Padre Alba IRvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 205, abril de 1996

Debemos adquirir la decisión, bien enraizada en la fe, de huir de las faltas veniales. Otra cosa significa renunciar de antemano a la perfección. El ideal de alcanzar la santidad, no consiste solamente en el deseo de vivir en gracia, ya que no sería un primer paso solamente, sino en practicar la virtud en todo tiempo, en toda circunstancia, fácil o difícil.

La práctica de la virtudes, en lo que consiste la santidad, si se practican hasta grados heroicos, da la hermosura al alma. Esa práctica en un nivel primero, exige no permitirnos aceptar pecados veniales deliberados y con descuido de los gustos de Dios. Dios quiere que tendamos a asemejarnos a Él, odiando toda mancha de pecado, para aproximarnos en cuanto permite nuestra naturaleza a su perfección infinita. La obra pictórica más bella -eso es el alma en gracia- queda afeada e impresentable por manchas o cortes en el lienzo.

Si no procuramos evitar las manchas ligeras, nuestra virtud será siempre lánguida. También nuestro espíritu se sentirá siempre inclinado hacia la Tierra, como las ramas de un sauce.

¿De qué forma? Son innumerables los caminos y cada uno debe conocerse en los trazos de su personalidad, por los que le dominan los desórdenes de las faltas veniales. A modo de ejemplo podemos enumerar: locuacidad excesiva, familiaridades que no ayudan a una vida de generosidad, ambición de bienes materiales, deseo de sobresalir sobre los demás, afán de llamar la atención con exageraciones y aun mentiras en ocasiones, falta de alegría interior y en la vida común de familia, espíritu negativo y desagradable en el trato con falta de caridad habitual, omisión de muestras de agradecimiento a personas de nuestro entorno, egoísmos, encerrarse en sí mismos, oposición a las sugerencias ajenas y no dar gusto a sus deseos más íntimos, satisfacer las voluntades de los otros, incluso superiores de mala gana, falta de atención, respeto, amabilidad para con el prójimo…y tantos otros defectos semejantes que provocan multitud de faltas veniales.

Quien así vive, sin una lucha sincera contra el pecado venial y sus caminos, será siempre aniñado en la virtud y nunca un varón santo en sentido pleno. No será hombre religioso, sino hombre que practica actos religiosos, pero sin una verdadera y sincera religiosidad, en busca de unirse en el servicio de Dios con obras de vencimiento y perfección.