Obra Cultural
El clan Kennedy, con sus éxitos y sus tragedias, con su fortuna fabulosa y la «nueva frontera» de John, la gran víctima de Dalias, con Robert Kennedy, también asesinado, con Marilyn Monroe y Mary Jo Kopechne, en la misteriosa muerte allá en Chappaquiddick, ofrecen pábulo incalculable a la fabulación, a la calumnia y a la historia. Pero las memorias de Rose
Fitzgerald Kennedy, en la cumbre del venerable de su vida, nos regalan secretos a voces, aptos para sembrar bien a los hombres de todas las naciones.
Es realmente ejemplar que una mujer americana, que ha conocido la rosa de los vientos de todas las bienandanzas mundanas y los resortes de las máximas ambiciones de poder político para los suyos, defina así la existencia y la orientación de la personalidad en su más íntima y suprema categoría: «He llegado a la conclusión de que el elemento más importante de la vida humana es la fe. Si Dios decidiese quitarme todos los dones que me ha otorgado -la salud, la habilidad física, la riqueza, la inteligencia-y dejarme sólo uno, pediría que me dejase la fe. Porque con fe en Él, en Su bondad, en Su misericordia, en Su amor por mí, y con fe en la vida perdurable, creo que podría sufrir la pérdida de todos los otros dones, y aun así ser feliz, tener confianza y dejarlo todo en manos de Su inescrutable Providencia. Cuando inicio mi jornada con una oración consagrándome a Él con completa entrega y confianza, me siento perfectamente tranquila y feliz, sin que importe el accidente que el destino pueda arrojar sobre mí, porque sé que forma parte de Su divino plan y sé que Él se cuidará de mí y de aquellos a quienes amo. Para mí la fe significa la conciencia de que Dios existe, no como objeto de experiencia espiritual, experiencia que me afecta personalmente… Aunque enseñamos a nuestros hijos en edad muy temprana lo que llamamos las verdades de la fe, todos ellos, en algún momento de su desarrollo como seres humanos, han de rezar por el don de la fe, han de aceptar personalmente el don de la fe y acariciarlo como algo propio… Oigo a veces a gente golpeada por alguna tragedia abrumadora -por ejemplo, un niño subnormal o la pérdida de un ser amado-, y cuando escriben están muchas veces muy cerca de la desolación. Naturalmente soy muy sensible a este dolor, y procuro consolarles lo mejor que puedo, aunque es muy diferente cuando uno conoce el asunto sólo por las escasas palabras de una carta desoladora. Luego, les digo Que, según mi propia experiencia, considero que uno debe acudir a Dios con fe, sabiendo que su amorosa bondad nunca nos abandona y que su Providencia jamás permite que caiga sobre nosotros una prueba superior a nuestras fuerzas. Si somos capaces de creer de verdad en su presencia y en su bondad, jamás nos sentiremos ni solos ni olvidados».
Rose Fitzgerald Kennedy demuestra que las devociones populares -«la participación en la sagrada liturgia no agota toda la vida espiritual», afirma el Vaticano II -no significan domesticar la espontaneidad del alma creyente, sino los cauces inspirados por el Espíritu Santo para llevarnos a la vida divina. Rose Fitzgerald Kennedy pondera así la plegaria evangélica del Rosario: «El Rosario me ha ayudado a llevar una vida feliz dedicada al amor de Dios y al bien de mi familia y de mis amigos, y al bienestar de mis vecinos. El Rosario puede ser para algunos un símbolo estúpido, pero para mí, me da calor, confianza, serenidad, un sentido de comprensión de la Madre Divina, porque he hablado con Ella toda la vida». La misma Rose Fitzgerald Kennedy carga su acento sobre la oración mental, en la línea de los místicos: «Otra de mis prácticas es la meditación, del cardenal Newman, que siempre me aporta consuelo cuando estoy desanimada o me encuentro ante un dilema desconcertante, ante una serie de acontecimientos que parecen inesperados e innecesarios».
Es la misma Rose Fitzgerald Kennedy quien proclama la fortaleza que recibe del recuerdo, hecho pensamiento y amor, de la Pasión de Jesucristo. Nos dice exactamente: «Una gran fuente de inspiración es mi devoción al Vía Crucis. Es decir, las catorce estaciones que representan acontecimientos de las tres últimas horas de la vida de Nues tro Señor antes de su muerte… Repito sus palabras una y otra vez… Cuando muere, yo pienso en mis tres hijos en sus últimos momentos, en sus misiones finales, emprendidas en beneficio de la humanidad, y
bajo mi cabeza silenciosamente resignada a la sa.wada vol~ntad divi na. Pienso en mi hijo mayor, Joe, cuando su aVlon estallo sobre el canal de la Mancha. Me acuerdo de cuando me arrodillé desolada ante el ataúd de John en la rotonda de Washington, y lloro de nuevo al recordar el cortejo fúnebre de Bobby, en Nueva York, presidido por Ethel y sus hijos… Adquiero fuerza y valor renovados con el pensamiento de qtJe, al igual que Jesucristo de entre los muertos, mi marido v mis hijos resucitarán algún día, y todos juntos seremos felices y jamás nos separaremos. Mi ánimo se alegra y mi corazón se regocija, y doy gracias a Dios por mi fe en la Resurrección».
En la hora de la crisis de los sucedáneos de la Ilustración. -con su racionalismo, marxismo y totalitarismo- y el romanticismo -con su individualismo libertario y vitalista-, Rose Fitzgerald Kennedy, con sus memorias nos alivia y señala el camino. Por encima de la «crono-latría»-adoración del tiempo en que nos sumergimos, como lo calificó Maritain-, Rose Fitzgerald Kennedy nos hace pan y aliento para la vida lo que paradójicamente supo descubrir Chesterton: «La Iglesia Católica es la única cosa que preserva al hombre de la esclavitud degradante de ser un hijo de su tiempo». O sea, que resulta verdad la eterna palabra de Cristo: «Sin Mí nada podéis hacer». Este mensaje, revivido en la femineidad gloriosa de Rose Fitzgerald Kennedy, es lo mejor que su dinastía nos aporta en este mundo desgarrado. ¡Palabra!
Rose Fitzgerald Kennedy nos da una gran lección de vida humana. No somos minerales, ni vegetales, ni animales, ni siquiera meros animales racionales. Además del cuerpo, tenemos un alma elevada por Jesucristo, con su Redención, a ser hija de Dios, y esto se palpa y se vive en la fe. Cuando se pierde la fe, siempre es por culpa propia. Y la persona sin fe, se reduce a mera animalidad y cúmulo de absurdos. Pero la fe hay que alimentarla, cuidarla, acrecentarla. Rose Fitzgerald Kennedy nos recomienda el Rosario, el Vía Crucis, la meditación de libros que profundicen en el Evangelio. ¿Tienes fe? Cultívala con la oración, el Vía Crucis, la meditación bien hecha. El mismo Rosario bien meditado, es una oración excelentemente bíblica, moderna y fácil.
Era la oración predilecta de San Juan XXIII. En definitiva, es verdad lo de los versos tan conocidos:
Yo, ¿para qué nací? Para salvarme.
Que tengo que morir es infalible.
Dejar de ver a Dios y condenarme
triste cosa será, pero posible.
Posible, ¿y río, y duermo, y quiero holgarme?
Posible, ¿y tengo amor a lo visible?
¿Qué hago, en qué me ocupo, en qué me encanto?
Loco debo de ser si no soy santo.
La única cosa que perdurará en toda la historia es la salvación o la perdición del alma. Trágico final para el que ha desperdiciado su talento, sus cualidades, su tiempo, muriendo en pecado mortal. Feliz el que como Rose Fitzgerald Kennedy ha sabido descubrir, sin farsas, que la fe es el único capital que nadie nos puede robar y que hay que mantenerlo con el Rosario, el Vía Crucis y el Evangelio profundizado.
“EL QUE REHÚSA ENTRAR AL SERVICIO DE MARÍA MORIRÁ EN PECADO», enseña San Buenaventura. Y amar a la Virgen se demuestra con detalles. El mejor de todos: vivir siempre en gracia santificante. Y ayuda mucho y para la hora de la muerte, rezar cada mañana y cada noche las TRES AVEMARÍAS.