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 Una imagen de Cristo en tu casa

De un capitán de fa Marina Mercante es un escrito, sugerente y profundo, que publicó la revista «UOMM» -Unión Oficiales Marina Mercante-, en su número 124, de agosto de 1974. Dice así: «Mi escritorio, con amplia y semicircular mesa de caoba, con alarde de iluminación, corriente alterna, y continua, suelo tapizado, decorando el mamparo un curioso cuadro geográfico, quizá del siglo XIV y, sobre todo, montones de papeles, planos de estiba, correspondencia, circulares… todo revuelto a causa del temporal que, días atrás hemos soportado, y presidiendo toda esta desarmonía de un sitio para cada cosa, en este caso, un papel en cualquier lado, tengo un CRISTO. El, preside mi despacho. Está incrustado sobre una piedra, un canto rodado, esas piedras finas y pulidas que se encuentran en las orillas de los ríos y que se hallan limadas por la continua erosión y el lamer de las aguas. La figura y la cruz, quizás hierro fundido -modelado-con un baño de plata, lleva una inscripción hecha con bolígrafo y de la que yo no me di cuenta hasta el segundo viaje. Está ya algo borrosa, pero legible todavía, y me causó un gran impacto. Dice: NO ESTÁS SOLO, CRISTO ESTÁ CONTIGO. TU ESPOSA QUE TE QUIERE, LOLI.

¡Cuántas veces he leído esta breve pero bellísima frase! Quizá yo mismo no me doy cuenta de lo que encierra, pero me agrada este recuerdo. Es lo que más aprecio de mi despacho. Hoy, ya navegando en aguaje tranquilo y suave viento con rumbo al Caribe, con ese balanceo propio de opereta, quizás recordando la historia romántica de Marina, tal vez tarareando en oculta música la propia historia, estoy contemplando a mi Cristo, a mi Dios, a nuestro Creador, al artífice de este conjunto maravilloso del Universo, y pienso es el ÚNICO que merece la pena doblar la rodilla, quererle, respetarle y, al mismo tiempo, temerle. Se le han doblado un poco los brazos. Tal vez al caerse brusco bandazo y violentísima cabezada, pero hoy está, nuevamente, presidiendo la soledad y el silencio del camarote de un marino, metiéndose suavemente, y haciéndome pensar, no en lo poco que somos, silla en lo mucho que podemos llegar a ser teniendo a este Divino Ajusticiado dentro de lo más interno. El susto a causa del fuerte temporal fue mayúsculo, pues hasta las trincas de carga que llevaba en cubierta se rompieron. Todo ha pasado y pertenece a las hojas arrancadas del calendario, y el ambiente es totalmente distinto, diferente. Llegan hasta mi camarote, casi apagadas, las canciones de los marineros y esta nueva faceta es la que ahora inunda el ambiente.

Cristo en mi despacho… pienso que no dice nada, pero tal vez… lo haga todo. Esa bellísima frase, esa inscripción bajo tosca piedra, idea de mi esposa… NO ESTÁS SOLO… Yo que tengo que sortear diversidad de problemas, limar divergencias en ese triple carácter que da el mando; el espíritu abatido por los hechos humanos, por ese no entenderse, por esa carencia de buena fe. Pero… miro a Cristo… Le veo clavado, le veo rodeado de multitud, pero… solo, terriblemente solo, y me lo imagino sufriendo el escarnio y el insulto más soez, extinguiéndose todo, hasta las formas, todo, ante el dolor de un Dios que respira agónicamente en atroz martirio, y es entonces cuando le digo: NO ESTÁS SOLO… YO NO VALGO NADA, PERO SIN EMBARGO, Y CON TODOS MIS DEFECTOS, TE QUIERO. Dios y yo, nos hacemos compañía. Las estrellas y este imponderable Universo, misterio de galaxias y de océano bravío, hoy manso, son testigos de esta sencilla y valerosa verdad: YO TE HAGO COMPAÑÍA.

Quisiera que el hecho, simbólicamente humano, fuese real y poder desclavarte de tu cruz para curar esas profundas heridas, y que este esquizofrénico mundo se volviese en masa hacia Ti; que filas de hombres y mujeres del orbe se dieran cuenta de sus errores; que las aguas pútridas y pestilentes se volviesen cristalinas. Que sobre esos cúmulos de aterciopelada blancura flotase tu Cruz y tus brazos se proyectaran en la sombra de un abrazo para todos, No estoy solo, y la realidad es que es verdad. Tú estás conmigo, con todos. Pienso en el retorno, pienso en quien con amor piensa en mí, en esa alegría de ver nuevamente mis costas, sus riscos y montañas. Pienso en el peligro pasado y en la felicidad próxima. Pienso en que tengo que pensar más en Ti y darme cuenta de tu verdad. Aunque poco te doy a Ti, te lo pido todo. Pienso llevarte a mi casa, para nunca sentirme solo. Pienso, que Tú eres Dios, y yo… Tú sabrás lo que soy». Por esto es un medio estupendo de pensar en Cristo tener una imagen del Crucificado en el despacho, en el dormitorio, en un lugar de tu casa. La imagen de Cristo Crucificado nos lleva a su memoria, nos invita a recordar su Pasión, nos avisa y nos reclama cuando fallamos. Nos ofrece su perdón y confianza cuando pecamos, nos levanta cuando nos abatimos. Es una hermosa oración mirar el Crucifijo, besarlo, hablar con él. En cada casa debería haber una imagen de Cristo crucificado. No hay mejor tesoro. Que no falte en la tuya.

Y EN TU PECHO, UNA MEDALLA DE LA VIRGEN

Los novios, en su cartera, llevan la fotografía de su amor. Los padres, la foto de su esposa e hijos. En los coches, en los taxis, muchos el medallón familiar. Y es que la fotografía nos reverbera y actualiza la piesencia de los seres queridos. Ya sabemos que la foto no es la novia, ni la esposa, ni los hijos. Pero son sus facciones y figuras reproducidas exactamente. Y el amor y el cariño viven también de la imagen.

Una forma de amor a la Virgen, de auténtica religión, de gallardía y valor, es llevar sobre-el pecho la MEDALLA-ESCAPULARIO de la Virgen, o sea, una medalla con la imagen de la Virgen, de la advocación que sea, y el reverso, la de Cristo con su Corazón de infinita gracia y misericordia. Parece una nonada llevar la imagen de la Virgen. Pero mas y la Virgen nos aman tanto que incluso esta demostración tan final y sencilla, nos la pagan con creces de salvación eterna.

Es cosa cierta que la Virgen María prometió que los que mueran llevando la MEDALLA-ESCAPULARIO se salvarán. «Quien muriese con el Escapulario no padecerá el fuego eterno», son las palabras de la Virgen. Y ya sabemos que el Escapulario del Carmen es equivalente a la MEDALLA-ESCAPULARIO.

La MEDALLA-ESCAPULARIO tiene un gran significado. «Rodeado el cuello del indiferente pecador, es como el abrazo desesperado y último de una fe que no quiere naufragar», decía José María Pemán. y un músico tan relevante como Regino Sainz de la Maza ha proclamado: «Tengo impuesto el Escapulario del Carmen, y la imagen de la Virgen, bajo esa advocación, se puede ver siempre en mi casa y en mis viajes encima de mi mesa». Un intelectual italiano tan notable como Higinio Giordani, ha dicho: «El espíritu del creyente manifiesta con el Escapulario la expresión concreta de su amor a la Virgen. Quien viste el Escapulario asegura que pertenece a María». Una eminencia médica mundial como el doctor Vallejo Nájera, manifestó: «He heredado de mi padre la devoción a las advocaciones de Nuestra Señora del Carmelo y de la Purísima, y he recibido muchos y bien comprobados favores». Y el gran poeta Rafael Alberti, ha cantado:

Que Tú me salvarás, ¡oh marinera / Virgen del Carmen!, cuando la escollera / parta la frente en dos de mi navío, / loba de espuma azul en los altares, / con agua amarga y dulce de los mares / escrito esté en el fiero pecho mío.

El famoso San Claudio de la Colombiere, nos dice: «Dirigid una mirada sobre este Santo Escapulario, que está unido a las manos de María. Si os revestís de él, la Reina del cielo, vuestra Madre, la Madre de nuestro Dios, promete aseguraros vuestra salvación». Y uno de los más grandes oradores españoles de todos los tiempos, el insigne e inmortal Vázquez de Mella, exclamaba: «Yo, frágil materia, nunca ambicioné sobre mi pecho otra condecoración que el Escapulario del Carmen, que me puso mi buena madre».

La mejor joya que puede honrar un pecho humano es la MEDALLA-ESCAPULARIO de la Virgen. Es la insignia de los hombres de fe, de los que no se avergüenzan de la Madre de Dios y nuestra, de los que confían en su misericordia. Que no falte la MEDALLA-ESCAPULARIO en ninguno de tu familia. Que no muera ninguno de tus seres queridos sin la MEDALLA-ESCAPULARIO. Que ningún complejo de inferioridad, de miedo, de orgullo, de pedantería, te arranque o te prive de acorazar tu pecho con la MEDALLA-ESCAPULARIO. Nunca te arrepentirás de llevarla. Y sean cuales sean los baches de tu vida, Ella, la Virgen María, no te abandonará.

«EN MIS AMARGURAS Y EN MIS ALEGRÍAS, HABLO A LA VIRGEN CON UNA FE; ABSOLUTA, QUE SIEMPRE ME DIO LOS MEJORES RESULTADOS», había dicho el insigne charlista Federico García Sanchiz. Por esto todo cristiano, como mínimo, saluda cada mañana y cada noche a nuestra Madre, con las TRES AVEMARÍAS para pedirle su protección durante la vida y la salvación eterna.