Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”
Ante el hecho de la guerra, que no podía evitar, la Jerarquía no pudo elegir y «no podía ser indiferente». De una parte se iba a la eliminación de la religión católica. De otra, había garantía de continuidad en la práctica de la Religión. La opinión católica y la Jerarquía se adhirieron al Movimiento Nacional como única esperanza de recobrar la justicia y la paz. La reacción contra la agresión anarco-comunista en defensa del orden, la paz social y la civilización tradicional (que fue lo subrayado formalmente en las proclamas iniciales del Alzamiento) fue inseparable de la defensa contra el ataque a la Religión, que en gran parte del pueblo prevalece como motivo superior y unificante.
Los que se atreven a sugerir que el clero, por su vinculación a la oligarquía, apoyó un alzamiento militar sin contenido religioso, niegan la evidencia vivida por todos los que estuvieron con el pueblo en la zona nacional. Porque, incluso en el aspecto social de la contienda, la nota dominante en esta zona no la ponen los grandes terratenientes; la pone la muchedumbre de familias campesinas modestas, a las que las prédicas revolucionarias amenazaban arbitrariamente con el despojo o «reparto» de sus peculios. Con ese pueblo trabajador sintonizaba el clero. Cuantitativa y cualitativamente la fuerza combatiente ganadora estuvo formada por campesinos, obreros modestos y estudiantes. De ahí vino la mayor parte del voluntariado, que -no se olvide- superó en número al de las milicias revolucionarias. Los focos de más densa movilización de voluntarios tradicionalistas y falangistas -Navarra y Valladolid-confirman lo mismo. Sería bueno recordar que en aquella época el sesenta por cien, o más, de la población en toda España era agraria, y que todas las «macro-ciudades», menos dos, estaban en zona roja.
Un testigo resume así sus vivencias de adolescente que captaba el sentir de un pueblo de campesinos: Sentimientos de liberación y expectación. Confianza en Franco. Anhelo de obtener la libertad del pueblo mediante la supremacía de una autoridad justiciera, por encima de caciques y muñidores electorales. Anhelo de conjugar el patriotismo y el sentido religioso con la justicia social; de eliminar los abusos de los dadores de trabajo y la falta de seguridad, y no menos los abusos de los asalariados perezosos e irresponsables, fautores de la anarquía o del cómodo y pintoresco «comunismo del reparto». Todo ello expresado con el realismo y sobriedad propios dé unos trabajadores autónomos, como lo eran la inmensa mayoría, en los que coincidían todos los gravámenes del propietario minifundista y del obrero.
Es bien expresivo el lenguaje de los Obispos de Filipinas cuando, en respuesta a la Carta Colectiva de los Obispos españoles (1937), hicieron suya la legitimidad de la causa que sostenían «los españoles que luchan aliado del glorioso Caudillo por la salvación religiosa y económica de España«.