El 12 de marzo, Su Santidad Francisco nos exhortaba a contemplar la imagen del crucifijo: «Hagamos de manera que la Cruz vaya marcando las etapas de nuestro itinerario de Cuaresma para comprender cada vez más la gravedad del pecado y el valor del sacrificio con el cual el Redentor nos ha salvado».
El Padre Alba decía que el pecado es pisotear la sangre de Cristo, azotar a Cristo en la columna, clavarle los clavos en las manos, y los pies a la cruz, matar la Humanidad del Verbo encarnado. No lo entendemos del todo. «No entendemos que el pecado es una guerra campal contra Dios de todos nuestros sentidos y potencias» (Santa Teresa de Jesús). El pecado es una verdadera estupidez, vera stultitía, dice Santo Tomás de Aquino, cometido contra la recta razón, pues por el placer desordenado de un bien creado y finito, se pierde el bien infinito de la eterna felicidad; y se merece un eterno sufrimiento en el infierno.
“Cada pecado renueva en cierto modo la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, puesto que crucifican de nuevo en sí mismos al Hijo de Dios» (Beato Pío XI). Un pecador hace mucho mal a la Iglesia de Cristo y a la sociedad. El pecado influye en las estructuras sociales, ya que la libertad de toda persona humana posee por sí misma una orientación social.
Pero sobre todo el pecado influye en la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. San Juan Pablo II lo explica muy claro: «Se puede hablar de una comunión del pecado», por el que un alma que se abaja, abaja consigo a la Iglesia y, en cierto modo, al mundo entero. En otras palabras, no existe pecado alguno, aún el más íntimo y secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente al que lo comete».
La confusión imperante en la Iglesia en nuestros días; la corrupción humana impuesta por los monigotes de este mundo, parten de una causa fundamental: los pecados de los hombres y de las mujeres. La beata Jacinta de Fátima decía que «las guerras son castigos de Dios por los pecados de los hombres». También dijo que los médicos no acertarían por falta de fe ¡abortistas! Que los matrimonios iban mal, que vendrían modas que ofenderían mucho a Dios. Contracorriente: oración, penitencia, rosario, devoción al Inmaculado Corazón de María.
Los tres niños de Fátima hicieron muchos sacrificios por los pecadores. La mensajera de la Misericordia divina, Santa Faustina Kowalska, hizo mucha penitencia por los pobres pecadores. Es que habían visto el infierno, los tormentos que padecen las almas condenadas para siempre. Recemos unos por otros porque: «Aún no habéis resistido hasta la sangre en vuestras lucha contra el pecado». (San Pablo)
San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, nos hace pedir con espíritu filial, humildemente, confiadamente y sin cansarnos que sintamos: «vergüenza y compasión de mí mismo viendo cuántos han sido castigados por un solo pecado mortal, y cuántas veces yo he merecido ser condenado para siempre por haber pecado tanto». Si soy de esas almas que han podido salir del camino del infierno, por una confesión bien hecha, ya sabemos nuestra misión, nuestro ideal: salvar almas.
Un aviso para todos, de San Enrique de Ossó: «Las puertas del infierno son los pecados, pues por ellas se precipitan los hombres en él más quién abre esas puertas del infierno son las ocasiones de pecar, malas lecturas, escándalos… (Recordemos que el obispo de Alcalá de Henares dijo que los grandes partidos políticos son estructuras de pecado)… Solo en la huida de las ocasiones de pecado está el verdadero remedio para no caer en pecado».
El pecado es Cristo crucificado. El Papa Benedicto XVI decía: «parece que hoy se ha perdido el «sentido del pecado». Por sí estamos perdiendo sentido del pecado, recordemos estas palabras del Doctor de la Iglesia, San Juan de Ávila: «El purgatorio es una buena balanza para pesar el pecado venial. Hay en él penas más insoportables que las que pasó Jesucristo en la flagelación, corona de espinas y en su cruz».
En la meditación del infierno, San Ignacio hace pedir al ejercitante «interno sentimiento de la pena que padecen los condenados para que si del amor del Señor eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos el temor de las penas me ayude para no caer en pecado». Vivamos de amor a Dios y al prójimo. ¡Salvemos almas!
Refugio de los pecadores, sálvanos del infierno.
