Obra Cultural

Es un hecho de experiencia común que se dan con cierta frecuencia los abusos, las injusticias e inmoralidades, en la actividad profesional y en la vida política y social. Por ejemplo, en el mundo de los negocios, se hace sentir intensamente el divorcio entre moral y actividad empresarial o laboral: «el negocio es el negocio» –business is business-, dicen, y con ello quieren indicar que los principios de la moral cristiana son ajenos a las leyes científicas de la economía.

Una revista profesional norteamericana, Harvard Business Review, publicó hace unos años los resultados de una encuesta que había presentado a sus lectores y que habían contestado varios centenares de ejecutivos. Una de las preguntas era: «¿Qué prácticas, que usted considera inmorales, se aceptan en su empresa?». Las respuestas eran muchas y variadas. Sorprende la sinceridad e ingenuidad con que las daban: «EI dar comisiones a los agentes de compras de las compañías clientes de la nuestra», decía el gerente de una empresa de servicios; «los amaños de precios entre contratistas y proveedores», comentó el secretario general de una importante empresa de construcción. Un alto dirigente de una agencia de información señalaba: «el tergiversar algunos hechos verídicos a fin de favorecer a determinadas personas»; mientras que el jefe de personal de una empresa manufacturera del Oeste decía: «el despedir a obreros de más edad, que llevan años en la empresa, para reemplazarlos por otros más jóvenes». Y así otros muchos, entre los cuales un dirigente sindical reconocía que era una injusticia amenazar a la empresa con una huelga para obligarla a conceder aumentos salariales injustificados.

Para evitar todas estas injusticias, que se dan por desgracia con harta frecuencia, y para superar habitualmente la codicia del hombre, éste necesita poseer una firme y constante voluntad de dar a cada uno de sus semejantes lo que le corresponde. Esta voluntad constante y firme, que no se doblega fácil ente ante los alicientes del interés personal o las presiones del ambiente, constituye la virtud de la justicia.

La justicia legal o social.

Tres son los sentidos con que se usa el término justicia y que corresponden a tres maneras distintas de ser justo en la vida ordinaria. Se trata de la división tripartita clásica de la virtud, basada en los tres tipos posibles de relaciones con el prójimo:

1) La justicia conmutativa o contractual: que regula las relaciones entre personas o grupos privados.

2) La justicia distributiva: que gobierna las relaciones entre la sociedad y sus miembros o partes. El gobernante debe repartir, de acuerdo con las exigencias de esta forma de justicia, los empleos, los cargos y los honores en proporción a las capacidades de cada uno de los miembros de la sociedad, sin hacer acepción de personas.

3) La justicia general, legal o social: que inclina a todos los miembros de la sociedad, considerados como tales, a contribuir su parte al bien común, fin de la sociedad misma.

La justicia social tiene como objetivo promover el bien general o común de la sociedad. Dado que el hombre es sociable y necesita de la sociedad para poder vivir dignamente, y para poder alcanzar en muchos aspectos su propio fin, constituye un deber de conciencia para cada ciudadano aportar su colaboración al bien común o general de la sociedad. Si en esos muchos aspectos en que el bienestar del hombre depende de la sociedad, éste tratara de buscar su propio bien individual, por encima de la consideración del bien común, no sólo se incapacitaría en la práctica para conseguir su propio bien total, sino que su actitud constituiría una oposición injusta a los derechos que los demás tienen a recibir la parte que les corresponde del bien común.

A la justicia general se la llama legal, puesto que sus exigencias suelen determinarse por ley. La ley, emanada de la legítima autoridad, determina, en efecto, los medios que deben ser usados o puestos por los ciudadanos para lograr entre todos el mayor bienestar espiritual y material posible para el mayor número de individuos. El adjetivo social con que se califica la justicia general, es un término relativamente reciente. Fue el Papa Pío XI quien, en su encíclica Quadragesimo anno, consagró oficialmente la expresión justica social en la literatura católica.

Bien común: objeto de la justicia social.

La justicia social inclina, por tanto, a los ciudadanos a entregarle a la sociedad lo que le deben como aportación proporcionada. Con estas aportaciones, la sociedad a su vez, se halla en condiciones de cumplir su misión con relación al bien común, concediéndole a cada uno de sus miembros aquello que necesitan para el desarrollo de su personalidad y para el desempeño de sus funciones culturales, morales y materiales. Así se realiza, a la vez, la verdad de aquellas dos máximas de la doctrina social cristiana que, a primera vista, podrían aparecer como contradictorias: «El Estado es para la persona, no la persona para el Estado», y «el bien común debe estar por encima del bien particular»

Pero ¿en qué consiste precisamente el bien común? El Papa Pío XII lo definió en estos términos: la realización duradera «de aquellas condiciones exteriores necesarias al conjunto de ciudadanos, para el desarrollo de sus cualidades, de sus funciones, de su vida material, intelectual y religiosa».

Si bien el deber de promover la justicia social recae primordialmente sobre el gobernante -que es como el artífice del edificio social-, la promoción del bien común obliga al súbdito que, en cuanto súbdito, debe ayudar eficazmente a la edificación. La prosecución del bien general no es, por tanto, patrimonio exclusivo del Estado, sino de todos. No se puede, pues, confundir la función coordinadora y de control, propia y exclusiva de los gobernantes, con la de promover y trabajar para el bien comunitario, que es patrimonio de todos. Abandonar la actividad económica, industrial, benéfica y, menos aún, la educativa de la juventud, en las manos exclusivas del Estado, es convertir a éste en un «ogro que acaba devorando a sus propios hijos». En la medida que abandonamos el cumplimiento de nuestros deberes sociales excusándonos con un: ¡ya lo hará el Estado!, contribuimos al desorden social y acabamos pagando en nuestra propia carne las consecuencias desastrosas de nuestro modo de proceder. En este sentido, es cierto que «cada país tiene el gobierno que se merece».

Exigencias actuales de la justicia social.

Múltiples y muy variadas son las exigencias de la justicia social en el mundo de hoy. Dado que el bien común consta de un conjunto de muchos otros bienes de carácter religioso, moral, espiritual -un gobierno que no fomente, por ejemplo, la moralidad pública es un gobierno injusto- y material, se puede decir que su campo de aplicación es extensísimo.

Vamos a intentar recordar algunas de esas demandas, animando al lector a que lea en su integridad los documentos oficiales de la Iglesia, que son esenciales para tener una visión de conjunto de toda la cuestión social.

  1. A) Exigencias en el orden interno de cada país:

1) Promover la justa distribución de los bienes entre todos los ciudadanos, superando las desigualdades excesivas que existen no sólo entre las personas, sino entre los distintos sectores productivos: la agricultura y la industria, y entre las distintas áreas geográficas.

2) Lograr que las relaciones entre trabajo y capital respondan a la más estricta justicia. Que ninguno de los dos abusen de su tuerza a la hora de la negociación del contrato de trabajo.

3) Hacer que la propiedad privada responda a su intrínseca función social.

4) Orientar la intervención del Estado y la inversión privada hacia la creación de nuevos puestos de trabajo.

  1. B) Exigencias en el orden internacional:

1) Que los países desarrollados ayuden a los que están en vías de desarrollo para evitar así que el desequilibrio entre países pobres y ricos siga acentuándose.

2) Que se dé una ayuda eficaz a la elevación de la cultura y la técnica de los países atrasados.

3) Que se establezca una cierta igualdad de oportunidades entre los países para hacer que la libre concurrencia en el mercado tradicional se mantenga dentro de los límites de la justicia y la equidad.

Ignacio Segarra Bañeres

La devoción de las TRES AVEMARÍAS es una de las devociones más metidas en la entraña del pueblo cristiano. La Virgen acogerá misericordiosamente las almas de aquellas personas que le hayan saludado cada noche y cada mañana con el rezo de las TRES AVEMARÍAS.

«EN TODA TRIBULACIÓN ACUDE A MARÍA Y NO TEMAS. INVÓCALA EN LAS TENTACIONES Y VENCERÁS», nos dice San Francisco de Sales. Y una manera de alcanzar esta fortaleza y fuerza de voluntad, es apoyarse cada mañana y cada noche en el rezo de las TRES AVEMARÍAS, cuya eficacia está asegurada.