historiaMarcelino Menéndez y Pelayo
Cultura Española, Madrid, 1941

Pero tales movimientos convulsivos y desordenados no eran indicio de empobrecimiento de la sangre, sino más bien de plétora y exuberancia de ella. Toda aquella vitalidad miserablemente perdida en contiendas insensatas y puesta al servicio de la fiera ley de la venganza privada, era la misma que pocos años después iba a llegar con irresistible empuje hasta Granada, desarraigar definitivamente la morisma del pueblo español, dilatarse vencedora por las rientes campiñas italianas y, no cabiendo en Europa, lanzarse al mar tenebroso y ensanchar los límites del mundo. Para dar tal ejemplo a esa fuerza, hasta entonces maléfica y desordenada bastó ahorcar a unos cuantos banderizos, bastó que los Reyes volviesen a serlo, y que la cuchilla vengadora de Alfonso XI pasase a las manos de la Reina Católica, p ara nivelar en una misma justicia a Ponces y Guzmanes, Monroyes y Solises, Oñacinos y Gamboinos, Giles y Negretes, Pardos y Andrades.

Esta época tan llena de sombras en lo político, fue brillante y magnífica en el alarde de la vida exterior, y fecunda, activa i risueña en las manifestaciones artísticas. A ella pertenecen los primores del gótico florido, tan lejano de la gravedad primitiva, pero tan rico de caprichosas hermosuras; la prolija y minuciosa labor como de encajes con que se muestra la escultura en los sepulcros de Miraflores; la eflorescencia de la arquitectura civil en alcázares y fortalezas, donde se unen dichosamente la robustez y la gallardía; innumerables fábricas mudéjares en que alarifes moros y cristianos conservan la tradición del viejo estilo y llevan a la perfección el único tipo de construcciones peculiarmente español y finalmente nuestra iniciación en la pintura por obra de artistas flamencos o italianos. No vive el grande arte sin el pequeño, y por eso nunca antes de la primera mitad del siglo XVI, en que todos los elementos de nuestra vida nacional se determinaron con su propio y grandioso carácter, fue tan notable como en el siglo XV el esplendor de las artes industriales, suntuarias y decorativas, a esplendidez de trajes armas y habitaciones, y hasta los refinamientos del lujo en la cámara y en la mesa. Las fiestas caballerescas eran como en el Paso de armas, de Suero de Quiñones, se describen. Se comía conforme a lasa prescripciones del Arte Cisoria, de don Enrique de Villena cuyos menudos preceptos y sutiles advertencias pueden dar envidia al gourmet de paladar más fino y escrupuloso. Los trajes y afeites de las mujeres eran tales como minuciosamente los describe en su Corbacho el Arcipreste de Talavera. Que moralmente hubiera en todo esto peligro y aun daño notorio, es cosa evidente de suyo; pero que toda esta vida alegre, fastuosa y pintoresca, que llevaban, no ya solo los grandes señores y ricos-hombres, sino hasta acaudalados mercaderes de Toledo, de Segovia, de Medina o de Sevilla, en trato y relación con los de Gante, Brujas o Lieja, con los de Génova y Florencia, fuese, a la vez que un respiro y un rayo de sol en medio de tantos desastres, un estímulo y un regalo para la fantasía, y una atmósfera adecuada para cierto género de cultura, tampoco puede negarse (1).

(1) Historia de la poesía castellana en la Edad Media. Tomo II, páginas 7 a 13.