mariaIldefonso Rodríguez Villar
Puntos breves de meditación
sobre la vida, virtudes y advocaciones litúrgica
de la Santísima Virgen María
26ª edición, Valladolid, 1965

Pensamiento de Cielo. -Ideas y pensamientos elevados pedíamos en la precedente meditación y, sobre todos ellos, concretábamos la elevación y dignidad de nuestros pensamientos en el de la mayor gloria de Dios. -Pero es bien claro que junto con este pensamiento tan sublime, y como una continuación o complemento del mismo, está el de la salvación de nuestra alma y la posesión, por tanto, de Dios en la eternidad. -Así dice San Ignacio, en sus Ejercicios: «el hombre es criado para alabar…, hacer reverencia… y servir a su Divina Majestad… y mediante esto, salvar su alma»…

¡¡El Cielo!!…, qué poco pensamos en él…y, sin embargo, qué digno es de que nunca le perdamos de vista… Si pensáramos más en él, no tendríamos que temer a los pensamientos bajos, rastreros y frívolos del mundo… Es algo inexplicable que nos absorban tanto las cosas de la tierra y nos atraigan tan poco las del Cielo… Le vemos tan lejos, que Vivimos como si nunca hubiera de llegar el día de acercarnos a él…; nos parece una cosa tan alta, que prácticamente obramos como si no fuera cosa nuestra y para nosotros.

Pero esa es, no obstante, la dulcísima realidad. Hemos sido creados para el Cielo…, no para la tierra…; ésta, aún antes del pecado, hubIera sido una cosa pasajera y transitoria…, nunca el lugar de nuestro fin y el término de nuestra existencia.– Pero menos aún después del pecado…, pues éste, convirtió al Paraíso Terrenal en un destierro…, en un valle de lagrimas y miserias… y a pesar de eso Vivimos en este mundo, sin anhelar el momento de la liberación de esta cárcel…, contentos con nuestras cadenas no apetecemos la libertad…; esto es un absurdo Inconcebible, pero es verdad.

No podemos ni imaginarnos siquiera cómo un preso no desee dejar la cárcel, sobre todo si ésta fue durísima… y, sin embargo, así es nuestra conducta… No lloramos por la otra vida que es la vida verdadera…, más bien lloramos porque la hora se acerque tan pronto… No suspiramos por la posesión de Dios, sino más bien por poseer a las criaturas… No nos seduce lo inmortal…, lo infinito…, lo eterno…. sino que nos preocupamos, sobre todo, Por lo caduco…, por lo que no tiene consistencia ni valor alguno… Es horrible y espantosa esta locura…, eta puerilidad necia y estúpida en la que Vivimos…, pero al fin, es una triste realidad.

No es el pensamiento del Cielo, como debía de ser, el que sostiene nuestro ánimo desalentado y cansado de la lucha diaria…, no es el punto central adonde deben converger nuestras miradas…, no es el que nos guía y nos mueve a obrar en nuestros actos. -Bien merecíamos que Dios nos castigara con la privación de un bien que no queremos estudiar…, conocer…, apreciar…, desear…

El cielo en María. – En cambio, mira qué distinto fue este pensamiento en la Santísima Virgen… Su vida fue siempre vida de cielo… vivía en la tierra con el cuerpo, pero su alma…, su pensamiento…, su vida toda, estaba más arriba…, siempre en el Cielo. -Acostumbrada al trato y comunicación con Dios en su continua y fervorosa oración…, conversando frecuentemente con los ángeles que la servían y que se gozaban en acompañarla…, teniendo primero en su seno purísimo al mismo Dios… y contemplando y teniendo a su vista constantemente después, los ejemplos y la presencia real de su divino Hijo…, ¿qué otro pensamiento podía ocuparla ni satisfacerla, sino lo que con Jesús se relacionara?… Y por tanto, ¿cómo había de ser su vida terrena, sino una vida totalmente celestial?…

Pero especialmente acompaña a María en el momento de la Ascensión de su Hijo a los Cielos.– Según la Tradición Sagrada, Ma­ría asistió a aquella solemne despedida de Jesús en el monte delas Olivas…; sus ojos maternales, igualmente que los de los discípulos; vieron subir al Señor…, le contemplaron elevarse de la tierra… y mientras pudieron divisarle, siguieron y permanecieron fijos y clavados en aquella nube gloriosa y resplandeciente que le cubrió y le apartó ya de las miradas de este mundo… ¡Qué gozo sentiría la Santísima Virgen al ver este tan glorioso triunfo de su Hijo!… Ya subía a su trono, ya entraba en posesión de su Reino… y este Reino ya no tendría fin…, ya nadie podría discutírsele ni arrebatársele…

Pero estos pensamientos tan gloriosos y tan alegres para la Virgen, iban acompañados de otro, que para Ella era una nueva espada de dolor… ¡Ya no vería más a su Hijo!… ¡Ya no podría gozar más en su presencia…; ahora iba a vivir en una absoluta soledad…; nada ni nadie podía suplir a su Jesús…; ahora comenzaba a conocer más que nunca que esta vida es una cárcel, es un destierro… ¿Cuales, pues, serían desde este momento sus ansias por la Patria…, por el Cielo?… Si Ella no podía vivir sin ver a Jesús…, sin pensar en Jesús…, sin tener continuamente presente a Jesús…, ¿cómo aumentarían ahora esos anhelos suyos de unirse con Jesús…, a la vista de los lazos corporales que tan fuertemente la retenían aquí en la tierra y no la dejaban volar con su Hijo?… Si hasta entonces también fue su vida de Cielo ¿cómo sería ahora?.. ¿Cómo vería Ella en estos últimos años, todas las cosas de la tierra?… ¿Qué había en esta que la pudiera importar, ni interesar lo más mínimo?….., Contempla así a la Virgen Santísima…, resignadísima a Vivir separada de su Jesús todo el tiempo que lo dispusiera la divina voluntad…, pero a la vez superando sin cesar por el Cielo…, por su Hijo y por su Dios…, por la reunión y posesión eterna del objeto de sus pensamientos, de sus deseos y de su amor. -Empápate en estas ansias tan vivas…, en estas esperanzas tan ardientes…, en esta aspiración tan continua haCIa el océano del amor divino, que en esta época constituyeron la parte más esencial de la vida de Ma­ría… y pídela que te ensene a conocer… y a desear… y a sentir los encantos del Cielo, para que nada te atraiga y te seduzca en la tierra en que vivimos

El Cielo en ti. -Así, pues, debe ser tu vida en este mundo… una vida de paso…, «una mala noche pasada en una mala posada»…, un viaje rapidísimo que terminará pronto en la vida verdadera…, en la vida sin fin del Cielo… y ¡qué vida aquella! La vida del Cielo es la vida de Dios…; el Cielo, es Dios…, es la visión beatífica de la divinidad…, es el conocimiento de Dios…, es el amor de Dios inundando…. esclareciendo y glorificando al alma. Este conocimiento y este amor, no se pueden ni aun soñar mucho menos concebir en esta vida…, nos lo impide el cuerpo maternal y de barro que tenemos…. pero cuando el alma le deje y se desprenda de él, ya no habrá nada que lo impida… ¿Entiendes bien lo que significa esto? -La vida del Cielo exige necesariamente desprenderse de la carne que te arrastra por la tierra… Cuanto más gusto des a tu cuerpo…. cuanto más vivas la vida corporal y te apegues a ella menos te acercas a la vida del Cielo. -A la par que el espíritu se vigoriza… y que domina v mortifica a la materia… y sujeta al cuerpo al que está encadenado…, se acerca a la vida de la bienaventuranza…, vive más la vida del Cielo…

Piensa mucho en esto… Él Cielo…, el reino de Dios está dentro de nosotros mismos…, en nuestras manos está anticiparlo…; cuanto más vivas la vida del espíritu más sentirás esa paz y bienaventuranza que constituye la vida del Cielo… -Este es el pensamiento y el deseo que mas debe dominarte…: convertir esta vida de destierro y de lágrimas, en un anticipo del Cielo… y a la vez en una preparación del mismo.

Levanta los ojos hacia arriba…, no los arrastres tanto por la tierra y cuando vengan los trabajos…, los sufrimientos las enfermedades… y todo lo que sirve para amargar la vida y hacerla insoportable, acuérdate del premio…, piensa en el Cielo que te espera y sentirás tal fuerza y tan gran consuelo, que desafiarás a todos los contratiempos que te sucedan, pues, como decía San Pablo, «no son dignas de comparación todas las penas de este mundo con el más pequeño de los consuelos y goces de la otra vida». -Encomiéndate a la Santísima Virgen…. invócala como Puerta del Cielo que es, y dila que te dé asentir ahora algo de aquella vida…. para que viviéndola así ahora, la asegures algún día en la eternidad.