Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I. Meridiano Católico Nº 189, noviembre de 1994
La ciudad de los dátiles nos despide envuelta en su cálida atmósfera. Sus ruinas venerables que, según los arqueólogos, son las más antiguas de los doblamientos humanos conocidos, nos han hecho meditar en la grandeza del hombre y en su valor efímero si no tiende a la Ciudad Eterna.
El río Jordán es el río más amado para el corazón cristiano. En él realizó Dios milagros que permitieron la entrada en la Tierra prometida al pueblo judío. En él se bañó siete veces el general sirio Naamán y curó de su lepra. Junto a su ribera fue arrebatado al cielo el profeta Elías y sobre todo en sus aguas recibió el bautismo de Juan, Jesucristo nuestro Señor. A nuestra izquierda queda Samaria que no pudimos recorrer. Siguen, el pozo de Jacob, las tierras de Abrahán, las de la Samaritana, las del reino de Israel. Tengo la atención puesta en el monte Tabor, que va a ser el término de nuestra jornada.
Galilea, la dulce Galilea, la bien amada del Señor, que nunca rechazó ser llamado “galileo”, se abre risueña a nuestra vista. Verdes campos, población dispersa, “villas y castillos” por donde el Señor pasaba, como decía S. Ignacio. Aislado, inconfundible, el monte Tabor. La ascensión en los rápidos taxis que llegan a la cumbre, una linda casa de Ejercicios, las ruinas de una basílica bizantina, la bellísima basílica actual que conmemora la transfiguración y una panorámica deleitosa sobre Galilea. Pero el alma busca entre los cipreses, pinos y tamarindos la figura del Señor. ¡Quién pasara una noche en esta altura, saboreando la palabra del Padre: “Éste es mi Hijo muy amado. Escuchadle”! A la derecha e izquierda, la llanura del Esdrelón, la villa de Naim, los grandes montes del Líbano, las colinas de Gelboé.
Soy Yo, el Todopoderoso, que quiere vivir entre vosotros. Más aun, quiero vivir en vuestro propio corazón. Sed santos, como Yo soy Santo. Permanece en mi amor. En la tranquila oración, huyendo del bullicio, el alma se llena de una inmensa ternura para con todos los hombres y de amor a la Cruz. Allí, Jesús me habló de su Cruz en Jerusalén. La Cruz abrazada con misericordia, la Cruz entendida desde el fuego del Sagrado Corazón. ¡Oh, qué grande amor a la pobreza se despierta en la raíz del ser! El pasado se agolpa en la mente como un instante presente y el futuro está presente como el día que todo lo hace diáfano. Jesucristo Rey y Señor que sin palabras habla de una cosa nueva, el Amor que es Él y hace nuevas todas las cosas. Entonces cesó todo y queda el alma en la unión de Él, olvidado en su propia memoria.
Hagamos actos humildes de amor que nos suban uno a uno al monte santo donde está nuestro auxilio. El que hizo cielo y tierra, y nos dio el Amor.