jesusObra Cultural

Importancia

Sí que importa este tema porque de él depende en gran parte el enfoque de la vida de todo cristiano, hombre o mujer, joven o chica, niño o niña. Entre la persona que habitualmente va a Misa los domingos y fiestas de precepto, y la que habitualmente no va, existe una diferencia abismal. El que va a Misa, vive -mejor o peor- de cara a Dios, y por ende está en camino de salvación. Él que no va, vive -más o menos conscientemente- de espaldas a Dios, y por lo mismo está en camino de condenación eterna. Porque se condena el que vive y muere de espaldas a Dios.

El domingo, ¿qué es?

Es el Día del Señor, el que Dios escogió para ser honrado: y recibir culto digno de parte del hombre, criatura suya.

El primer día de la semana quiso que fuese especialmente dedicado, porque en ese día resucitó Jesucristo, nuestro Salvador, V a Dios se le honra y da culto en el mundo cristiano y católico: a) con la observancia del descanso querido por Dios, en beneficio del mismo hombre y de su vida familiar y social; y b) asistiendo, participando en el acto supremo de culto religioso que existe en la tierra, y que Jesús mismo dio a su Iglesia: la Santa Misa.

Quienes reposan del trabajo semanal y acuden al templo para adorar a Dios y unirse a Jesucristo en la plegaria y en la Eucaristía, dan al domingo un valor de trascendencia altamente social.

Con razón dijo el Papa Pío XII, que del uso y destino que los hombres dieran al domingo, iba a depender el futuro del mundo. Si santificamos los domingos y días festivos como Dios quiere y la Iglesia enseña, el mundo mejorará y se elevará hacia Dios. Si el domingo es pervertido y profanado, la sociedad cristiana, que debe ser «luz del mundo y sal de la tierra»,. irá degradándose cada vez más y el mundo entero se hallará más y más lejos de Dios y cerca de su castigo.

La Misa, ¿vale la pena?

Claro que sí, ¡y muchísimo! Como que la Santa Misa es el mayor tesoro que Dios ha puesto en manos del hombre en la tierra.

Conviene saber que la Misa es el ÚNICO SACRIFICIO querido y acepto a Dios en el Nuevo Testamento, y que ha substituido todos los sacrificios y holocaustos del Antiguo. Y con gran ventaja.

En el Santo Sacrificio de la Misa, Jesucristo, nuestro divino Redentor, es, al mismo tiempo, el Sacerdote que ofrece a Dios Padre el Sacrificio, la Víctima que se ofrece así mismo y el Altar en el que se inmola.

Cristo murió en la Cruz una vez por siempre, para expiar los pecados de los hombres. Los méritos de su Sacrificio son infinitos, porque aunque murió como Hombre -ya que como Dios no. podía ni padecer ni morir-, el ser Dios da un valor infinito a su Pasión y Muerte.

Ahora bien: Jesús quiso dar y de hecho confió a su Iglesia su Sacrificio para que mientras el mundo fuera mundo pudiera ofrecerlo a Dios Padre, representándolo y actualizándolo sin cesar en los altares. Es la «hostia pura» que Malaquías profetizó que sería ofrecida de oriente a occidente.

Por esto, la víspera de su muerte, Jesús anticipó el Sacrificio de la Cruz, al instituir la Eucaristía en la Última Cena. Convirtió el pan en su Cuerpo «que será entregado por vosotros»: convirtió el vino en su Sangre, «que será derramada por vosotros y por muchos, en remisión de los pecados». Está bien claro el aspecto e intención sacrificial.

Y mandó a sus Apóstoles: «Haced esto, en conmemoración mía». «Esto, cuantas veces lo hiciereis, lo haréis en memoria mía».

No se trata, pues, de recordar en un acto religioso lo que Jesús hizo el Jueves Santo, la Pasión y Muerte que sufrió el Viernes Santo. La Santa Misa no es un simple hacer memoria», sino un «haced esto, en memoria mía», que no es lo mismo ni mucho menos. Es un repetir, un re-presentar de nuevo lo que Jesús hizo al final de la Cena Pascual: consagrar el pan y el vino, que se transubstancian en el Cuerpo y la Sangre adorables de. Jesús, y ofrecerlo en Sacrificio, unido el Sacerdote celebrante y toda la Iglesia con JESUCRISTO para rendir «a DIOS PADRE en la unidad del ESPÍRITU SANTO todo honor y toda gloria».

El Sacrificio de la Misa es «Iatréutico, eucarístico, impetratorio y expiatorio», es decir, dar a Dios la mejor adoración y alabanza, la más digna acción de gracias; es la más eficaz petición de nuevas gracias, y ofrece la más excelente expiación por los pecados. Y todo esto, porque la Misa es el SACRIFICIO DE CRISTO.

Este Sacrificio es válido para vivos y difuntos. Y así resulta ser el sufragio más propicio en favor de las almas que se purifican en el Purgatorio y que merecen nuestra ayuda, que se la podemos dar gracias a la Santa Misa y al vínculo espiritual, llamado «Comunión de los Santos», que nos mantiene unidos a los fieles cristianos, a todos, los del Cielo, los de la tierra y los del Purgatorio.

Demos también toda la importancia que tiene a la Santa Misa por otros dos motivos: en ella, y gracias a ella, podemos alimentarnos recibiendo la Sagrada Comunión, en la que se nos da el mismo Jesús con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; y, además, nos reunimos para escuchar la Palabra de Dios, óptimo manjar del espíritu, y su comentarla por el sacerdote.

Repitamos: ¡qué riqueza espiritual es y contiene y ofrece la Santa Misa!

¿Debemos ir a Misa los domingos?

Sin duda alguna, es un precepto de la Santa Madre Iglesia que obliga con carácter grave, si no hay causa justificada que nos dispense. Siempre las familias cristianas han dado preferencia a este deber, subordinando a su cumplimiento el resto del programa de los domingos y fiestas.

El domingo es el día de fiesta de los cristianos y por ello, la Iglesia nos convoca a reunirnos en el templo con alegría y amor fraternal. Es cosa buena y gozosa convivir los que nos sentimos doble mente hermanos por razón de una misma Fe, una misma Esperanza y una misma Caridad.

La Iglesia es la gran familia de los hijos de Dios, y en cualquier parte del mundo donde podamos estar, ir al templo y participar en la Santa Misa es causa de inmenso júbilo y el alma se siente en casa» aunque se halle en país extranjero y la lengua sea desconocida. La Misa nos hermana a todos.

Los padres deben acompañar a sus hijos pequeños a la Iglesia para tomar parte activa en los actos de culto, sobre todo en la Santa Misa. Es altamente ejemplar y consolador ver reunidas. familias enteras que con respeto y fervor van al templo a orar, escuchan con interés la Palabra de Dios, y comulgan dentro de la Santa Misa. ¡Dios las bendice ampliamente!

Cuando por razón de otras obligaciones no es posible ir todos juntos a una misma Misa dominical, los familiares conocen el horario de Misas en la Parroquia o de alguna otra iglesia próxima, y distribuyen su asistencia en las horas más convenientes.

Los desplazamientos de la región de origen a otra por causa de emigración, jamás deben determinar el abandono de las prácticas religiosas que se cumplían en el propio pueblo. Dios quiere ser honrado y servido en cualquier sitio. Las grandes ciudades también ofrecen en sus iglesias y parroquias, lugares deseables de refugio para el alma cristiana. Cada familia debe entrar en contacto con su parroquia y con el párroco y sentirse «Iglesia» dondequiera que esté.

No dejemos, pues, por nada del mundo de cumplir con Dios y con la Iglesia, y santifiquemos los domingos y fiestas de precepto participando con fe, alegría y amor en la SANTA MISA.

«¡OH, SI SUPIÉSEMOS QUÉ BIENES TIENE QUIEN A LA VIRGEN TIENE!», exclamaba San Juan de Ávila, uno de los sacerdotes más extraordinarios de la historia de la Iglesia. Y los bienes de la Virgen también se prodigan particularmente a los que rezan con amor las TRES AVEMARÍAS a la Santísima Virgen, cada mañana y cada noche.