En el espacio televisivo ce Dossier», de 28 de junio de 1978, preparado por los Servicios Informativos de RTVE, se presentó un programa dedicado al origen del hombre. El programa constaba, fundamentalmente, de un viaje a Kenia, cerca de la frontera de Etiopía, para entrevistar allí al profesor Leakey, que lleva muchos años descubriendo y clasificando restos de hombres primitivos y de homínidos, es decir, de animales cuyo cuerpo ofrece características morfológicas parecidas a las del hombre. Junto a datos de valor objetivo, ese programa contenía afirmaciones de una absoluta falta de rigor científico e incluso de seriedad. «EI hombre desciende del mono indiscutiblemente», decía el locutor. Ningún científico afirma eso, por cierto; a lo más creen que tanto el mono como el hombre descienden de un antepasado común, que se desconoce. «Nos dirigimos en avión hacia la cuna del primer hombre. ¡Aquí es donde el animal empezó a ser hombre!». Pero las afirmaciones del profesor Leakey, que es un hombre serio en su trabajo, no permitían, ni de lejos, hacer tales aseveraciones sensacionalistas. Cuando el entrevistador español le preguntó si aquel lugar era la cuna del hombre, dicho profesor contestó: celo más que podemos decir es que es probable… Lo único cierto es que debido a factores diversos se han podido conservar aquí estos restos primitivos». Pero el guionista español parece que no se dio por enterado y siguió haciendo afirmaciones a cual más temeraria: «Este paisaje áspero y desértico, donde apareció el primer hombre sobre la tierra, no encaja precisamente con la idea romántica de los jardines del Edén».
Propaganda materialista
El guionista de tal programa de TVE no era, sin embargo, nada original en sus asertos disparatados: seguía bastante bien toda una propaganda masiva que, a través de libros, películas, tebeos, dibujos, etc., invade al hombre de la calle sobre el evolucionismo. Son libros que pretenden ser científicos, pero que son más bien de ciencia-ficción. Por ejemplo, en «El hombre prehistórico», de Clark Howell, de «Time-Life», el autor, al presentar esa cadena de dibujos, tiene al menos la sinceridad de confesar que «muchas de las figuras -que vemos aquí han sido reconstruidas con muy pocos fragmentos -un diente, una parte de mandíbula-» y que «por lo mismo son productos de una suposición erudita…; Aunque los proantropoides y primates fueran cuadrúpedos, se muestran aquí erguidos para fines de comparación». ¿No será para fines de confusión y engaño? Todos sabemos que la evolución es un hecho observable de la naturaleza: la semilla se va haciendo paulatinamente árbol, el embrión se hace cría y luego animal adulto. Pero la evolución tiene lugar siempre dentro de una misma especie viviente. Nunca del embrión de un gato sale un perro, ni muchísimo menos un hombre. Por eso, la teoría que sostiene -que las cosas se han ido transformando de unas en otras se debiera llamar transformismo y no evolucionismo.
Una hipótesis no es una certeza
La teoría transformista es simplemente una hipótesis científica, o sea, una teoría imaginada corno posible. No es un hecho; no existe ni un solo hecho observado de auténtica evolución, ni hay pruebas irrefutables a su favor. Los evolucionistas, no obstante, no quieren ni oír hablar de ello. En vez de aducir pruebas, se limitan a proclamar que la evolución es un hecho innegable que no admite vuelta de hoja. Pero esto no es honrado. En Estados Unidos, actualmente, junto a una propaganda masiva a nivel popular en pro de la evolución -que se exporta a otros países-han ido apareciendo varias instituciones que explican el origen de las especies por la teoría creacionista, y no por la teoría evolucionista. La prestigiosa revista «Scientific American», cuyos colaboradores son prácticamente todos evolucionistas, tuvo, sin embargo, la honradez intelectual de escribir en una editorial, que no había derecho que en las aulas y los libros académicos se presentara la hipótesis evolucionista exclusivamente y. se suprimiera o se ridiculizara la explicación creacionista, o «fijista» de grandes sabios como Lineo. Esta actitud más aperturista no ha llegado por desgracia todavía a España. El que esto escribe tiene delante un libro de divulgación acerca del origen del hombre en el que se sostiene una forma de evolucionismo tan materialista, excluyendo a Dios, que pienso es parangonable a la de los mismos comunistas, que son materialistas evolucionistas. Para éstos todo se deriva de una materia primitiva. No hay nada espiritual: ni alma ni Dios. Pero, ¿y la materia? ¿De dónde salió? -se sonrojarían al afirmarlo-. ¡Y el autor es nada menos que un religioso español! y el mismo Catecismo Nacional de preadolescentes, al que nada se le puede objetar desde el punto de vista estrictamente religioso, pues ha sido aprobado por los obispos, sin embargo en este aspecto contiene nada menos que una afirmación absoluta de la evolución universal, cuyo término es el hombre (página 9), sin advertir siquiera al alumno del carácter hipotético de esta evolución y de los límites que señala la Iglesia (Pío XII y Pablo VI) a esta hipótesis en lo referente al origen del hombre como tal.
La creación y el evolucionismo
En el libro del Génesis, y en múltiples otros pasajes de la Biblia, Dios nos revela que creó el mundo y todos los seres vivientes de la nada. Es completamente cierto esto y ninguna verdadera ciencia puede ponerlo en duda. La narración bíblica de la creación del mundo, de las plantas, animales y hombre responde a la verdad objetiva e histórica. No se trata de una fábula ni de una leyenda ejemplar, en parte histórica y en parte ficticia. Lo ha declarado así la Iglesia en varias ocasiones. Sin embargo, esta narración no constituye una descripción popular, de carácter religioso, ajustada a la mentalidad primitiva. La Biblia no pretende hacer ciencia, sino declararnos auténticamente las verdaderas relaciones entre Dios y nosotros.
No obstante, la cuestión del origen de todos los seres en relación con la ciencia, que estudia solamente las causas segundas y sus leyes, no está del todo agotada. La palabra yom -día- se puede tomar por épocas larguísimas, sin que esto contradiga la narración bíblica de los seis días. Pero aun admitida la creación del mundo por obra de Dios y la aparición sucesiva de los seres sobre el globo en el espacio de muchísimos años, nos podemos preguntar si el acto creador de Dios produjo de modo directo e inmediato todas y cada una de las distintas especies vivientes, que aparecieron sucesivamente en la tierra -teoría creacionista-, o bien si, una vez creada la materia, todo se fue produciendo después en virtud de una transformación o evolución continua de esa materia y de las cosas contenidas en ella, de modo que un ser proceda naturalmente de otro.
El evolucionismo absoluto quiere explicar la aparición de todos y cada uno de los seres existentes a partir de una materia primitiva. Los primeros organismos nacieron espontáneamente -dicen, siguiendo al profesor ruso Oparin-y luego, por transformaciones sucesivas, han ido apareciendo todos los demás, incluso el hombre. La otra forma de evolucionismo, el moderado, afirma que, presupuestas algunas especies primitivas creadas por Dios, todos los otros seres, excluida siempre el alma del hombre que fue infundida directamente por Dios, se han ido produciendo a través de una transformación y perfeccionamiento sucesivos, en conformidad con cierta ley impuesta por Dios mismo a esos seres, para que realizasen así, y no de otro modo, el esquema grandioso y armónico del cosmos que responde, por tanto, a una finalidad divina.
El evolucionismo absoluto implica una contradicción y es, por tanto, imposible: nadie puede dar lo que no tiene; es imposible que la vida pueda producirse espontáneamente de la materia, que es una forma de existencia muy inferior. El evolucionismo moderado, limitado a las especies vegetales y a los animales, con exclusión del alma del hombre, no contradice la fe, ni encierra cosa alguna contradictoria por parte de la razón.
El origen del hombre
El caso del hombre se presenta para los evolucionistas materialistas como un simple caso más de la evolución de las especies vivientes. Pero, incluso para ellos, el hombre es uno de los escollos más engorrosos con que tropiezan para establecer su serié evolutiva. Y esto no sólo por lo que se refiere a su espíritu -su alma inmortal y espiritual- acerca del cual la sana filosofía y la fe nos enseñan de modo ciertísimo que no pueden proceder de la materia y sólo pueden ser producto directo de la creación inmediata de Dios, sino también en cuanto al cuerpo, en el que no pueden menos que reconocer unas características especiales que no concuerdan con las de ningún animal. Y es que, según la Biblia, la intervención divina no puede limitarse -respecto a la creación de Adán- a la sola creación e infusión del alma, sino que ha de extenderse también a la preparación del organismo capaz de recibir el alma. Las semejanzas morfológicas de los simios con los hombres no quitan el hecho de que el cuerpo humano es apto para recibir la vida espiritual, y el cuerpo de un simio no lo es.
La devoción de las TRES AVEMARÍAS, tan recomendada por los santos y los pontífices, no sólo es una devoción mariana, sino que es también una devoción a la Santísima Trinidad. La primera Avemaría se recita en honor a Dios Padre, que dio tal poder a su Hija; la segunda en honor a Dios Hijo, que la llenó de su Sabiduría, y la tercera al Espíritu Santo, que la colmó de su Amor. Rézalas cada mañana y cada noche.
