San Alfonso María de Ligorio, en su magnífica obra «Las Glorias de María», cuenta una historia que, a pesar de su carácter extraño, está rodeada de tantas señales de autenticidad, que es casi imposible, para un espíritu sincero, no admitirla como verdadera.
Ante todo, tenemos en la persona de San Alfonso la perfecta honorabilidad del historiador.
Además, la historia de que se trata dio lugar a la conversión de un joven adolescente, Ricardo de Sainte-Anne, de Hamme sur Heure, en Bélgica, al que no hay que confundir con el héroe de esta narración, y fue conversión tan seria y tan duradera, que este joven llegó a sacerdote y mártir, y ha sido puesto por la Iglesia en el número de los Beatos.
El hecho pasa en Bruselas en 1604. Dos estudiantes son los principales protagonistas. Como consecuencia de sus ocupaciones, se entregan a un desenfrenado libertinaje.
Por algún tiempo todo fue bien. Estudiaban durante el día, se divertían por la noche y dormían cuando podían. Por otra parte, ése es, más o menos, el programa de todos los «gozadores» paganos «estilo moderno», que cada día van a ahogar sus preocupaciones y sus penas en los placeres de Babilonia. ¡No tienen cuidado de su salvación, y viendo al Dios que ultrajan, tan paciente y tan magnánimo, se aprovechan para negar su existencia o para provocar su cólera!
¡Ay! ¡Ésta, a veces, estalla de una manera extrañamente trágica!
Tal fue el caso de nuestros jóvenes.
Después de cierta noche que pasaron juntos en una casa de perdición, uno de ellos, llamado Ricardo, se había retirado, abrumado de fatiga, para volver a su domicilio. El otro fue encontrado muerto, a la mañana siguiente, en la escarpada orilla del canal cercano a aquella casa maldita.
Pues bien; apenas despuntaba el alba del día siguiente, un joven, con la palidez de la muerte en el semblante, con los ojos llenos de terror y los cabellos desgreñados, fue a llamar a la puerta del Convento de Recoletos, situado entonces donde se halla actualmente la Bolsa de Bruselas.
A petición suya, el Hermano portero avisó al Padre Guardián.
El joven le contó que, durante la noche, su compañero de orgía se le había aparecido rodeado de llamas, y le había manifestado que estaba en el infierno.
«Luego, continuó, la aparición añadió estas palabras que me helaron de espanto: ¡Tú debías seguirme hoy mismo al infierno; sólo debes tu salvación a algunas Avemarías que aun rezas antes de acostarte! ¡Feliz tú si sabes aprovecharte de esta advertencia, que por mi medio te hace la Madre de Dios! Después la terrorífica visión desapareció, dejándome más muerto que vivo”.
El Padre Guardián, sin dejarse conmover por semejante relato, envió a dos religiosos al lugar indicado, y encontraron, en efecto, allí un cadáver ya en putrefacción, exhalando un hedor tan nauseabundo, que los dos mensajeros hubieron de retirarse a toda prisa.
Era claro que Ricardo no mentía. Todo parecía confirmar sus declaraciones. El Padre Guardián no tenía ningún motivo serio para negar el hecho tan categóricamente afirmado por Ricardo y al que las circunstancias daban un carácter de verdad innegable.
Por lo que accedió a los insistentes ruegos del joven y le recibió en calidad de Hermano lego en el seno de su comunidad, que le vio desde entonces aplicarse con celo a la práctica de todas las virtudes religiosas y perseverar hasta la muerte en tan bellas y generosas disposiciones.
- B.-El mismo año (1604), Ricardo de Sainte-Anne del que hemos hablado antes, entró en el convento de Recoletos, de Nivelles; en 1607 pasó a las Islas Filipinas; y en 1611, ya sacerdote, fue enviado a la misión del Japón donde, en 1622, tuvo la dicha de derramar su sangre por Jesucristo, con otros cincuenta y cuatro confesores, en la santa colina de Nagasaki. La Iglesia lo declaró Beato en 1667.
