Meditaciones del Padre Giovanni Salerno, msp
9ª Estación: Jesús cae por tercera vez
V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
V/. Te adoramos, Cristo Señor, y te bendecimos.
R/. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
Del libro de las Lamentaciones (3, 27-32)
Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su juventud. Que se siente solitario y silencioso cuando el Señor se lo impone; que ponga su boca en el polvo: quizá haya esperanza; que tienda la mejilla a quien lo hiere, que se harte de oprobios. Porque no desecha para siempre a los humanos el Señor. Si llega a afligir, se apiada luego según su inmenso amor.
Esta tercera caída de Jesús me hace recordar a tres mamás con sus hijitos, a algunos campesinos padres de familia y a un grupo de muchachos de entre 5 y 12 años, quienes un día, atravesando un puente de la alta Cordillera, en Qurango, murieron todos cuando el puente cedió bajo sus pies.
Debes saber que aún hoy en la alta Cordillera se vive como en la Edad de la Piedra, y los puentes sobre los ríos y los torrentes consisten de gruesas sogas que son tendidas desde una orilla a la otra y sobre las cuales se apoyan unas maderas y ramas de árboles. Por eso, irremediablemente deteriorados por las intemperies y por los escasos o inexistentes trabajos de mantenimiento, esos puentes caen fácilmente bajo el peso de los transeúntes.
¿De quién es la culpa? Con el interés de los misioneros y la ayuda aportada por ellos, en algunas zonas se han construido unos verdaderos puentes en cemento armado; sin embargo, si hubiesen venido más jóvenes misioneros se hubiesen salvado más vidas humanas. Pero, lastimosamente, sucede que a menudo los jóvenes, aun teniendo la vocación, no tienen la generosidad necesaria para decirle “sí» al Señor y acallan la voz de Jesús que los invita a ingresar por la puerta estrecha, silencian su propia conciencia haciendo un poco de voluntariado o algún peregrinaje, todas cosas excelentes, pero no suficientes. Al final de su vida, Jesús les dirá: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles, porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis» (Mt 25,41-43).
Padre nuestro…
Luxta crucem tecum stare
et me tibi saciare
in planctu desidero.
Al lado de la cruz
contigo deseo estar
y asociarme a tu llanto.
Santa Madre, yo te ruego:
¡graba aquí en mi corazón
las heridas del Señor!
O también:
V/. Señor, pequé: ten misericordia de mí.
R/. Pecamos, y nos pesa: ten misericordia de nosotros.