Ateísmo-Hoy
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Fe Católica-Ediciones, Madrid, 1978
III
Expuestas las formas y motivaciones internas predominantes en el ateísmo de 10 siglos XIX y XX; señaladas las posiciones más o menos congruentes de los ateos contemporáneos frente a los valores divinos que garantizan la dignidad de la persona humana y dan sentido esperanzado a su vida; subrayadas las notas que caracterizan en común a las formas del ateísmo moderno… dedicó la lección de ayer a precisar el alcance que se puede atribuir a dos motivaciones del fenómeno ateo que una literatura reciente destaca de modo simplista, a saber: la supuesta reacción crítica contra falsas imágenes de Dios, y la reacción moral en defensa de valores postergados y contra el escándalo recibido de los creyentes. Puso de relieve el carácter radical -sustancialmente independiente de cualquier revisión teológica o moral-de la línea principal del ateísmo contemporáneo; y evocó una serie de factores históricos y sociales, no reductibles a solas reacciones éticas, que explican en gran parte el llamado ateísmo de masas.
Para determinar bien el verdadero sentido del «escándalo» causado por el creyente y, consiguientemente, el de la eficacia de un buen testimonio, conviene no olvidar que la raíz más honda del escándalo del no creyente está, no en los comportamientos humanos, sino en el rechazo de una Providencia permisiva del mal.
Comenzó la exposición de la actitud de la Iglesia Católica ante los ateos y el ateísmo, según la enseñanza completa y exacta del Concilio Vaticano II, que puede condensarse en los seis apartados siguientes, extraídos de los documentos conciliares:
- Atención respetuosa a las personas, sin encasillarlas a priori, sino considerando seriamente los motivos de cada una. Pero esta consideración -lo mismo que el aprecio de otros valores y de las normas de la convivencia -en modo alguno pueden convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Con humildad y con decisión el amor exige el anuncio de la verdad.
- La Iglesia reprueba y rechaza en forma absoluta el ateísmo, como doctrina y como conducta. Es decir: no puede reconocerlo como actitud valiosa. Es, por lo contrario, una grave privación, que deja sin fundamento la dignidad personal y la esperanza del hombre. Por eso es contradictorio hablar de humanismo ateo; y el Papa ha insistido en que el ateísmo propiamente tal es antihumano. La difusión del ateísmo atenta contra la dignidad y libertad del hombre en la sociedad. Los responsables de la sociedad, sin excepción, están obligados en virtud de su cargo a crear condiciones propicias para una vida conforme a la voluntad de Dios, y a salvaguardar el derecho inviolable de todos los que reciben educación (todos, no solamente los católicos) a ser estimulados en el conocimiento y asimilación de los valores morales y religiosos.
- La Iglesia, pues, no puede limitarse a registrar las intenciones y los sentimientos nobles que pueda haber en personas ateas. La falta de relación con Dios es objetivamente un vacío pernicioso, e impide a los afectados el aprovechamiento vital de la luz, la alegría y la esperanza que sólo se dan en el camino de una Vocación conocida y aceptada. La Iglesia, por tanto, se siente obligada a dar testimonio de la presencia de Dios, no sólo con la doctrina sino con la irradiación de una convicción que impregna la propia vida hasta el martirio y con amor sincero.
- Dado que un pretexto, o una ocasión de equívocos, para ciertas formas de ateísmo está en la exaltación del protagonismo y la legitimidad de la acción transformadora del hombre en la historia, la Iglesia cree que el cuidado requerido en la presentación de la Doctrina ha de subrayar la verdadera relación entre la fe religiosa y la actuación del hombre en el orden temporal, tema al que el último Concilio ha dedicado reiteradas, equilibradas y clarísimas amonestaciones. «Cuando faltan el fundamento divino y la esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas…» Pero «se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo, para con Dios y pone en peligro su eterna salvación».
- Los creyentes han de considerar su parte de responsabilidad en la génesis del ateísmo, en la medida que «hayan velado, más bien que revelado, el genuino rostro de Dios y de la religión»: bien por el descuido de la educación religiosa, bien por la exposición inadecuada de la doctrina, o también por los defectos de su vida religiosa, moral y social.
- Pero la Iglesia no puede dispensarse de recordar a los mismos ateos la obligación ineludible que tienen de adoptar aquellas disposiciones interiores que corresponden al hombre que ama la verdad; la de situarse en el terreno religioso, en que está la cuestión, sin rehuir la intimidad intransferible de la propia conciencia, es decir, sin limitarse a confrontaciones con los demás en un plano meramente social. Nosotros no nos erigimos en jueces de la interioridad de nadie; pero es necesario que cada uno abra su corazón a las manifestaciones de Dios, ante el cual no es posible eximirse sistemáticamente de responsabilidad.
Sobre todo, el creyente no puede dejar de recordar al ateo -con temblor fraternal, puesto que el recordatorio vale para uno mismo-que la excusa de la oscuridad o la ignorancia no siempre es válida, ya que hay formas de ceguera culpable, que es consecuencia del desprecio injustificado de la luz -poca o mucha-que oportunamente se ha tenido.