coronaciondelavirgenb) De Sabiduría

El Verbo Divino. -Es el Hijo de Dios…, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad…, la Sabiduría de Dios…; por eso es el Verbo, esto es la Palabra increada de Dios. -Esta es la razón porqué a Él se atribuye especialmente el don de la Sabiduría, aunque de hecho este don sea común a las tres divinas Personas.

Pues bien, este Hijo del Dios, es a la vez Hijo de Ma­ría… Por consiguiente, ¿qué cosa más natural que al coronar a su Madre se apresurara a colocar en aquella magnífica corona, su don peculiar de la Sabiduría?… Y ¿cuál es y cuánta es esta Sabiduría?… ¿Cómo responderá el hombre a esta pregunta?… El hombre más sabio es aquel que se da cuenta y sabe cuánto es lo que ignora…; sabe que no sabe nada…

Por todas partes nos rodea el misterio…, no sólo en el orden sobrenatural, en el cual, sin la revelación divina nada sabríamos…. sino en el mismo orden natural… ¡qué poquito es lo que saben los hombres! -Mira a un montón de médicos…, muy eminentes en su ciencia…, desconcertados ante el proceso de una fiebre, cuyos pequeños microbios no aciertan a conocer y menos a combatir…, conocemos los efectos de muchas cosas…, de la luz…, del calor… de la electricidad…, pero su esencia verdadera es la mayor parte de las  veces un misterio. -Levanta los ojos a Dios y contempla aquella Sabiduría que todo lo sabe…, todo lo conoce…, lo de ahora, presente lo pasado y lo futuro…, lo actual y lo posible lo que será y lo que no será… Escucha a San Pablo: «Todas las cosas están abiertas y patentes a sus ojos…, aun los secretos más ocultos de los corazones.» Y el Salmista, había dicho antes: «Él cuenta la multitud de las estrellas y a cada una la llama por su nombre.» -Los pensamientos más íntimos y veloces de tu entendimiento…, los afectos más profundos de tu corazón…. todo, todo lo ve…, lo sabe y lo conoce perfectamente…; lee en nuestro interior con tal facilidad, que para Él esta lectura es sencillísima. -Pero más que nada, piensa en cómo será esta sabiduría para la que no tiene secretos la misma esencia infinita de Dios…, y la conoce desde la eternidad… ¿Cómo, pues, podremos nosotros ni vislumbrar de lejos siquiera, lo que es esta divina sabiduría?…

Sedes sapientiae. -Pues ahora trata de abismarte en el misterio incomprensible de la comunicación de esta Sabiduría, que hace el Verbo divino a la Santísima Virgen.

Un día regaló Dios un átomo de esa sabiduría suya a un hombre, y fue el más sabio de todos…, el gran Salomón… Pues ¿cuál será la sabiduría de la Santísima Virgen, después de admitida al conocimiento de los arcanos de la divinidad…, de tal modo que para Ella tampoco, en cuanto es posible decir esto de una criatura, haya secretos en Dios, que Ella no sepa y conozca?… ¡Cómo comprendería entonces todo el plan de la creación… y el de la Redención, en todos sus más mínimos detalles!… ¡Qué bien entendería ahora el por qué de todas las cosas que había vivido Ella en la tierra… y la razón de ser de todos los acontecimientos que entonces pasaron!… ¡Cómo alabaría a Dios al ver la infinita Sabiduría que todo tan magníficamente lo había concebido y dispuesto con tanto orden…, tanta armonía…, aunque ésta, muchas veces, no apareciera a los ojos del pobre entendimiento humano!

Piensa, además, cómo el Señor la infundió todo conocimiento necesario para ayudar a nuestras almas…, de suerte que Ella sepa las asechanzas astutas del enemigo… el tiempo y la fuerza de sus tentaciones…. nuestras miserias y necesidades…, nuestras vacilaciones y desalientos… y nuestros buenos deseos y rectas intenciones. -Sí pecamos, ¡qué vergüenza!, pecamos a vista de nuestra Madre, ante cuyos ojos no hay nadie que se oculte… Si obramos bien, es Ella la que lo ve… y lo lleva en cuenta para premiarnos algún día.

La Maestra de nuestra fe. -Por eso a Ella hemos de acudir a pedirla la luz de la fe…; es la Maestra nuestra… aún antes de subir al Cielo, ya ejercitó este oficio con aquella naciente Iglesia en el Cenáculo ¡Cuántas cosas no enseñó ella a los Apóstoles! ¡Cuántas dudas no disipó!… ¡Cuántos detalles de la vida de Cristo no les dio a conocer! -¿Cómo sabríamos si Ella no lo hubiera contado las escenas de la Anunciación entre Ella y el Ángel…, las del Nacimiento en Belén…, las de la huída a Egipto y las idílicas y felices de Nazaret? -Se puede decir que los Apóstoles tuvieron conocimiento del misterio de la Encarnación por Ma­ría.

Pues ¿qué hará ahora desde el Cielo con la sabiduría y conocimiento tan claro que posee de todos los dogmas de nuestra fe? -Es nuestra Maestra de oración y de unión y trato con Dios… ¡Qué bien viva Ella esta vida en la tierra!…. Pero, ¿cómo será la que vive en la actualidad…, ahora que está metida, según nuestro modo de concebir, en la misma esencia de Dios, cuanto es dado a una criatura?

Es nuestra Maestra en todas las virtudes sabe muy bien las dificultades que nos rodean conoce muy bien la violencia de las tentaciones que tenemos que sufrir…, la fuerza exaltada de nuestras pasiones desbordadas…, no Ignora nuestra debilidad y miseria…; por eso a Ella tenemos que acudir. -Nadie mejor nos enseñará lo que hemos de hacer…, el plan de combate…; nuestra línea de conducta. ¡Qué seguridad da a los soldados el saberse bien conducidos por un experto y valiente caudillo!… Así debes confiar en tu Madre, Maestra y Capitana.

En fin, conoce todas nuestras desgracias… nuestros pecados…, ingratitudes y rebeldías…, los sufrimientos y penalidades que esto nos causa…, los castigos que nos acarrea… Pues vete a recordárselos a Ella con gran humildad…, no fe disculpes… ni trates de ocultarla nada, porque es inútil. -Pídela perdón y gracia de arrepentimiento. -Que te dé un poco de luz…; algo de su sabiduría y del conocimiento que Ella tiene para que te conozcas bien… y conozcas a Dios… y así, de ese conocimiento, brote en tu corazón, el agradecimiento de una profunda humildad y el amor de una encendidísima caridad.