«Que nadie se engañe, humildad que no es obediente no es humildad» (San Juan de Ávila).
«Nunca te culpan sin culpas porque si no es por lo que te culpan nunca estamos sin culpas» (Santa Teresa de Jesús).
Dios se vale de medios para hacernos humildes.
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Un joven tarambana gritaba: ¡No existo! ¡Todo es mentira! ¡Viva la nada! ¡Muera la vida! Y colorín colorado este episodio se ha acabado. Lo que nunca acaba es la felicidad eterna del Cielo, ni el sufrimiento eterno del infierno. Lo ha dicho Cristo, Dios hecho hombre.
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San Agustín dice: «No rige quien no corrige… Mercenario es el que ve venir el lobo y huye… no se atreve a reprender libremente al que peca (1ª Timoteo 5, 20). He aquí que pecó no sé quién, pecó gravemente; habría que increparle, había que excomulgarle; pero el excomulgado se hará enemigo, acechará, dañará, si puede. Entonces el que busca sus cosas, no las de Jesucristo… calla, no corrige… ¡Oh mercedario! que viste venir al lobo y huiste. Responderá quizá: aquí estoy, no he huido. Has huido, porque has callado; y has callado, porque has temido».
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Es verdad que la fe viva nace de un «encuentro personal con Cristo». Pero no es necesario que Cristo se aparezca a cada cristiano. De hecho, muy pocos santos han recibido ese divino privilegio. El siglo pasado, Santa Faustina Kowalska, mensajera de la Misericordia divina contempló a Cristo en distintas ocasiones.
Cristo nos sale al encuentro en multitud de ocasiones; En el bautismo, en la Eucaristía, en la Confesión, en la oración, en el apostolado, en el Evangelio, en Ejercicios Espirituales… Cristo está siempre a nuestro lado.
