Ateísmo-Hoy
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Fe Católica-Ediciones, Madrid, 1978
Resumen de cuatro lecciones sobre ateísmo contemporáneo*
I
Inició el autor su exposición indicando el alcance del ateísmo en cuanto fenómeno característico de nuestro tiempo, cuyas líneas dominantes se enraízan, sin embargo, en formulaciones del siglo XIX.
Acotó el significado del ateísmo: a qué concepto de Dios se refiere el ateo con sus actitudes de desentendimiento o negación. Señaló la ambigüedad de estas actitudes y 10 difícil que es, tratando de personas concretas, deslindar entre el llamado ateísmo teórico y el llamado ateísmo práctico, y sobre todo determinar la mutua prioridad genética. Citó autores de sistemas que parecen muy radicales y que, según confesión propia, no lo son tanto.
A pesar de las interferencias y oscilaciones que haya en las personas concretas, subrayó la importancia de trazar, en sus directrices o líneas esquemáticas, las diferentes formas y motivos de las posiciones ateas, tal como se manifiestan en el proceso que arrancando del siglo XVIII se desarrolla hasta nuestros días. Recordó algunas de las clasificaciones posibles. Y como guía para su propia exposición, anticipó que todas las formas podrían agruparse en tres grandes líneas: 1) la del desentendimiento por inmersión egocéntrica en lo inmediato; 2) la de la negación directa de Dios; 3) la de la reducción humanista del mismo. Como apéndice cabría añadir los balbuceos recientes del llamado «ateísmo cristiano».
Entre las formas del desentendimiento por inmersión en lo inmediato, expuso dos grupos: 1) las formas primarias de la desidia y del hábito vicioso cegador, el egocentrismo del placer, la pretensión de dominio independiente, bien por la acción bien por esquemas intelectuales pseudoracionalistas: todo lo cual induce en unos casos al aislamiento con indiferencia inapetente para lo divino, en otros casos a la repugnancia contra la supuesta intromisión de las manifestaciones divinas.-2) El segundo grupo está constituido por las apostasías de la decepción, fruto de una fe utilitarista (que puede ser de carácter individualista o social), o de un perfeccionismo muy exigente en relación con los demás. Advirtió cómo ciertas «crisis de adolescencia» combinan la inmersión egocéntrica y la impaciencia perfeccionista.
II
Entre las formas de ateísmo de negación, cuyas expresiones modernas se divulgan desde el siglo XVIII, destacó dos principales: 1) la clásica relacionada con la aporía del mal; 2) la del monismo pseudocientífico, principalmente el de tipo materialista, que en realidad antes que negar a Dios niega al hombre, es decir, lo específico de la persona y la libertad humana. Mostró cómo esta línea de pensamiento ha descuidado toscamente la distinción entre lo físico y lo espiritual, que el mismo Kant había mantenido al final de su gran esfuerzo crítico. Y siguió una estela de autores, desde Bayle en el siglo XVIII hasta el Premio Nobel en Biología, recientemente fallecido, Monod, con su opción a priori por la antiquísima interpretación del azar y la necesidad.
Al .emprender la exposición de las formas de ateísmo por reducción humanista, distinguió dos clases plenamente diferenciadas: la simplemente explicativa, en la que lo «divino» queda rebajado al nivel del hombre (explicaciones sociológicas y psicológicas); y el verdadero «humanismo ateo» en el cual la negación de Dios es consecuente a una afirmación divinizadora de la capacidad humana o de su autosuficiencia. Desarrollo los planteamientos del tipo Feuerbach y Marx y apuntó los de tipo Nietzsche o los de índole existencialista en nuestros días.
Al comparar lo más característico del siglo XX con el siglo XIX, hizo entre otras las siguientes consideraciones:
Está en retroceso, gracias a la delimitación que la Ciencia hace del campo accesible a sus métodos, el ateísmo fundado en una desorbitación materialista de las ciencias positivas. Persiste la herencia decimonónica del humanismo ateo que pretende que el hombre es capaz de realizar en la historia lo que las Religiones proyectaban ilusoriamente sobre Dios: bien sea en la forma socio-política formulada de modo peculiar por el marxismo, bien sea en las formas individualistas preconizadas por Nietzsche y otros. En realidad la negación de Dios, en la medida en que equivale a la afirmación de la potencia creadora del hombre, se presenta más bien como una hipótesis que tendría que verificarse en el logro de un futuro histórico que satisfaga plenamente las aspiraciones del hombre, es decir, un paraíso terrenal. Lo que ya no está claro, después de un siglo de predicación y praxis atea, es SI la reducción de la esperanza a la potencia del hombre solo es mirada preferentemente con el optimismo de una plenitud o con la resignación de una posibilidad recortada.
En el siglo XX, mientras la crítica del Positivismo ha conducido a amplios sectores de la cultura a abrirse respetuosamente hacia lo religioso, e incluso determinadas investigaciones de la psicología profunda han reafirmado la tesis clásica que considera la dimensión religiosa como ingrediente de la naturaleza humana, subsisten sin embargo cuatro prolongaciones de postulados decimonónicos: el materialismo cientificista, Incorporado a ciertos programas políticos; la reducción atea propugnada por algunos pocos psicoanalistas; el residuo positivista que no sólo declara insoluble la cuestión acerca de Dios sino que niega que tal cuestión tenga sentido; y, como producto acumulativo de una larga acción de desgaste, zonas de indiferencia o desentendimiento popular.
Las formas predominantes en el ateísmo de los siglos XIX y XX coinciden en ciertas notas distintivas: su carácter postulatorio, de opción arbitraria en favor de la autonomía humana, sin demostración alguna; el ser un punto de partida ya dado, sin revisión crítica, desde el cual se trata de configurar el futuro; y en muchos casos, la pretensión de no ser únicamente una apostasía negativa del Cristianismo, sino un rebasamiento integrador del mismo.
Por otra parte, la negación de Dios puede ser más o menos coherente: unos al lado de la negación de Dios mantienen la afirmación de valores universales estrictamente «divinos»; otros atribuyen a individuos fuertes la capacidad de crear valores universalizables; pero una forma reciente de existencialismo reconoce que sin Dios no puede subsistir ningún valor superior y acentúa lo gratuito y absurdo del vivir humano.
Notas
(*) Publicado en Diario de Cuenca los días 10, 11, 12 Y 13 de noviembre de 1977.