El culto a la Santísima Virgen
El Santo Concilio enseña de propósito esta doctrina católica y amonesta a la vez a todos los hijos de la Iglesia que fomenten con generosidad el culto a la Santísima Virgen, particularmente el litúrgico; que estimen en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella recomendados por el Magisterio en el curso de los siglos y que observen escrupulosamente cuanto en los tiempos pasados fue decretado acerca del culto a las imágenes de Cristo, de la Santísima Virgen y de los santos.
Y exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la palabra divina a que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración cuanto de una excesiva mezquindad de alma al tratar de la singular dignidad de la Madre de Dios. (Lumen Gentium 67)
Influencias del mundo
Existe una interacción entre los dec-lives que vemos tanto en la Iglesia como en la Sociedad. La Iglesia debe guiar a la sociedad a través de la predicación, la adoración pública, la formación de los jóvenes en escuelas y universidades, y la palabra y ejemplo de una multitud de laicos católicos activos en la sociedad. Hablando de predicación, la del Reino Social de Cristo ha desaparecido prácticamente de las homilías en las misas celebradas por la llamada forma ordinaria de la liturgia católica. En lo que se refiere a la crisis litúrgica, es tan ampliamente evidente que no se necesita agregar casi nada. La crisis del sistema educativo de la Iglesia nos ha privado de miles de jóvenes que podrían haber tenido una influencia decisiva en la evangelización de la Sociedad.
Existen innumerables pruebas históricas que muestran cómo la sociedad ha influenciado de diferentes maneras la Iglesia, como demuestra el profesor John Rao en reciente obra. San Juan Pablo II había ya denunciado cómo esta cultura secular mortal ha infiltrado las filas de la Iglesia: “Con demasiada frecuencia sucede que algunos creyentes, aun aquellos que participan activamente en la vida de la Iglesia, terminan separando su fe cristiana de las exigencias éticas referentes a la vida, y esto les hace caer en un subjetivismo moral y en ciertas objetables maneras de actuar”. (Ignacio Barreiro Carámbula – Verbo)
Necesitamos santos
Nuestra época necesita cristianos nuevos, es decir, renovados en el Espíritu de Cristo, que se decidan a caminar seriamente por el camino de la configuración con Cristo, para poder anunciar el Evangelio a todas las gentes.
Ahora nuestro regreso o retorno al corazón de Dios es un proceso doloroso de conversión y “penitencia” (Cambio de ruta, de actitudes, de mentalidad). Es una actitud de reconciliación con Dios, con los hermanos y con nuestro mismo corazón. Sin la actitud de conversión, somos una madeja enredada. (Juan Esquerda Bifet, pbro.)
La mujer
Edith Stein
Darse amando, llegar a ser completamente propiedad de otro y poseer a este otro es un profundo anhelo del corazón femenino. En él se resume juntamente la actitud hacia lo personal y hacia el todo, que nos parece específicamente femenino. Cuando este don se hace a una persona humana se convierte en una renuncia falsa, en una esclavitud y simultáneamente en una pretensión injustificada que no puede satisfacer a ninguna persona humana. Sólo Dios puede recibir la entrega total de un ser humano y recibirlo de manera que el ser humano no pierda su alma sino que la gane. Y sólo Dios puede darse a una persona de manera que llene todo su ser sin perder nada de sí. Por eso es este don incondicionado el principio de la vida religiosa y al mismo tiempo la única realización posiblemente adecuada de las aspiraciones femeninas.
Pero la vida divina que penetra en el que se da a Dios, el amor dispuesto a servir, el compasivo, el dispensador y estimulante de la vida, responde enteramente a la ética profesional de la mujer como la hemos definido.
Reinas católicas
En la historia profana, dice Palacio Valdés, que proporcionalmente ha habido mucho mejores reinas que reyes. Y así parece. En España contamos con doña Berenguela de Castilla, madre de San Fernando, y con doña Blanca de Castilla, madre de San Luis, rey de Francia. Si por los frutos se conoce el árbol, estas dos hermanas eran de primera. De doña Blanca sabemos cómo educaba a su hijo, Luis. De chiquito le decía: preferiría verte muerto, antes que en pecado. Y la vida de San Luis fue una línea recta, como recta fue la de su primo carnal, Fernando, aunque la de éste, el conquistador de Sevilla, fuera constantemente afortunada, y la desgracia acompañara frecuentísimamente al piadosísimo francés. (P. Jesús González-Quevedo, s.j.)
La castidad, ayer y hoy
“¡Oh cuán bella es la generación casta! Inmortal es su memoria y un honor delante de Dios y de los hombres”. (Sab. 4, 1).
La pureza, dice el Cura de Ars: “viene del Cielo; hay que pedirla a Dios. Si la pedimos la obtendremos. Hay que vigilar para no perderla”. Y en otra ocasión: » Un alma pura se parece a una azucena: cuyo aroma sube hasta el trono de Dios; a un hermoso lago donde el agua clara y limpia deja ver el fondo. Mientras que un alma impura: es como un lodazal, como un estanque seco y pestilente donde nadie osa acercarse». Por esto concluía: «Solo con ver una persona se sabe si es pura». (Jaime Solá Grané)
¿A dónde camina la historia?
La historia ni es irracional, ni es explicable racionalmente. Los materialistas sujetan al hombre a meras exigencias animales, bajo leyes físicas fatales. Los otros, imaginan un progreso indefinido proporcionado por la dialéctica de las contradicciones. Esos dos extremos son falsos. Para entender la historia hay que recordar que existe y actúa la Providencia, y también la libertad humana. Dios, sin violentar la libertad, tiene su plan sobre la historia. Y el protagonista de la historia es Jesucristo. Todos los acontecimientos de la historia están centrados en la salvación alcanzada por Jesucristo. Por esto el fin de la historia no es el progreso material, sino la salvación eterna de los hombres. La historia, para los cristianos, a la luz de la Revelación, es escatológica, o sea, dirigida al establecimiento del Reino de Dios. Por esto el cristianismo no es meramente individual, personal, sino social y destinado a la soberanía de Dios en la vida pública. (Mn. José Ricart Torrens)
