P.Alba, Loles y su padreRvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 173, mayo de 1993

Sobre la amistad entre Dios y el alma.

Dios creó de una manera admirable la condición de nuestra naturaleza humana, perotristemente el pecado de nuestros primeros padres la destrozó de tal forma que nos hizo esclavos del diablo, que tiranizaría desde el día del pecado a los hombres. Sin embargo Dios nuestro Señor restauró nuestra condición de hombres de una manera más admirable aún, de forma inmensamente superior a lo que era en la primera creación, gracias a la obra de la Redención. Bien podemos decir que la Redención es una creación nueva, inmensamente superior, hasta donde no podemos concebir, de la naturaleza humana.

Con la Redención se abrieron nuevos cielos y nueva tierra, y los hombres pueden ya no solamente aspirar a ser criaturas de Dios, hijos adoptivos de Dios, sino llegar a ser amigos de Dios que es la forma más perfecta del amor.

Pero, ¿dada la distancia infinita entre Dios y el hombre, es posible llegar a la amistad con Dios? ¿No se trata aquí de una forma de hablar, nada más? No es así. El hombre y Dios pueden ser verdaderos amigos. Así lo fueron los santos. Así lo han sido millones de hombres que han querido ser amigos de Dios. Basta quererlo.

La amistad es amor, pero no un amor cualquiera, sino un amor de benevolencia, recíproco, que se manifiesta y fundamenta en una cierta semejanza de igualdad.

La unión interesada entre dos no es verdadera amistad, aunque sea compatible con ella. Si no hay amor mutuo recíproco, tampoco hay verdadera amistad. No basta que uno quiera, si el otro no corresponde. Tampoco ha llegado al amor si ese amor no se manifiestas permaneciendo oculto. Más todavía, la amistad requiere cierta igualdad de condición entre los amigos ya que cada uno debe mirar al otro como a sí mismo. Entre un anciano y un niño, puede haber amor, pero no amistad. Puede haber amor entre un sabio y un ignorante, entre un amo y un criado, entre una alta dignidad y un menesteroso, entre un gran bienhechor y su favorecido, puro evidentemente que no puede haber íntima amistad.

Por el contrario, entre Dios y el alma puede haber íntima amistad. Porque de hecho se dan esas cuatro notas que caracterizan la amistad. Hay amor de benevolencia, de parte de Dios y puede haberlo también de parte del alma, cuando no quiere ni desea otra cosa, sino el bien y la gloria de Dios ya eso antepone cualquier otro deseo. Hay amor recíproco puesto que el alma puede corresponder al infinito amor de Dios, y manifestarlo en todas sus obras. Y para que no falte la semejanza que se requiere en la amistad, Dios se ha hecho hombre y ha elevado al hombre a la vida sobrenatural de la gracia hasta hacerle hijo suyo por adopción. Ha querido Dios ser hombre como nosotros, tener corazón sensible como el nuestro para que fuera más fácil el amor recíproco y se manifestara cierta forma de igualdad, condición necesaria para la amistad.

Nuestro Dios que es el que tiene sus delicias de estar entre los hijos de los hombres, es el más amante, fuerte, y heroico, perseverante, sacrificado y fiel hasta la muerte.

Este amor debe ser correspondido con la entrega total y la confianza en Él; con nuestra alegría por sus triunfos y nuestro sentimiento por lo que menoscaba su gloria y su honra; correspondido con la defensa que hagamos de sus intereses y el consuelo que le demos por haber sido injuriado. El que verdaderamente ama, sabe de estas cosas y entiende. Vivir ese amor es la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.