La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31).
Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.
El otro es un don La parábola comienza presentando a los dos personaje principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21).
Arzobispo Jean Abdou Arbach
El Papa convocó un día de oración por Siria, el 7 de septiembre. Fue una llamada del Espíritu Santo, no una llamada cualquiera. Cuando el Papa habla, lo hace con el corazón. Él conoce bien el sufrimiento de la pobreza, el sufrimiento que causan las guerras… El Vaticano está muy preocupado por esta guerra. Las palabras del Papa siempre hacen bien a todos los pueblos y a todos los países. La oración nos ayuda mucho.
Monseñor Julián Ruiz Martorell
El primer deber es el respeto a los padres. El respeto se construye desde la gratitud. Los padres os han dado la vida, os manifiestan su amor, trabajan y se desviven por vosotros, os ayudan a crecer como personas y como creyentes. Ninguno de vosotros os habéis dado la vida a vosotros mismos. Es imposible pagar a vuestros padres todo lo que hacen por vosotros. Es necesario saber dar las gracias con los labios y con el corazón, de modo directo, sin miedo y sin buscar beneficio inmediato.
Obispo Francisco Cerro Chaves
Es necesario que seamos fieles al Corazón de Jesús, evangelizadores de misericordia y desde la bondad del Corazón de Cristo, siempre partiendo desde nuestras pobrezas y debilidades. Somos nosotros los que a veces, por nuestra soberbia, no nos identificamos con los sentimientos del Corazón de Cristo, somos «puro impedimento» como dice san Ignacio, para realizar la obra de la Redención.
Es necesario saber que Dios cuenta con nuestros signos pobres, para llevar adelante la obra de salvación. Cuenta con nosotros para que construyamos «la civilización del amor».
Catecismo de la Iglesia Católica
Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión. (1036).
