María

¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que retornan a él! (Eclesiástico17, 29)

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Sí: los que se alejan de ti se pierden; tú destruyes a los que te son infieles. (Salmos 73, 27)

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Pues bien, os juzgaré, a cada uno según su proceder, casa de Israel —oráculo del Señor Dios—. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos, y no tropezaréis en vuestra culpa. Apartad de vosotros los delitos que habéis cometido, renovad vuestro corazón y vuestro espíritu. ¿Por qué habríais de morir, casa de Israel? Yo no me complazco en la muerte de nadie —oráculo del Señor Dios—. Convertíos y viviréis. (Ezequiel 18, 30-32)

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 Les dirás: Esto dice el Señor del universo: Volveos a mí —oráculo del Señor del universo— y yo me volveré a vosotros, dice el Señor del universo. No seáis como vuestros padres, a quienes predicaron los profetas de antaño diciendo: “Esto dice el Señor del universo: Convertíos de vuestra mala conducta y de vuestras perversas acciones”. Pero ni me escucharon ni me hicieron caso —oráculo del Señor—. (Zacarías 1, 3-4)

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Por eso, majestad, acepta de buen grado mi consejo: expía tus pecados con limosnas, y tus delitos socorriendo a los pobres, para que dure tu paz. (Daniel 4, 24)

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Por lo tanto, queridos hermanos, ya que siempre habéis obedecido, no solo cuando yo estaba presente, sino mucho más ahora en mi ausencia, trabajad por vuestra salvación con temor y temblor, porque es Dios quien activa en vosotros el querer y el obrar para realizar su designio de amor. Cualquier cosa que hagáis sea sin protestas ni discusiones, así seréis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una generación perversa y depravada, entre la cual brilláis como lumbreras del mundo. (Filipenses 2, 12-15)

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Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca. Que el malvado abandone su camino, y el malhechor sus planes; que se convierta al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón. (Isaías 55, 6-7)

Luz y tinieblas

Queridos míos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo —y esto es verdadero en él y en vosotros—, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos. (1ª San Juan 2, 7-11)