El Caso Galileo I
Trataremos la historia de Galileo con más detalle por tratarse de un tema de moda. Galileo es el primer personaje importante que comenzó a tratar el movimiento de los cuerpos en forma de leyes físico-matemáticas, aunque su fama se debe más bien a sus teorías astronómicas.
Durante la Edad Media, se explicaba en todas las cátedras v se seguía en todas las escuelas, un modelo cosmológico que tenía su base científica en el «Almagesto», obra de Claudio Ptolomeo astrónomo griego del siglo II, que murió en Alejandría hacia el año 178. Su sistema estuvo en boga hasta el siglo XV.
Este sistema solucionaba el problema de hacer predicciones en los movimientos del cielo, suponiendo la Tierra en el centro del universo. Otra hipótesis concebida ya por filósofos antiguos, como Aristarco, reaparece con fuerza a fines del siglo XV. Sostenía que la Tierra no ocupa el centro del universo. El Sol pasa a ocupar el lugar de la Tierra. Es el heliocentrismo en oposición al geocentrismo.
Nicolás Copérnico nacido en Torún, Polonia, en 1473 pierde a su padre a los diez años y es educado por su tío en matemáticas, medicina y derecho canónico. En 1500 tiene una cátedra de matemáticas en Roma. En 1542, Rético, amigo de Copérnico, le busca en la luterana Wittemberg un editor para su obra «De Revolutionibus Orbium Coelestium» en la que explica el modelo heliocéntrico. En 1543 muere Copérnico en Frauenberg y se publica su obra en Nuremberg. El editor, Osiander, dedica la obra al Papa Paulo III reinante desde 1534. El libro se publico con la aprobación pontificia y como un reto a la opinión protestante, ya que los protestantes fueron los que más se opusieron, al principio, a las ideas de Copérnico. Por eso, Osiander, tuvo que modificar el prólogo escrito por Copérnico, acentuando las matizaciones que aclaraban que en la obra no se expone más que una hipótesis de trabajo.
Lo más importante aquí es ver que los hombres más inteligentes reconocieron que las nuevas teorías tenían que ser utilizadas como hipótesis, y eso era precisamente lo que exigía la prudencia de la Iglesia. Hoy sabemos que no sólo el heliocentrismo sino todas, absolutamente todas, las teorías fisicomatemáticas tienen que ser utilizadas como hipótesis de trabajo; que no se alcanza la realidad de las cosas por medio de la fisicomatemática, sino con la metafísica.
Las nuevas técnicas se hubieran ido asimilando con gran fruto por parte de la civilización occidental. Pero he aquí que aparece en la escena del gran teatro de la historia un arrogante personaje dando gritos histéricos y llamando pigmeos mentales a todos los que él sospecha que no le entienden y que, por cierto, él es asimismo incapaz de comprender. No hay duda de que el espíritu revolucionario ha mitificado la figura de un mártir al que considera el promotor del progreso científico, sin ser realmente ni una cosa ni la otra. Se trata de Galileo Galilei. El espíritu antiteísta revolucionario ha levantado muy alta esta bandera con gran éxito popular, pues casi nadie estudia las cosas a fondo.
Magistralmente explica esto Monseñor Olíver Sandbow en su libro «Dios en un Espejo». (16)
«La Iglesia Católica enseñó a Europa a leer, a escribir, a arar, a injertar y hasta el secreto de los mejores caldos en la producción del vino; fue la Iglesia la que preservo los tesoros de la antigua sabiduría; las universidades de Europa las fundó ella; la medicina, la arquitectura, la astronomía, la jurisprudencia, las matemáticas florecieron bajo su protección y con su apoyo; el camino de la ciencia está empedrado con nombres católicos, algunos de los cuales suenan a campana de monasterio. Por consiguiente, setecientos casos como el de Galileo no disminuirían en nada esa tradición de mecenas que tuvo siempre la Iglesia Católica.
Pero lo que es chusco en este caso de Galileo es ver la grotesca hipocresía que hay detrás de él. Escucha joven amigo: Calvino quemó vivo a Miguel Servet, el descubridor de la circulación menor de la sangre; pero no está de moda acusar solemnemente a Calvino de tener tendencias anticientíficas. La tres veces sacrosanta Revolución francesa mandó a la guillotina al gran Lavoisiert el padre de la química moderna, acompañando la condena con su pomposa definición: «La República no necesita sabios». Pero ¡Dios nos libre de dudar del espíritu científico de la ilustre Revolución! Y sin embargo trescientos años después que la Iglesia permitió a un bien nutrido Galileo llegar a la respetable edad de casi ochenta, con princesas cuidando de él, y damas de su rocino, visitado por cardenales y obispos, dulcemente ocupado en sus cálculos observaciones y berrinches de arrogancia; tras haberle visto morir de una tortura muy inquisitorial, muy peculiar, que se llama feliz vejez, esos grandes apologistas de la ciencia, sin preocuparse un comino del fuego lento de Servet o de la guillotina de Lavoisier siguen gritando como plañideras y rasgándose las vestiduras por un frenazo que dieron al’ feliz vejete. El buen Galileo debería obtener permiso del Omnipotente un día para aparecerse a sus plañideros., darles un coscorrón con el telescopio y decirles: «Bueno, señores: basta ya de lágrimas de cocodrilo.» Porque esto es efectivamente lo que son.
En Suecia en 1679, es decir, más de cuarenta años después de que nuestra tan traída y llevada Congregación Romana había permitido de nuevo la circulación de libro de Copérnico sobre su sistema heliocéntrico, sucedió que Celsius (17) se había permitido propugnar las teorías de Galileo en su tesis doctoral. La Universidad de Upsala instruyó en el acto un proceso contra el astrónomo y le condenó solemnemente en una majestuosa sesión, en aquella espléndida catedral gótica de la ciudad, proscribiendo su libro y prohibiendo a aquel pobre hombre enseñar por un período de cuarenta años. Esta condena congeló el entusiasmo de los otros profesores, que por mucho tiempo huían del copernicanismo como de la peste. No habían cambiado mucho las cosas en 1691 cuando Spole y sus colegas consideraban todavía como aventura muy peligrosa el cortejar las teorías de Copérnico. Este caso es bastante curioso, porque en 1682 Newton había proclamado ya al mundo su ley de la gravitación universal.
Pero no hay para maravillarse si nunca se oye hablar de este caso de oscurantismo retrógrado, porque generalmente todas las piedras caen sobre el tejado de nuestra Iglesia Católica».
Y no sólo Monseñor Oliver Sandbow, sinó que también otros autores, algunos de ellos nada clericales, opinan de esta manera:
«Está históricamente probada la falsedad de las supuestas torturas, del encadenamiento (que se redujo a habitar en la casa de campo de Arcetri, donde prosiguió sus estudios y observaciones) y todo lo demás con que la leyenda mal intencionada ha adornado a la víctima del Santo Oficio” (18).
“A diferencia de Copérnico y de Kepler, Galileo fue agresivo, pagado de sí mismo y sarcástico” (19) «Galileo había sido mimado y era pendenciero desde su niñez». (20).
“Cuesta evitar el pensamiento de que su preocupación genuina fue la de que él, Galileo, estaba en lo cierto y que la humanidad debía saberlo y rendirle veneración». (21)
En una de sus controversias, la sostenida con el Padre Jesuita Cristóbal Scheiner acerca de la prioridad en el descubrimiento de las manchas solares llega a decir: “A mí y a nadie más está reservado descubrir todo lo nuevo del cielo; esta es una verdad que ni la maldad ni la envidia pueden desmentir». (22)
«Incluso los historiadores más anticlericales no se oponen a reconocer que, sin Galileo, la Iglesia hubiese aceptado a Copérnico a fines del siglo XVII”. (23)
Notas
16 «Dios en un espejo». Mons. OLIVER SANDBOW. Mateu. Barcelona 1973, pág. 46, 47 y 50.
17 Monseñor Oliver Sandbow no debe referirse a Andrés Celsius, astrónomo que vivió de 1701 a 1744 y que inventó la escala centígrada de temperaturas, sino a su abuelo Magno Celsius, matemático y arqueólogo que nacido en 1621 murió en 1679.
18 «El cosmos en la actualidad científica», A. DUE ROJO. Razón y Fe. Madrid pág. 45.
19 «Buscadores de estrellas.” COLIN WILSON. Planeta 1983 pág. 93.
20 «Buscadores de estrellas.” COLIN WILSON. Planeta 1983 pág. 95.
21 «Buscadores de estrellas.” COLIN WILSON. Planeta 1983 pág. 95.
22 «El cosmos en la actualidad científica». A. DUE ROJO. Razón y Fe. Madrid pág. 46.
23 «Buscadores de estrellas.” COLIN WILSON. Planeta 1983 pág. 100.
