Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 232, octubre de 1998
Me preguntabais ayer: ¿Qué postura tomar en medro de la confusión presente de esta democracia impía universal? Os respondía con la petición del Señor Jesús: “Manete in dilectione mea”. Permaneced en mi amor.
El pueblo cristiano ha sido dispersado en el destierro interior. Ya no se le envía como al antiguo Israel a Babilonia o a Asiria. En cada lugar, en cada diócesis ha sido dispersado bajo el dominio prepotente de la nueva religión de derechos humanos y connivencias con la democracia impía. Nos rodean muchos perros rabiosos y la reunión de los malignos nos oprime. De continuo se nos tienden lazos. No vemos al frente pastores, que dirijan valientemente al pueblo, y contemplamos nuestros templos, cerrados, sin oración, sin sacrificio.
Ahora nuestra oración como la de Azadas en el horno de las incomprensiones y dificultades, es suplicar al Señor que aunque todas las calamidades que presenciarnos las merecen nuestros pecados, también es hora de recibir la misericordia infinita que cubre nuestro corazón humillado. Es verdad que nos hemos convertido en un pequeño rebaño, en un pequeño pueblo que sufre y quiere servir al Señor. Por eso podemos argumentar al Señor desde nuestra debilidad que jamás se escuchó, fueran confundidos los que esperaban únicamente en Él.
Las palabras que nos conserva el Evangelio de San Juan dirigidas por Jesús a sus Apóstoles, se nos dicen ahora a nosotros: “Permaneced en mi amor”. Tragedia de los patriotas que ven a su patria vendida por cuatro monedas a poderes sin rostro. Tragedia la de los católicos fervorosos que se ve zaheridas por los mismos sacerdotes, por conservar la modestia y la ascética cíe la Iglesia que siempre enseñaron los santos y aspiran a una política que proponga a Jesucristo como Rey social. Tragedia de todos por verse sin príncipes, ni profetas, ni jefes” que den luz en este caos.
Pues bien, escuchemos en el fondo de nuestra alma. “Permaneced en mi amor Quiero, pequeño rebaño mío, que sigas a mi lado en esta hora de soledad, de Getsemaní. Permanece en mi amor. Muchos se cansan y me abandonan, entregándose al progresismo y a la religión comodona sin cruz y sin pecados. Tú, permanece en mi amor. No te inquiete el hecho de ver los destrozos en mi Iglesia, en tu misma familia y otras familias, en la vida religiosa, en la tenla impía de la democracia sin Dios. Tú vive en silencio. Levanta al cielo tu cabeza. Espera de Mí la victoria. Medita, reza, comulga, sacrifícate, ejercita las obras de misericordia, y espera, espera conmigo junto al Sagrario. Permanece en mi amor. Lo demás lo permito que suceda para tu propio bien, y bien futuro de la Santa Iglesia. Yo Dios, no cambio. Maneto in dilectione mea.
