Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”
- El Alzamiento y la Iglesia
En el 50º aniversario del Alzamiento (1986) la Conferencia Episcopal Española advirtió que la posición de la Iglesia aliado de una de las partes contendientes en 1936-1939 se explica por «la persecución religiosa desatada en España desde 1931».
Al advenir la República -que se inició formalmente con un golpe de Estado- los Obispos, colectivamente y por separado, la acataron y se esforzaron en colaborar con ella para el bien común. (Lo mismo ocurrió con el Ejército, cuya actitud hizo posible la implantación del nuevo régimen). La Iglesia, a pesar de los agravios, que empezaron antes de cumplirse un mes con la quema de conventos, mantuvo el propósito de concordia, y el Episcopado exhortó a los católicos a la sumisión paciente, al mismo tiempo que al ejercicio de sus derechos y deberes como ciudadanos.
Gil Robles, político que encabezó uno de los partidos que llegó a tener mayor respaldo popular y que se insertó en la legalidad del Régimen, escribirá más tarde un grueso volumen titulado: «No fue posible la paz». Las fuerzas dominantes en el inicio de la República -a la que configuraron constitucionalmente en forma sectaria y excluyente-desembocarán en el Frente Popular, impulsado por la Internacional Comunista, que incluía dos sectores. Por un lado, grupos minoritarios de izquierda republicana, con fuerte influjo de una masonería que según su propia documentación era de talante volteriano y jacobino, con agresividad del tipo «revolución francesa»: este sector marcaba el rumbo antieclesial en las leyes y en la política cultural anticristiana. Por otro lado, los partidos y sindicatos revolucionarios (socialistas, anarquistas, comunistas), que entendían la República como etapa de paso hacia la «dictadura del Proletariado», bien en la forma stalinista bien en la forma libertaria. La natural resistencia social les incitó a buscar la revolución violenta según el modelo de Rusia en 1917. El grito de «Viva Rusia» se generalizó; el «Viva España» lo odiaban como reaccionario. Al entrar en juego otras fuerzas políticas, que rompían su monopolio, declararon que no les bastaba el cauce democrático. (Es obvia la analogía con la ETA actual, a la que los gobernantes invitan a que se contente con el cauce electoral; solo que entonces eran los revolucionarios los que ocupaban amplios espacios del Poder). Cuando les pareció que los resultados electorales podían cerrar su camino, se lanzaron en 1934 a la violentísima Revolución de Octubre (reproducción del octubre-noviembre soviético) que tuvo su ápice en Asturias.
Se produjo el desbordamiento fuera de la misma legalidad republicana. Los prohombres de la República lo confesarán, empezando por sus dos Presidentes: Alcalá Zamora y Azaña. Este en 1931 con la Ley de Defensa de la República (régimen de excepción) había dicho que quería evitar que apareciesen como sinónimos «República y Anarquía, República y Desorden Social». No se logró. Los «intelectuales» patrocinadores del nuevo régimen se distanciarán (Ortega, Marañón, Unamuno, Madariaga, etc.).