Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 235, enero de 1999
Ante el año nuevo de 1999
El primer domingo de Adviento, 29 de noviembre, convocó el Papa a toda la Cristiandad para el gran Jubileo del año 2000, con la publicación de la Bula “incarnatini mysterium”. Unos días después anunciaba, también el Papa, su intención de acudir a Santiago de Compostela, con motivo del año Santo Compostelano de 1999. Quiere, con este nuevo esfuerzo, ante la tumba del apóstol Santiago, suplicar al santo patrón de España que alcance gracias abundantísimas para el Jubileo del fin de siglo.
¿Qué inquietud tiene el Papa que le lleva a emprender esos esfuerzos verdaderamente sobrehumanos, para sus años y para su quebrantada salud? Hay en él una urgencia evangelizadora cada vez más acuciante, a medida que su conocimiento de la desventura del mundo y su contacto con los hombres de todas las razas y continentes, le ponen de manifiesto ante su corazón de Pastor universal, que nuestro tiempo necesita antes que ninguna otra cosa una nueva evangelización, la enseñanza del Catecismo, el aprender sin oscuridades, de dónde venimos y a dónde vamos. La Humanidad, en su conjunte, está perdida, víctima de sus propios desatinos, sin una luz que disipe las tinieblas que la envuelven.
Seis generaciones lleva el mundo bajo la tiranía liberal; tres generaciones han estado oprimidas por la tiranía marxista, que en el fondo, de una manera más grosera, busca alcanzar los mismos objetivos que el liberalismo: Conseguir la descristianización de la sociedad, bajo la capa de libertades utópicas y entregarnos a una vida de impiedad y materialismo en todas las naciones, sometidas a un gobierno mundial. El progreso material de este siglo XX ha ido unido al retroceso moral más degradante.
Si las dos guerras mundiales de 1914 y 1939, ocasionaron 60 millones de muertos; sí la esclavitud marxista logró, en sus 75 años, de imperio en Rusia y países sometidos de su órbita, más de 100 millones de víctimas, el aborto moderno alcanza la espeluznante cifra de 25 millones asesinatos en un sólo año. La locura y maldad de este siglo clama al cielo. Este siglo ha sido oído mayor barbarie de la historia, con la cobertura de una barbarie civilizada. Un mundo sin Dios se ha convertido en una cuadra de odios, que lo llevan a los mayores desatinos y a su autodestrucción.
Así comprendemos, en este final de siglo y entrada en el nuevo milenio, la angustia del Papa, su afán evangelizador, su santa obsesión de que el mundo abra sus brazos al Redentor y se salve de la autodestrucción. El Papa siente sobre sus espaldas el peso de su responsabilidad, como Vicario de Cristo. El Papa eleva con su sacrificio y su oración, en todos los lugares de la tierra, la oración sacerdotal de pedir al Padre que está en los cielos que envíe operarios a la mies. Es todo el planeta, de oriente a occidente, el que tiene que sordo nuevo evangelizado para que se entregue a su Salvador. ¡Abrid las puertas a Cristo! Es el grito del Papa. Él va delante, para empujarnos a todos los católicos en esa dirección. Dios quiera que el mundo le escuche. No tiene nuestra generación otra alternativa, ya que, dolo contrario, la purificación que el mundo necesita, vendrá irremisiblemente, como ocurrió en tiempos de Noé, como ocurrió en el fin del Imperio romano, o en nuestros días el castigo anunciado por la Virgen en Fátima y en la Salette, si no se escuchan las llamadas de Dios para volver al camino de su Santa Ley.