franco1Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”

En este contexto es difícil tomar en consideración la tesis de algunos, incluidos ciertos eclesiásticos, que tratan de poner la causa principal de la discordia en la incomprensión y hostilidad de una Iglesia cerril. Según ellos el propósito loable de la República era la purificación espiritual de la Iglesia, anticipando la renovación «conciliar». Un solo testimonio, el más autorizado, desmonta esa tesis: Leandro Pita Romero, Ministro de Estado en 1934, que aceptó ser al mismo tiempo Embajador ante el Vaticano para negociar un Concordato y recomponer la concordia tras el sectarismo belicoso del Parlamento

inicial, declara que encontró en el Episcopado español y en la Santa Sede cooperación decidida y afán de pacificación religiosa dentro del régimen republicano. Hay quien destaca el grado de entendimiento alcanzado en Cataluña con Vidal y Barraquer, Arzobispo de Tarragona; mas el hecho es que Vidal había presidido las relaciones de todo el Episcopado Español con la República en los tres primeros años de ésta, los decisivos, y Cataluña fue una de las regiones en que la persecución resultó más dura.

En cuanto a los políticos católicos, es también un hecho que, si algún sector desconfió del régimen desde el principio, la mayoría buscó la conciliación con transigencia. La gran corriente de opinión representada en «El Debate» de Ángel Herrera Oria, la más directamente conectada con orientaciones de la Nunciatura y los Metropolitanos, sostuvo con decisión el principio moral de «acatamiento a los poderes constituidos» y de exclusión de la rebeldía. Pero al final comprobaron su impotencia frente a la trayectoria de agresión y anarquía. Agotada la colaboración, hubieron de dar paso a los ciudadanos católicos dispuestos a defenderse, y en general se sumaron a ellos.

La Iglesia jerárquica «no provocó la guerra ni conspiró para ella, e hizo cuanto pudo para evitarla» y lamentó su estallido. Pero miles de ciudadanos católicos, «obedeciendo a los dictados de su conciencia y de su patriotismo, y bajo su responsabilidad personal, se alzaron en armas para salvar los principios de religión y justicia cristianas».

En cuanto a Franco, es importante el testimonio de dos protagonistas de la época, ambos hostiles a Franco en el momento de hacer sus declaraciones: uno, desde una posición de impulsor monárquico del alzamiento, y luego ministro del mismo Franco (Sainz Rodríguez); el otro, desde una posición más reservada de «demócrata-cristiano» (Gil Robles, ministro en la República). Los dos coinciden en que Franco no se decidió a sumarse activamente al Alzamiento sino a última hora. Gil Robles explica que Franco no lo hizo hasta adquirir el convencimiento de que se daban las circunstancias que hacían inevitable la apelación al Ejército; «y cuando al fin se decidió a actuar, no fue por móviles personales o bastardos». Por lo demás, no se puede olvidar un hecho notorio: el que había de ser Generalísimo de los Ejércitos en lucha con las fuerzas revolucionarias es el mismo que menos de dos años antes, en octubre de 1934, había sido el máximo colaborador del Gobierno de la República en defensa del orden legal contra la rebelión de las mismas fuerzas. Y bueno será recordar que Julián Besteiro, máxima figura del socialismo, declaró legítimo el alzamiento del Ejército Republicano en 1939 contra el gobierno socialista-comunista.