misericordiaTómate un poco de tiempo. Piensa en Dios y en ti mismo. Convéncete de que Dios es amor.

Puedes comenzar haciendo tuya alguna de estas plegarias; así le muestras tu confianza en su perdón y tu dolor por no amarle suficientemente.

Del Salmo 32

Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo todo el día, porque de día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se me había vuelto un fruto seco como en los colores del verano. Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: “Confesaré al Señor mi culpa”, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

O bien

Del Salmo 129

Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes temor. Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora.

Después reflexiona sobre los siguientes puntos:

Amor a Dios

¿Amo a Jesucristo con todas las fuerzas de qué soy capaz?

¿Hay otros atractivos que me esclavizan y me impiden tomarme a Dios más en serio?

¿Soy consciente de que rezar es un acto de amor a Dios? ¿Mantengo un ritmo de plegaria frecuente? ¿Rezo por los demás mostrándoles así mi amor?

¿Alguna vez me pregunto hacia dónde va mi vida? ¿Vivo, en mí día a día, como si Dios no existiese?

¿En los momentos de prueba, me dejo llevar por el pesimismo y me olvido de Dios?

¿Entiendo la Misa como el centro del domingo y de las otras fiestas de la Iglesia?

Amor a la Iglesia

¿Amo la Iglesia que me da la fe y me lleva al encuentro con Jesucristo?

¿Perdono las imperfecciones de la Iglesia o, por el contrario soy hipercrítico con sus defectos?

¿Estoy convencido de que dar testimonio de Jesucristo va unido a manifestarme miembro comprometido y activo de la Iglesia? ¿Muestro también el camino de Jesús a los demás?

¿Qué sé yo de mi fe? ¿Procuro tener una formación continuada ante las exigencias del mundo actual?

Amor al prójimo

¿Amo de verdad a los demás, empezando por mi propia familia? ¿Sé «perder el tiempo» a favor de los míos?

¿Estoy dispuesto a perdonar, incluso, si es posible, a olvidar? ¿Soy envidioso y celoso? ¿Me dejo llevar fácilmente por el mal genio?

¿Siento verdadera preocupación por los pobres, por los enfermos, por los marginados, por los inmigrantes, por los refugiados?

¿Cumplo responsablemente mis deberes cívicos y políticos? ¿Lucho, en la medida de mis posibilidades, por los derechos de los demás y combato las injusticias, el hambre en el mundo…? ¿Respeto la Creación, me preocupo por la ecología?

Vida personal

¿En el uso del dinero, tengo en cuenta a los demás? ¿Me preocupo excesivamente por cosas superfluas? ¿Me dejo llevar por el consumismo?

¿Soy consciente de mis responsabilidades en el trabajo, en los estudios, en promover el bien común? ¿Pierdo el tiempo?

¿Me concentro en mis tristezas hasta el punto de quedar paralizado? ¿Soy capaz de hacerme autocrítica?

¿Respeto mi cuerpo y el de los demás? ¿Me interesa formarme criterios rectos en materia de sexualidad? ¿Evito las frivolidades (diversiones, redes sociales, conversaciones…) y todo aquello que pueda hacerme daño?

¿Levanto enseguida la mirada cuando caigo en contradicciones y en pecado? ¿Cumplo el mandamiento de la Iglesia de confesar y comulgar, al menos, una vez al año y en tiempo de Pascua?

Sigue ahora la exhortación de la Sagrada Escritura: «Dejaos reconciliar con Dios» Acércate al sacerdote. Explícale todo aquello por lo que pides perdón a Dios. Esto es la confesión. A continuación, expresas tu deseo de pedir perdón con una de estas oraciones:

Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido, también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta. Amén.  O bien

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

Ahora el sacerdote impondrá sus manos sobre ti diciendo:

Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Y tú responderás: Amén

Del Salmo 102

Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa, y te colma de gracia y de ternura; como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen; porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro.

Cántico de la Virgen

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.