franco12Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”

  1. La Cruzada

La valoración del Alzamiento y la guerra como «Cruzada» brotó espontáneamente en el ámbito popular de numerosos movilizados y combatientes. Con ese nombre o sin él era inequívoca la significación original de lucha por la Cruz: por Dios, la religión, la tradición cristiana de la familia y de España, y la renovación justa de la vida social. Pierden el tiempo los historiadores que pretenden determinar quién acuñó para el caso esa antigua palabra. Desde el primer momento el clero y la Jerarquía eclesiástica registra ese sentir popular y lo comparte. «La opinión pública -escribió Gomá en sus informes secretos a Roma- ha considerado esta guerra como una verdadera Cruzada»… «La Jerarquía se ha adherido entusiasta… al movimiento, que ha considerado como una verdadera cruzada en pro de la religión».

El nombre o su equivalencia aparecen desde el comienzo en manifestaciones y documentos pastorales. El Obispo Pla y Deniel, en septiembre de 1936 explicó jurídica y teológicamente la legitimidad y el sentido de la lucha por la «Ciudad de Dios» agustiniana: «reviste la forma externa de una guerra civil, pero en realidad es una cruzada». En 1958 volverá a decir: «La Iglesia no hubiera bendecido un mero pronunciamiento militar ni a un bando de una guerra civil; bendijo, sí, una Cruzada». Ya antes de Pla, en septiembre de 1936, el Papa Pío XI envió su bendición «a cuantos se han propuesto la difícil tarea de defender y restaurar los derechos de Dios y de la religión». Y Pío XII, al término de la guerra, envía un extenso mensaje de congratulación por el don de la paz y de la victoria, que corona el heroísmo cristiano de un pueblo que «se alzó en defensa de los ideales de fe y de civilización cristianas»; este es -concluía- el «primordial significado de vuestra victoria«.

Algún historiador reciente cree indebidamente que esta valoración sustantiva del Sumo Pontífice se debilita con los accidentes de una negociación diplomática durante la guerra. La negociación versaba sobre el sistema jurídico de relaciones y, como veremos, era difícil: pues había diferencia de criterios, sosteniendo la representación española la vigencia del Concordato de la Monarquía y sus prerrogativas con entusiasta voluntad de continuidad, y prefiriendo la Santa Sede la acomodación a los nuevos planteamientos concordatarios; a lo que se añadían recelos ante las corrientes de Europa, yacaso inseguridades respecto al desenlace de la lucha. Deducir de ello que la Santa Sede vacilaba sobre el carácter de la causa nacional, como si no suscribiese su valor de Cruzada, va contra los hechos. Y atreverse, como hace otro historiador, a poner la exposición de algunos incidentes, que causaron en su momento perplejidad, bajo el titulo «El Vaticano contra la cruzada» es falsear la historia. Pues nada de eso cambiaba la línea fundamental de bendición, expectación y creciente con fianza en Franco. La misma discusión diplomática, en plena guerra, desmiente el titulo mencionado. El año 1938 en una conversación del Embajador Yanguas Messia con el Cardenal Pacelli (Secretario de Estado de Pío XI, y próximo Papa él mismo con el nombre de Pío XII) el primero resumió sus quejas como el reproche cariñoso de un «hijo que no se siente debidamente comprendido y amado por el Padre, ya que nuestra guerra es una Cruzada»; y el Cardenal respondió: «Lo comprendo. Es un impulso de amor. Y también para mí trátase de una Cruzada«.