Madre…, para ser hermano suyo…, pues es natural que los hermanos sean parecidos. -Compárate con Jesús… y con humildad y vergüenza pídele perdón de las veces que no has amado a la Madre de los dos…, que la has deshonrado con tu conducta… y pide a esta Madre, que aunque alguna vez te olvides de ser su hijo…, Ella no se olvide de que es tu Madre y nunca te abandone…
Ildefonso Rodríguez Villar
Puntos breves de meditación
sobre la vida, virtudes y advocaciones litúrgica
de la Santísima Virgen María
26ª edición, Valladolid, 1965