No hemos de descubrir a Marlon Brando, famoso por ser un «duro» del cine y -hay que decirlo todo-, también por sus cochinadas. Marlon Brando ha tenido una serie de descalabros en su vida familiar. Él mismo lo ha contado en una declaración que acaba de hacer. Dice Marlon Brando: «Lo que más lamento es haber naufragado como padre, observar que mis hijos se avergüenzan de mí… Hoy mis hijos no sólo me rechazan como padre, sino que también lo hacen como persona… Mis hijos tienen razón en darme ese terrible trato, y es que yo como padre me parecí más a un animal que a un ser humano racional». Después, Marlon Brando se entregó a las drogas, a la bebida. Y paladinamente declara: «He sido maestro de ceremonias idóneo en preparar todo tipo de orgías sexuales, drogas, etc.». Actualmente., Marlon Brando mide todo el abismo de su existencia y escándalos. Y noblemente ha dicho: «Lamento profundamente el alejamiento que he tenido de Dios… Sí, deseo poder llegar a reconciliarme con el Todopoderoso, ya que su ayuda será fundamental en esta nueva forma de vida que deseo llevar en adelante». No se puede negar que esta decisión es realmente reconfortante. Y demuestra que el hombre es LIBRE. El hombre es libre para escoger el camino, o sea, nuestra libertad es el instrumento precioso y único que, bien utilizado, nos sublima, nos enaltece, nos salva, nos hace amigos de Dios, merecedores de la eternidad feliz. Pero también el mal uso de la libertad es causa de vicios, corrupción, daño, sufrimientos, y, finalmente, nos responsabiliza ante Dios paca el infierno.
De ahí que todos podemos aprender la lección de Marlon Brando. ¿Quién no ha pecado? ¿Quién puede decir que no ha quebrantado los Mandamientos de la Ley de Dios? Quizá alguno que lea estas líneas tiene remordimientos, amarguras interiores, seguridad de que realmente ha ofendido a Dios. Lo peor que puede hacer el hombre cuando peca es pretender justificar su culpa, excusarla y eliminar su realidad. También se equivoca trágicamente el que la expulsa utilizando pretextos que no valen. Ni tampoco soluciona el problema de la conciencia manchada el mismo psicoanálisis. Cierto que la «ciencia en algunos casos puede coadyuvar a la terapéutica de algún trauma. Pero nunca la medicina tendrá la fuerza del SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN.
Los mismos psiquiatras reconocen su inferioridad en este terreno. Brière de Boismont nos dice: «Encontrad un remedio mejor que la confesión que oponer a los remordimientos, causa tan frecuente de enfermedades, de languidez, de afecciones orgánicas, de alucinaciones, de locuras, de suicidios, y. nos alegraremos de indicárselo a esos miles de almas dolientes que tienen necesidad de ser consoladas». Jolan Jacobi ha afirmado: «El verdaderamente religioso no es psicópata, no es el que suele venir a buscar la ayuda del psicoterapeuta. EI hombre religioso está en relación emotiva con Dios, no se encontrará más que en raros casos en la consulta del médico psiquiatra». Un paranoico mató a dos hijos suyos de 6 y 4 años. Cuando fue examinado, declaró: «Había descuidado la Misa y la Comunión durante dos años. Si hubiera acudido yo en confesión a Dios y a un sacerdote, esto no habría ocurrido» (Th. Verner Moore, Psicología dinámica, página 77)
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El problema moral de la gran mayoría de los hombres -concretamente de los cristianos-es retrasar la confesión, marginarla. La confesión está instituida por el mismo Jesucristo. Se lee ~en el Evangelio: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes vosotros perdonareis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos» (Jn 20, 22-23). Y nada hace más infeliz la vida humana que la carga de los pecados. Por mucho que se disimule.
Leemos en Pardon and peace, de Alfred Wilson:
«Hace algunos años, durante unas conferencias a no cató-licos, se recogió del buzón de preguntas la siguiente: -Usted dijo el miércoles pasado por la noche, que la confesión es un gran consuelo, pero yo tengo una amiga católica que tiembla de pies a cabeza cada vez que acude a confesarse, y hasta se siente enferma, y aun me dice que Conoce a muchos católicos que sienten exactamente lo mismo. ¿Cómo puede ser un consuelo la confesión, si hace sufrir de este modo?
La pregunta fue contestada así: -Usted preguntó a su amiga qué sentía al ir a confesarse; pero, ¿le preguntó lo que sentía después de confesarse? Los hospitales son instituciones muy útiles; pero cuando a usted le llevan a un quirófano para sufrir una operación difícil, quizás no sea ese el mejor momento para que usted dé su opinión acerca de la utilidad de los hospitales. Pero si usted vuelve curado del hospital., puede ser que piense de distinta manera. Es una lástima que necesitemos hospitales; pero los necesitamos. Es una lástima que necesitemos ir al dentista; pero lo necesitamos. Es una lástima que necesitemos de la confesión; si no fuéramos pecadores, no nos sería necesaria; pero somos pecadores: por eso la necesitamos. Necesitamos hospitales porque nuestros cuerpos se ponen enfermos. Necesitamos de la confesión porque nuestras almas también enferman».
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Ni nadie se tiene que poner nervioso porque haga muchos años que no se ha confesado. Una persona que lleve diez, veinte, treinta, cuarenta años que no se., ha confesado, y aunque ni se acuerde de las oraciones más importantes del catecismo; si quiere, en pocos minutos, puede hacer una confesión estupenda. En resumen la única cualidad que se necesita para confesarse es la SINCERIDAD. Busca un confesor, y con llaneza le dices: -Quiero confesarme bien. Le diré todo lo malo que he hecho, de que tengo memoria. Después usted pregúnteme y le contestaré exactamente con toda honradez.
Esta experiencia es fabulosamente comprobable y fuente de satis-facciones inauditas. Cualquier desesperación, angustia, remordimiento, se desvanece en la confesión porque, en la misma, Jesucristo es el que perdona los pecados, o sea, los destruye, los quita, los derrite y los aniquila por los méritos infinitos de su Pasión. Siempre la confesión, bien hecha, produce alegría. Alguien lo dijo: «Lo más importante en el Sacramento de la Penitencia es lo que Dios hace. Él limpia nuestras almas».
Aunque el mínimo sea confesar una vez cada año, todo cristiano debería acercarse a este Sacramento una vez cada mes y todavía mejor dos veces. ¿No nos lavamos la cara cada día? ¿No nos duchamos o bañamos con alguna frecuencia? La higiene del alma todavía es más importante que la del cuerpo. Y el que se confiesa con frecuencia domina sus vicios, vence las tentaciones y tiene una agilidad maravillosa para cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios. Se pierde la fe, cuando se abandona la confesión. Se hunde la moral, cuando nos apartamos de la confesión. Y la confesión es el secreto de la conciencia en paz, de la alegría que no pasa.
Marlon Brando propone «haber dado un cambio importante, ser una persona diferente, deseosa de borrar su pasado». Todo esto se logra con la confesión bien hecha. Y aunque nuestra biografía de pecado no sea tan espectacular como la de Marlon Brando, cada uno tiene su fardo… Veste fardo únicamente se descarga y se liquida con la confesión. No te hagas sordo a Dios, olvidando esta cita de su misericordia.
«MADRE PURA Y LIMPIA, UNA MIRADA DE. LÁSTIMA A TUS HIJOS, QUE NO SON LIMPIOS NI PUROS», ex-clamaba uno de los mejores obispos de los tiempos modernos, el santo Manuel González. Para vivir con limpieza y ganas de confesarnos con frecuencia, no olvidemos las TRES AVEMARÍAS cada mañana y cada noche.
