P.albacenaRvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 170, febrero de 1993

La más excelente de las virtudes es la caridad. Ahora nos enseña S. Pablo, permanecen estas tres: fe, esperanza y caridad; pero la más excelente es la caridad. Como los ríos van al mar, así todas las virtudes van al mar de la caridad. Sin la caridad, no hay virtud que merezca tal nombre, pero con la caridad será bueno cuanto hagamos.

La virtud teologal de la caridad nos indina a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Dios.

La caridad sobrenatural que Dios infunde en el alma con la gracia divina, es un amor de benevolencia que busca el bien de la persona amada, el interés de Dios. Pero va aún más lejos: busca la unión más íntima con el ser amado. Estas dos características del amor verdadero de caridad lo vemos en S. Pedro cuando al ver al Señor le grita: “Señor, mándame ir a ti sobre las aguas”, aunque sea preciso hacer un milagro.

La práctica de la caridad es una exigencia de nuestra misma naturaleza, y un precepto de la ley natural grabado por Dios en el corazón del hombre. Es el primero de los mandamientos y el más sublime de los preceptos y enseñanzas de Jesucristo.

Sin caridad, nadie puede salvarse. Sin caridad nadie puede santificarse. Sin caridad no hay apostolado. La caridad lo transforma todo. Abundando en este aspecto enseñaba así S. Agustín a sus cristianos: “Si amas el cielo, serás cielo; si amas la tierra, serás tierra; si amas a Dios, serás Dios”.

Un día el venerable I. Hoyos, dando gracias después de comulgar oyó la voz del Señor que le decía: “Bernardo, ámame, que soy todo amable”.

Os transcribiré un párrafo que se leía en nuestros noviciados con la lectura del P. Baltasar Álvarez, que fue gran amigo de Sta. Teresa:

“Amar Dios a un alma es quererla bien y desearla bien; y como el querer de Dios es hacer, así amar Dios a un alma es una perpetua gotera de misericordias suyas, una lluvia continuada de grandes beneficios. Es comenzar Dios a pintarla y no alzar mano de la obra. Y de aquí nace bullir en ella fervientes deseos de que se ofrezca en qué servirle; y como el Señor recibe la voluntad eficaz por obras, halla el alma asentadas gruesas pulidas a su cuenta.”