Ateísmo-Hoy
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Fe Católica-Ediciones, Madrid, 1978
Presión social de la propaganda antirreligiosa.
La propaganda antirreligiosa es un fenómeno gigantesco, cuya densidad y tenacidad desde el siglo XVIII habría que tener en cuenta para entender su efecto acumulado. Su magnitud en el siglo XIX y primeros decenios del XX es difícil de imaginar para nosotros, no sólo por el despliegue ruidoso de medios sino porque -no se olvide-esa propaganda iba entonces impregnada de un prestigio que, si es pseudo-científico para los verdaderos conocedores de la Ciencia, era «científico» para las masas. La siembra del siglo XIX es factor decisivo del ateísmo contemporáneo. Recordemos sucintamente algunos hechos de bulto:
Difunden ateísmo, o irreligiosidad que es su equivalente práctico, los autores racionalistas y materialistas del siglo XVIII y sus protectores regios; la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert…
Difunden ateísmo muchos positivistas del siglo XIX (Littré antes de su conversión y otros); los cientistas que presentan una interpretación atea de las ciencias naturales, de la Evolu-: ción, etc. A fines del siglo enorme divulgación popular del Monismo materialista, que invade todavía los primeros años del siglo XX (cf. los autores citados en la nota 20 *). Proliferan las Sociedades Monistas, dedicadas a la propaganda de la Causa, creándose todavía algunas en los años 1906, 1911. ‘De «Los enigmas del universo» de Haeckel (1899) se hicieron ediciones por todas partes, con más de 500.000 ejemplares; «Fuerza y materia» de Büchner, llamada Biblia del 1>.1aterialisIDO, contaba ya en 1904, 21 ediciones en distintas lenguas. En España la Liga de Librepensadores funda en 1900 las «Escuelas Modernas», caracterizadas por su anticlericalismo agresivo y por la propagación, en ediciones populares, de las obras de Voltaire, Nietzsche, Spencer y Darwin, tendentes todas ellas a la destrucción de la fe religiosa del pueblo.
Difunden ateísmo los críticos del origen del Cristianismo de la especie de Strauss, y también del tipo de Renan… (Por cierto, ninguno de estos autores lamenta ni aduce los «defectos morales» de los cristianos o el anticlericalismo como causa del ateísmo. Es fácil comprobarlo en sus publicaciones: apelan a la «ciencia», a la supuesta superación de los mitos; tratan de persuadirnos de que ser «moderno» y culto equivale a desechar lo religioso, porque «Dios» es una idea «primitiva» y no es necesario para garantizar la bondad y la moral de los hombres).
El ateísmo político (socialista y anarquista) emplea desde el siglo XIX el recurso al anticlericalismo y a la peligrosidad social de la Religión, y en los países soviéticos se sigue abusando de los argumentos del materialismo Haeckeliano: pero todo parte de un ateísmo previo y radical, siendo el lenguaje «moralista» una maniobra más en la táctica de la lucha de clases.
Presión social de una mentalidad cuya influencia resulta irreligiosa.
El ambiente ateo o ateizante del siglo XIX no se formó sólo por la acción de pensadores ateos. Lo fomenta al mismo tiempo una forma ampliamente difundida de un pensamiento, que en sí mismo no es ateo, pero que actúa en las masas como factor irreligioso. Es el pensamiento que se autocalifica de «moderno», que exalta lo inmanente y, aunque afirme a Dios o lo divino, no acepta más manifestación de lo «divino» que el curso natural del espíritu humano, en las expresiones de la razón o del sentimiento o de los impulsos vitales. Se acentúa la autonomía del hombre y se va hacia una secularización radical de la Cultura. En la práctica no interesa sino lo «humano»; la diferencia entre lo religioso y lo no religioso, entre ser teísta o ser ateo, va perdiendo significación. El influjo de esta mentalidad en la masa se traduce en olvido de Dios.
Es revelador lo ocurrido con la línea de pensamiento racionalista e idealista, jalonada por nombres como Spinoza, Kant, Fichte, Schelling, Hegel, etc. Aunque este pensamiento es una gran corriente espiritual y no le falta su carga teológica, y a trechos vibración religiosa, su repercusión en el pueblo ha sido más bien irreligiosa, y se puede computar como un factor de ateísmo. (¿Acaso porque la gente no entendía una exaltación de lo «divino» tan inconcreta y diluida? Acaso; pero quizá el pueblo no andaba desacertado, puesto que las concepciones monistas o panteístas no reflejan al Dios Personal, con el que el pueblo y todo creyente auténtico necesita relacionarse y en el que puede poner la esperanza.)
El mismo fenómeno de degradación religiosa se produce con el Deísmo del siglo XVII y siguientes (Hobbes, Cherbury, Lodee, etc.), con la Masonería, etc.
Recuérdese la línea materialista del tipo Lamettrie, en el siglo XVIII (aunque Dios acaso exista, no cuenta en la vida práctica). Todo ello facilitará el paso a la Izquierda Hegeliana, que termina por identificar al hombre autoconsciente con Dios.
Recuérdese la aplicación del naturalismo racionalista a la interpretación del Cristianismo, desde Reimarus en el siglo XVIII. Por su parte, la divulgación de la mentalidad «ilustrada» en el mismo siglo, aunque es sólo un sub-producto de la Filosofía, fomenta en ciertas capas del pueblo actitudes de emancipación individualista, y en personas de autoridad un elegante empirismo escéptico.
La caudalosa corriente positivista, cientista y mecanicista del siglo XIX acostumbró a supervalorar los criterios «científicos», con desprecio del «testimonio personal», fuente de las certidumbres esenciales de la Fe, la amistad y el amor.
El Pragmatismo vitalista de fines del siglo XIX e inicio del XX, agnóstico respecto al contenido propio de la Religión, valora las ideas y actitudes «religiosas» sólo en cuanto «útiles» para promover una mejora de nuestra vida temporal. Prevalece aquí y allá un clima intelectual en el que domina la suposición de que la verdad no es accesible, como si el pensamiento no fuera más que la expresión de lo subjetivo.
Para comprender su capacidad de penetración en el pueblo, hay que tener en cuenta que las formas de pensamiento indicadas han coloreado e impregnado extensos sectores de la cultura literaria y artística y han fluido en muchas partes por el cauce de las escuelas.
Presión social del vacío religioso.
En varias sociedades cristianas secularizadas se ha ido agrandando el vacío social para lo religioso. Todo el contexto habitual de la vida de muchos hombres se les presenta sin referencia a Dios. Todo (lo político, lo social, 10 cultural, lo económico) funciona «como si Dios no existiese». Y así a la mayoría se le cierra prácticamente el acceso a los valores religiosos.
Esto lo ha subrayado con lucidez el gran teólogo J. Daniélou, especialmente en su precioso libro sobre La Oración como problema político. Está de moda atribuir el ateísmo o indiferencia de muchos bautizados al hecho de que teman una religiosidad sociológica, poco interiorizada y personal, y que al pasar de un ambiente «protegido» o tradicional a otro abierto a la intemperie, su religiosidad se disipa. Sí, mas la cuestión no es esa. La cuestión es si un pueblo puede vivir religiosamente en un ambiente social totalmente secularizado. La respuesta es: No. La causa principal del «ateísmo» colectivo o de masas es que, por la acción sistemática de pensadores y políticos (¡en países cristianos!), el ambiente social haya sido privado en grandes sectores de la dimensión religiosa (61). Este hecho no comporta ninguna descalificación de la religiosidad del pueblo. Al contrario, la necesidad de una presencia social de lo religioso es muy conforme a la condición humana y a la Providencia de Dios. El hombre es un ser social y no es justo imponer a todos los miembros de un pueblo, uno a uno, el esfuerzo heroico de nadar solos contra la corriente del gran río.
El vacío social de lo religioso se agrava cuando coincide con la ausencia de una Pastoral adecuada por parte de los ministros de la Iglesia (por ejemplo, en ciertos sectores de la vida industrial y cultural). Y se acrecienta aún más por la crisis interna de aquellos creyentes que reducen prácticamente la Religión a un programa de relaciones morales entre los hombres, y se vacían ellos mismos de la adoración y la oración, es decir, de la comunicación personal con Dios.
El hecho -un vaciamiento de la referencia a Dios en tantos órdenes, sin excluir el ámbito educativo y escolar-ahí está: y es el gran factor de la descristianización «masiva» de las partes de Europa en que se ha dado. El «ateísmo», que muchos cristianos propugnan como forma de convivencia política, degenera en forma de vida.
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En conclusión, no hay razón para erigir en factor primario, y menos exclusivo, del ateísmo de masas la reacción espontánea de éstas, por motivos morales o sociales, contra la Iglesia.
Realmente es poco congruente hablar de reacción frente al poder de la Iglesia, cuando en las partes de Europa donde más se difundió el ateísmo en el siglo XIX hacía tiempo que (en virtud de una política «liberal» centralizadora y despótica, bien conocida de los historiadores) la Iglesia estaba desposeída de sus bienes, desmantelada y, lo que es peor, coartada su intervención en el campo de la enseñanza y de la acción social y política. ¿Qué significa en esos casos decir que todo un pueblo se apartó de la fe por reacción crítica contra la prepotencia o los abusos clericales? No tiene sentido para explicar el gran fenómeno de «masa» (62). Tiene sentido naturalmente, y seguirá teniéndolo por desgracia, para explicar sinsabores, equívocos, desviaciones parciales. El cargo de «aliada de la opresión» es ante todo un arma de ideólogos revolucionarios, que, lo mismo que el de «opio del pueblo», supone ya la concepción atea en los promotores de la campaña.
Por lo demás, en los países más «ateos» la incredulidad no empezó por las «masas», sino por grupos «burgueses», que son los que la propagan. ¡El mismo fenómeno del marxismo no se explica, «marxísticamente», como reflejo subjetivo de la dialéctica objetiva de las clases de su tiempo; es obra de ideólogos y en cierto modo futurólagos no proletarios!
Digamos, para terminar, que la reacción contra la ineficacia social o el «abuso clerical» en la Iglesia puede ser uno entre otros factores ocasionales, que por lo general no llevan al ateísmo a no ser cuando el fuego es atizado desde el exterior (63). (En España, y en un terreno análogo, podría ilustrar esta afirmación la historia pintoresca y trágica de los caramelos envenenados, repetida dos veces a distancia de un siglo.) En todo caso, las tres presiones señaladas (la propaganda antirreligiosa, la cultura irreligiosa, el vacío social) actúan con eficacia cuando conspiran con predisposiciones ateas: la desidia, la inmersión egocéntrica en lo inmediato, las ideas confusas, sobre todo el utilitarismo. Naturalmente en todo ello pueden influir, aquí y allá, múltiples casos de incomprensión, o de reacción hostil contra los defectos y los abusos, o supuestos abusos, del clérigo A o del creyente B; pero siempre como factor accesorio, no como causa principal.
Notas
(61) Cf. la interesantísima obra de J. Daniélou, L’oraison probleme politique, Artheme Fayard, Paris, 1965.
El mismo Cardo Daniélou observa en otro lugar: «El ateísmo no es en modo alguno, como afirman ciertos teóricos, un producto necesario de la edad técnica. El mundo de hoy puede conducir a Dios lo mismo que el mundo de ayer. La creencia en Dios no es en modo alguno el producto de la civilización precientífica. Teilhard tiene razón al escribir: «cuanto más progrese el hombre, más sentirá la necesidad de adorar» (J. Daniélou, El futuro de la religión, Ed. Euroamérica-CEU, Madrid, 1969, pág. 140).
(62) Véase en la revista Palabra (Madrid, núm. de febrero 1970, pág. 11) un testimonio del dominico J. Paillard sobre el fenómeno de intolerancia anticlerical de los ateos en Suecia, que ciertamente no corresponde a los factores que suele aducir el tópico explicativo de tal fenómeno.
