En enero de 1978 el Boletín AYUDA A LA IGLESIA NECESITADA publicaba el retrato de una atrayente muchacha junto con la siguiente nota:
«NIJOLE SADUNAITE. –No hay mayor felicidad que sufrir por la verdad y la felicidad de los hombres. Con alegría entro en prisión por la libertad de los otros. Estoy también dispuesta a morir a fin de que otros puedan vivir. ¡Cómo no alegrarme, si el Dios todopoderoso ha prometido que la luz triunfará sobre las tinieblas, que la verdad vencerá al error y a la mentira! Hoy, al acercarme a la vida eterna, Jesucristo, pienso en su palabra: Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. -Fueron las últimas palabras que la joven lituana, Nijolé Sadunaité, dirigió a los jueces que el 17 de junio de 1975 la condenaron a tres años en el campo de concentración y tres de exilio, a causa de su testimonio por Cristo. La estación del viacrucis que acaba de alcanzar se llama Krasnojarskij, al norte de Siberia. ¡Rogad por ella!».
Es un ejemplo para todos la valentía heroica de esa joven lituana, su firmeza en la defensa de la fe, el amor que rebosan sus palabras. Tal presencia de ánimo no se improvisa. Es fruto de una gran madurez espiritual, pensaremos. Sí, pero denota sobre todo el Espíritu Santo actuando en su alma. Nijolé Sadunaité vive intrépidamente su fe, es fiel a su compromiso cristiano, y en ella se manifiesta plenamente la fuerza de Dios.
Jesucristo al fundar su Iglesia no dejó ningún cabo suelto. Conocía perfectamente la naturaleza de los que habrían de ser sus miembros, sus flaquezas y limitaciones, las dificultades y contradicciones con que nos íbamos a encontrar. Y cuando nos invitó a todos a la santidad no nos ofreció ninguna quimera, porque nos señaló claramente las directrices y nos proveyó de todos los medios necesarios para alcanzarla, principalmente los Sacramentos, canales parlas que más directamente fluye la gracia al alma y nos hacen participar de la propia vida divina.
La Confirmación completa nuestra incorporación bautismal
El cristiano nacido a la vida de la gracia por el Bautismo, recibe la plenitud del Espíritu Santo por el Sacramento de la Confirmación. En el Bautismo los neófitos reciben el perdón de los pecados, la adopción de hijos de Dios y el carácter de Cristo, por el cual quedan agregados a la Iglesia y se hacen partícipes, inicialmente, del sacerdocio de su Salvador. «Con el Sacramento de la Confirmación los renacidos en el Bautismo reciben el don inefable del Espíritu Santo mismo, por el cual son enriquecidos de una fuerza especial y marcados por el carácter del mismo Sacramento, quedan vinculados más perfectamente a la Iglesia, mientras son más estrictamente obligados a difundir y a defender con la palabra y las obras la propia fe como auténticos testimonios de Cristo.» (Pablo VI, Divinae Concortium Naturae). Y con otras palabras pero igual significado lo expresa el Ritual de la Confirmación: «Por esta donación del Espíritu Santo, los fieles se configuran más perfectamente con Cristo y se fortalecen con su poder, para dar testimonio de Cristo y edificar su Cuerpo en la fe y en la caridad».
De todo ello se deduce: a) La conexión complementaria entre el Bautismo y la Confirmación. b) Marcados con la cruz de Cristo, los confirmados reciben la efusión del Espíritu Santo que les robustece en su fe y les capacita para dar firme testimonio de Cristo. c) Una mayor vinculación con la Iglesia, y como consecuencia el compromiso ineludible de confesar, defender y difundir valientemente la fe que profesamos.
Finalmente, la Confirmación está vinculada con la Eucaristía, que los fieles marcados ya por el Bautismo y la Confirmación, son injertados, de manera plena, en el cuerpo de Cristo mediante la participación de la Eucaristía. La recepción de los tres Sacramentos constituye la etapa de iniciación cristiana.
La Confirmación, ¿fue instituida por Jesucristo?
Repetidas veces en el Evangelio y sobre todo durante la Última Cena, Cristo nos ha prometido la efusión del Espíritu Santo, con la finalidad de dar testimonio de Él (Jn. 15, 26-27). El Espíritu Santo, que desciende en Pentecostés enviado por Cristo, transforma a los Apóstoles y convierte a los fieles: «Los Apóstoles imponían las manos sobre los que habían sido bautizados y recibían el Espíritu Santo» (Act. 8, 14-18). Y varias veces en el Nuevo Testamento se distingue entre los dos signos o ritos de iniciación cristiana -Sacramentos- (Act. 19, 6~7; He. 6, 2; Ti. 3, 5). En consecuencia, Cristo ha unido a un rito sensible, distinto del Bautismo, pero que lo completa, una especial donación del Espíritu de Pentecostés. Cristo ha instituido, pues, el Sacramento de la Confirmación.
El signo sensible de la Confirmación
- A) La acción que se realiza es una imposición de manos y una unción. El elemento material que se emplea es el santo crisma: una mezcla de aceite y bálsamo que el obispo consagra el día de Jueves Santo. Todos estos gestos tienen un bello simbolismo: la imposición de manos, según la mentalidad bíblica, expresa la venida del Espíritu de Dios. El crisma es un perfume que extiende su olor en torno y un aceite que da agilidad y tonifica. Se recibe el Espíritu Santo para extender el buen olor del Evangelio (2 Cor. 14-17) y hacerlo con fortaleza. La cruz significa el sello del soldado de Cristo. La forma o palabras sustanciales del Sacramento son éstas: N., RECIBE POR ESTA SEÑAL EL DON DEL ESPÍRITU SANTO.
- B) Las personas que intervienen en este Sacramento son: el ministro, que normalmente es el obispo -al que se llama ministro ordinario-, pero actualmente se ha dado también la facultad de confirmar a los presbíteros, con preferencia a que tengan una especial vinculación a la Iglesia local-diocesana. Y el sujeto que lo recibe, que puede ser todo bautizado en estado de gracia, que tenga intención de recibirlo y con instrucción religiosa suficiente. Si se recibe en pecado mortal se comete un sacrilegio, pero queda impreso en el alma el carácter. Este carácter, en cuanto recobre la persona confirmada el estado de gracia, le comunicará las gracias propias del Sacramento. En cuanto a la edad, no está determinada, aunque como mínimo se difiere a la del discernimiento o uso de razón.
Como acompañante interviene el padrino. Puede elegirlo el confirmado, y pueden serlo los propios padres o los padrinos del Bautismo, en cuyo caso queda más patente la relación complementaria de ambos Sacramentos.
¿Es necesaria la Confirmación?
La Confirmación no es imprescindible para salvarse como el Bautismo, pero peca quien pudiendo recibirla la rechaza, porque se priva de gracias que pueden serie muy necesarias y al mismo tiempo priva a los demás de un testigo irradiante.
Efectos de la Confirmación
- a) Aumenta la gracia santificante, vigorizando la vida divina que el Bautismo nos comunicó. b) Da la gracia sacramental propia: fuerza para ser testigos de Cristo y para todas las dificultades, incluso para el martirio. c) Imprime carácter de cristiano completo y de soldado de Cristo. d) Da el Espíritu Santo con todos sus dones, ya que viene no a habitar -pues ya habita desde la gracia primera del Bautismo- sino a adornar y enriquecer nuestra alma.
Nuestro compromiso profético de confirmados
En el Sacramento de la Confirmación el Espíritu Santo robustece nuestra vinculación con la Iglesia y nos compromete de lleno en su misión profética: dar testimonio valeroso de Cristo. Según expresión de Schmid: «Como los atletas antiguos se ungían con aceite para triunfar en el combate, así también el Espíritu Santo nos vigoriza con el sagrado crisma para hacernos atletas espirituales». El cristiano confirmado está ya pues en plena forma para actuar. Atención, porque aquí actuar significa que el don recibido, este robustecimiento de la fe, no está ordenado sólo a Un enriquecimiento personal, sino a una proyección de cara a los demás. La reacción de los Apóstoles en Pentecostés es claramente misionera. Y todo cristiano, cada uno en su puesto, está llamado a ser «sal de la tierra» y «luz de mundo» (Mt 5, 13-16). De ahí la afirmación de San Agustín: «Si nosotros fuéramos de verdad cristianos, no habría herejes». Seamos pues católicos responsables, a lo Nijolé Sadunaité, para transmitir y defender audaz y valerosamente nuestra fe. Sólo así seremos miembros edificantes y savia vivificante de la Iglesia de Cristo. Y Cristo cuenta contigo.
«HONRAD A LA VIRGEN MARÍA Y HALLARÉIS LA VIDA YLA SALUD ETERNA», es una frase de San Buenaventura. Y una manera de honrar a la Virgen María es no olvidarse JAMAS de rezar cada mañana y cada noche las TRES AVEMARÍAS.
