P. Manuel Martínez Cano, mCR
Es muy importante tener ideas claras sobre los principios políticos que enseña la Iglesia católica, porque de la forma política que se dé a la sociedad depende muchísimo la difusión de la verdad y las buenas costumbres, o la difusión del error y la corrupción. Está en juego la salvación de muchas almas. Las leyes civiles deben ayudar a los ciudadanos a practicar la virtud.
La ruina espiritual de la Cristiandad (la Europa del aborto, la eutanasia, el divorcio, la homosexualidad, etc.) ha sido realizada por sistemas políticos que han despreciado la Ley de Dios. Las constituciones de las llamadas democracias modernas, surgidas de las desastrosas ideas del pacto social de J.J. Rousseau, impulsadas a sangre y fuego por la Revolución Francesa, materialista y atea, han levantado “la ciudad del mundo”, opuesta diametralmente a la ciudad de Dios. La Revolución Francesa impuso por el terror y la guillotina una ideología política en abierta y franca oposición a la tradición cristiana de casi dos mil años, ideología revolucionaria que niega el destino eterno del hombre en el gozo inefable de Dios, Creador, Padre y Redentor. El paraíso prometido del Estado democrático es el estado de bienestar, aquí en la tierra, saciando todo los vicios y pecados.
No recuerdo que en la historia de la Iglesia, haya habido una herejía de tanta eficacia descristianizadora como la democracia liberal moderna, cuyo principio fundamental es la independencia absoluta del hombre de su origen divino y de su destino eterno.
La equivocidad de la palabra “democracia”, genera desconcierto, confusión y corrupción. Es verdad que los ciudadanos tenemos derecho a participar en la vida pública y en el ejercicio del poder político. Pero no es verdad que la voluntad de la mayoría sea la única fuente del orden social. Hay un orden establecido por Dios, una Ley natural, que debe regir la vida privada y pública de los ciudadanos. La verdad y el bien no dependen de lo que diga una mayoría ni una minoría. No habrá justicia sobre la tierra si no se acepta el Decálogo, la Ley divina. Ningún bautizado puede “admitir como verdadera la doctrina según la cual la voluntad humana, individual o social, sería la fuente única y primera de donde se originan los derechos y deberes de los ciudadanos y de donde reciben su fuerza obligatoria las constituciones y la autoridad misma de los poderes políticos” (Pacem in terris. San Juan XXIII).
La democracia moderna destierra a Dios de la vida colectiva de las naciones, de las naciones que fueron cristianas. Nuestra responsabilidad ante Dios y la Historia es tremenda. Ningún problema particular, por importante que sea, ninguna promesa electoral por ventajosa que parezca, debería desviar la atención del católico para dejar de atender a lo principal: la Realeza Social de nuestro Señor Jesucristo. No hay término medio, ni centrismo, ni falsa tolerancia. Debemos combatir los nobles combates de la fe (1 Tm 6,12). Debemos luchar con todas nuestras fuerzas contra la democracia moderna, totalitaria y tiránica.
Hay que derrotar a esta democracia liberal-socialista que lucha contra Dios hasta en los ámbitos más íntimos de la vida familiar y educativa. Un católico sólo puede admitir la democracia que definió S.S. Pío XII es día de Navidad de 1944: “Una sana democracia, fundada sobre los inmutables principios de la Ley natural y de las verdades reveladas, será resueltamente contraria a aquella corrupción que atribuye a la legislación del Estado un poder sin freno ni límites, y que hace también del régimen democrático, no obstante las contrarias pero vanas apariencias, un verdadero y simple sistema de absolutismo”.
Los católicos debemos luchar para establecer en nuestras patrias el Estado católico, tal y como lo definió S.S. Pío XI: “Un Estado católico es aquel que tanto en el orden de las ideas y de las doctrinas cuanto en el orden práctico nada quiere admitir que no esté de acuerdo con la doctrina y la práctica católica”.
Liberalismo, comunismo y nacionalsocialismo han sido condenados por la Iglesia. El Régimen Político de Franco ha sido muy alabado por la jerarquía de la Iglesia. El Régimen Político de Franco fue un Estado Católico. Para mí y otros muchos, Franco fue un santo.
