Una tradición confirmada por la investigación científica
En la Iglesia Católica siempre ha habido la certeza de que San Pedro murió mártir en Roma. Ya el Papa San Clemente, tercer sucesor de San Pedro, hacia el año 96, hablando de los Apóstoles Pedro y Pablo explica que fueron víctimas de la persecución de, Nerón. San Ignacio de Antioquía, hacia el año 107, hace alusión a este martirio en la ciudad de Roma, en una carta dirigida a los romanos. A partir del siglo II se multiplican los testimonios. La importancia que tiene para la Iglesia Católica -aunque no sea esencial para la doctrina del Primado-el estar fundada sobre la tumba de Pedro, explica los esfuerzos de algunos para desacreditar esta tradición. Los valdenses, Lutero y otros recientemente la han negado. Pertenecía providencialmente a nuestros días el confirmar científicamente la tradición.
El Martirio de San Pedro.
En el Evangelio de San Juan (21,28) Jesús anuncia a Pedro con qué muerte «había de glorificar a Dios». La tradición cristiana sitúa el suplicio en el Vaticano. Un tremendo incendio se inicia en Roma la noche del 18 al 19 de julio del año 64. Durará nueve días. Nerón se encuentra entonces a orillas del mar Tirreno. El pueblo empieza a sospechar de que el emperador haya sido instigador de la catástrofe, al ver que proyecta en seguida fastuosas construcciones para sustituir las ruinas, y una espléndida casa imperial: la «Domus aurea». Para desviar las sospechas, Nerón acusa a los cristianos, y con una feroz persecución finge castigar a los culpables de la desgracia, al tiempo que proporciona al pueblo diversiones crueles muy a su gusto. Tácito nos habla de cristianos cubiertos con pieles de animales, muriendo desgarrados por los perros, de crucificados, de quemados como antorchas vivas para iluminar los festejos. Todo esto en el campo Vaticano donde Nerón tenía unos jardines y un circo. Deducciones recientes y muy plausibles, debidas a la científica señora Guarducci, hacen pensar en el 13 de octubre del 64 como fecha del martirio de San Pedro.
Al encuentro del siglo IV.
Pío XI había manifestado el deseo de ser sepultado lo más cerca posible de la confesión de San Pedro. Los sondeos hechos con este fin en el subsuelo de la Basílica Vaticana revelaron elementos arqueológicos de sumo interés. El nuevo Papa, Pío XII, se sintió empujado a tomar una valiente decisión, el 28 de junio de 1959: la exploración sistemática de la zona de la tumba de San Pedro. La primera etapa de los trabajos se concluyó en 1949. En la vigilia de Navidad de 1950, clausurando el Año Santo, Pío XII pudo anunciar a todo el mundo que la tumba de San Pedro había sido encontrada. A una profundidad aproximada de 7 metros por debajo del nivel de la basílica actual, se ha descubierto una necrópolis con numerosos mausoleos, la mayor parte de los siglos II y III. En el siglo IV, Constantino toma una iniciativa que ningún emperador romano hubiese tomado sin tener un motivo gravísimo: destruye una parte del cementerio situado en la pendiente del monte Vaticano y rellena de tierra otra parte, para obtener una explanada suficiente para la construcción de una basílica en honor de San Pedro. Más de cuarenta mil metros cúbicos de tierra removidos y la certeza de enemistarse gravemente con las familias que tenían allí sus mausoleos -pudiendo construir sin dificultad su basílica a poca distancia-hacen entender que un sitio concreto, y él solo, era lo que interesaba: la tumba de San Pedro.
Hasta la tumba misma.
Debajo del actual altar del Papa, ya sitio de honor en la primitiva Basílica Constantiniana, por ser, según la tradición, lugar de la sepultura de San Pedro, se encontraron sucesiva~ mente los vestigios impresionantes de un monumento construido por Constantino, antes de la basílica, como homenaje al Apóstol San Pedro. Y, debajo de éste, el primer monumento, muy sencillo, pero expresivo, construido por los cristianos del siglo II y conocido con el nombre de «Trofeo de Gaio», porque un eclesiástico romano erudito, llamado Gaio, habla de él en una carta. Debajo de este monumento se encontró una tumba sencilla como se hacía para la gente pobre: una trinchera y unas tejas para cubrir el túmulo. Esta tumba era lo que no habían perdido de vista los primeros cristianos, a la que honraron con monumentos sucesivos, sin destruir los precedentes, sino incluyéndolos en uno más importante. Pero esta tumba estaba revuelta y vacía. Pío XII anunció entonces qué se había encontrado la tumba de San Pedro. No podía decir más. Se interrumpieron los trabajos en 1951.
Pedro está aquí.
En 1952 se interesa por las excavaciones un nuevo equipo. Habiendo hallado unas inscripciones muy antiguas, interviene también -y será providencial- la titular de la cátedra de epigrafía griega de la Universidad de Roma, señora Margherita Guarducci. Detrás del «Trofeo de Gaio» se encuentra una pared de la misma época, llamada por los excavadores «muro rosso», a causa de su revoque color rojo. A la derecha del monumento y perpendicularmente al «muro rosso», se encuentra otra pared que tiene 97 cm. de largo y 45 de ancho. Fue levantada en el decurso del siglo III con una finalidad discutida entre los arqueólogos: es el «muro G», que en su parte exterior estaba cubierto de inscripciones rudimentarias. Descifrarlas una por una costó seis años a la especialista: invocaciones a Cristo, a Pedro, a la Virgen María, debidas a cristianos que visitaron la tumba entre los años 290 al 315. En esta pared halló la investigadora un escondite debajo de las inscripciones. Cuando lo encontró estaba vacío. Pero tuvo noticia de una inscripción hallada en el revoque del «muro rosso», que constituye una de las paredes del escondite. Se podía leer en griego: «Petros eni», que podía significar: «Pedro está aquí». Intuyó que los restos mortales de San Pedro habían sido depositados en aquel escondite. Pero ahora ya no estaban.
Una nueva pista.
Uno de los dos empleados de la Basílica que habían ayudado al primer equipo de investigadores, dijo a la señora Guarducci que, durante la primera fase de las excavaciones, Mons. Kaas, responsable moral de la empresa, pasaba cada día a recoger lo que no convenía tirar con los escombros, en particular los huesos. En una de estas inspecciones, Giovanni Segoni, así llamado dicho empleado, se dio cuenta de que había unos huesos en el escondite del «muro G». Mons. Kaas los hizo sacar y colocar en una caja de madera. Con los huesos dejó un papel indicando su procedencia. La caja fue a juntarse con otras semejantes en un depósito. Pero Mons. Kaas había muerto, y hacía más de diez años que la caja se encontraba en el húmedo depósito. Giovanni pudo fácilmente identificarla, y la señora Guarducci encontró en ella el papel indicando su procedencia. La caja contenía: huesos humanos incrustados de tierra, fragmentos de revoque rojo, dos moneditas medioevales, restos de tejido rojizo con hilos de oro… Era el 25 de septiembre de 1953. Con el consentimiento de Pío XII, los huesos fueron confiados al profesor Venerando Correnti, eminentísimo antropólogo. El resultado de su examen llegó en junio de 1963: los huesos humanos pertenecían a un solo individuo, de sexo masculino, de constitución robusta, de sesenta a setenta años de edad. El profesor dio su conclusión ignorando la procedencia de los huesos sometidos a examen. La tierra incrustada en los huesos era la misma que la de la fosa primitiva, situada bajo el «Trofeo de Gaio». Los restos de púrpura con hilos de oro indicaban la veneración con que se trataron estos restos mortales: telas semejantes eran propias de reyes.
Reconstrucción histórica.
A partir de estos y otros indicios que no podemos referir aquí, se pudo deducir la historia de las reliquias. Cuando Constantino quiso construir su primer monumento, que envolvería el ya existente de Gaio, hizo abrir la tumba. Él no podía dudar de que contenía las reliquias del Apóstol: la continuada veneración por parte de los fieles lo hacía demasiado evidente. Constantino no quiso dejarlas en una fosa en la que podía correr el agua, y las hizo sacar. Las reliquias fueron envueltas en un paño precioso de púrpura y depositadas en un escondite practicado en el «muro G,>. Antes de cerrarlo, uno de los presentes escribió sobre el revoque del muro las palabras «Pedro está aquí». Gesto providencial para nuestro tiempo. Constantino centró su monumento, y. después su basílica, exactamente sobre el escondite. La actual Basílica ha conservado como centro este mismo punto que la tradición decía, con toda razón, ser la tumba de San Pedro .. El gran deseo de Pío XII se realizaba en el pontificado de Pablo VI, quien pudo anunciar el 28 de junio de 1968 que se habían encontrado las reliquias de San Pedro. Era la clausura del Año de la Fe. Al día siguiente, por voluntad del Santo Padre, las reliquias volvían al escondite del «muro G». En ningún lugar mejor se puede ostentar la prolongación a través de los siglos de la promesa de Cristo: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».
«NO HAY MEJOR MODO DE LLEVAR LAS ALMAS A CRISTO, QUE HACER QUE PRIMERO LAS GENTES SE ENAMOREN DE LA MADRE», escribe el misionero en la India, P. José María Alonso, S. J. Y manera sencilla y cierta de estar en manos de la Virgen, es rezarle cada mañana y cada noche las TRES AVEMARÍAS. No las olvides.
