alba cerecedaRvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 171, marzo de 1993

La caridad nos santifica porque nos une con Dios. Nos une a Dios con el pensamiento que nos une frecuentemente a Él. Nos une con la voluntad que se va identificando con la voluntad divina. Nos une con el Corazón con el despego de las criaturas, para poner los afectos en Dios. Nos une con la actividad y energía, porque se pone toda ella al servicio de Dios y de las almas.

Pero además nos transforma en Dios. Porque si la Ley del amor es hacer semejantes a los que se aman, no podemos imaginar el grado de divinización a que podemos llegar por la entrega de nuestro amor a Dios. Jesús se hizo por nosotros hombre en el exceso de su amor a los hombres, y sigue presente en el anonadamiento de la Sagrada Eucaristía, para facilitarnos el camino inverso que nos hace ser hombres a lo divino. Dichoso aquel que oye en su alma la misma voz del Señor: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Desde entonces no se puede vivir sin escuchar de nuevo esa palabra que resuena y obliga a no vivir más a lo mundano.

Santa Margarita María experimentó esa gracia. Un día le pidió el Señor su corazón. Ella se lo entregó y nuestro Señor Jesucristo lo tomó y lo puso dentro del suyo. Allí le hizo ver que se consumía en su interior como un pequeño átomo en un horno de caridad. Luego se lo devolvió como una llama en forma de corazón que anidó desde entonces en Santa Margarita María. Sólo Dios; siempre Dios; nada más que Dios. Ésa fue la aspiración de Santa Margarita.

Como consecuencia de todo, la caridad cuando es auténtica, al transformar el alma, la lleva a obrar bien. El amor es fuerte como la muerte, dice el Cantar de los Cantares. Entonces no se teme la muerte, ni los poderes terrenos o diabólicos, sino que se vive en una paz inexplicable que nos lleva a obrar bien por complacer a Dios solamente. No hay obstáculos Hay una total indiferencia y disponibilidad para seguir la llamada de Dios que se oye en el alma, porque no hay modo en el amor más allá de toda prudencia y de todo modo humano. Lo imposible es posible porque el amor de caridad siempre vela.

Para entrar en la vida de caridad debemos, como primeros pasos, ejercitarnos durante el día y al comienzo de nuestros ejercicios espirituales diarios de piedad, en la presencia de Dios y en actos de amor unidos a la presencia. El Espíritu Santo nos irá llevando por este camino, hasta formar en nosotros un corazón perfecto lleno de los deseos de Dios.