Una Epopeya misionera

P.Juan Terradas Soler C. P. C. R.

El diablo, “padre de la mentira”, esparce, desde su cátedra de fuego y humo, las falsedades históricas más inverosímiles, trayendo, según su universal estrategia, “razones aparentes, sotilezas y asiduas falacias”.

Los hijos de las tinieblas, llámense reformadores o librepensadores, masones o comunistas, imitan a su capitán y jefe difundiendo por doquiera falsas doctrinas, en el ámbito histórico.

¿Y qué habrá que pensar de los católicos liberales hijos infieles de la Iglesia, que aúnan sus fuerzas con las del enemigo para propagar una “ciencia de falso nombre”?

Si los que se rigen por el Espíritu de Dios han de ser llamados hijos de Dios, ¿cómo se ha de calificar a los que se rigen por el espíritu reformador, masón o racionalista, que no son, en realidad, más que aspectos diversos del espíritu del diablo? ¡Hijos del diablo!

“Vosotros -decía Jesús a los fariseos- sois hijos del diablo, y así queréis satisfacer los deseos de vuestro padre: él…  no permaneció en la verdad, y así no hay verdad en él. Cuando dice mentira, habla como quien es, por ser de suyo mentiroso y padre de la mentira”.

¡Con cuánta razón, merecerían también ser llamados “hijos del diablo” algunos malos católicos que no aspiran –diríase- sino a “satisfacer los deseos del padre de la mentira”!

Evidentemente hay grados y grados en la perversión intelectual de estos desviados: desde el tiznón más o menos denigrante hasta la degradación total de las ideas. Pero, por desgracia, todo el que oscurece los dictámenes de la verdadera fe, haciendo eco a la mentira, milita más o menos conscientemente bajo la bandera de Luzbel. En un capítulo dedicado a desenmascarar a “aquellos que, en la plaza misma, se comportan pérfidamente como eficaces agentes de la causa adversa, más temibles aún por lo difíciles de descubrir y por seguir llamándose católicos”. Juan Ousset hace a su propósito esta caritativa precisión:

“Agentes más o menos conscientes -cuyo grado de responsabilidad no vamos a precisar, víctimas, muy a menudo, de las falsas ideas que oscurecen como nunca la atmósfera intelectual del mundo entero y que desairarnos aquí más bien iluminar que combatir, a fin de volverlos al solo servicio de Cristo Rey-, agentes no menos reales, sin embargo, de la Revolución universal, que siempre se cuidó de favorecer en el seno del pueblo cristiano todos los elementos de desagregación”.

Pero, en todo caso, son hijos descastados de la Iglesia, semejantes a ciertos muchachos mal nacidos, a quienes enfada todo lo que se hace y dice en la casa paterna, mientras miran con buen ojo cuanto viene del vecino.

Esos desgraciados intelectuales parecen acechar las ocasiones propicias para adular a nuestros enemigos, a costa, a menudo, del honor y la gloria de la Iglesia, a la que propinan solapadas acusaciones sobre su actuación en los siglos pasados. Para “calmar”, según dicen, al adversario. ¡Como si la rabia y odio enemigos fuesen justificados!

La historia, deformada y puesta en circulación por protestantes, masones y judíos, sirve a las mil maravillas a los intentos de estos traidores, prestándoles tema para sus invectivas.

¿Sale a colación el cisma de Oriente? La Iglesia Romana aparece como la gran culpable: falta de comprensión, desatenciones, etc. ¿Se trata de la subversión de Lutero? Hablan de la falta de tacto en la Corte Romana, del lujo exacerbante del alto clero, etc. Total, que la Iglesia siempre se lleva la culpa, y sus enemigos son presentados como personas integérrimas, cuando no santos canonizados.

Repletos de este espíritu nefasto, aparecen frecuentemente libros y artículos de prensa en que desvergonzadamente son traídos a severo proceso los hombres, los hechos y las instituciones cristianas de otros tiempos, para acabar siempre sentenciando a favor del adversario.

“Se ha de acabar ya -comentemos, usando unas palabras del Padre Cordovani, escritas con ocasión de la Cruzada española- el método de echar sermones a los católicos, como para descargar sobre ellos las faltas de los perseguidores de la Iglesia. Hay que remitir tal método a las oficinas de donde proviene”.

¿Alianzas suicidas con reformadores, masones, comunistas y el resto de la caterva? Jamás las admitiremos, con la gracia de Dios. “Estos binomios forzados -como decía el mismo P. Cordovani- son una burla para nosotros, que no queremos agua turbia, y que sabemos, con Tertuliano, que no hay nada más grande en el mundo que un verdadero cristiano, sin adjetivos ni adiciones”.

Aleje el Señor de nosotros tan indigna aberración. Extendamos al campo de la historia nuestro ideal de fidelidad total a la Iglesia, y guardémonos bien de formar en las filas de quienes corean a los enemigos de Dios. Roma ha de ser, en este terreno como en los demás, nuestro Faro de la verdad. Todo cristiano debe juzgar el pasado de la humanidad a los resplandores de su luz, que tiene garantías divinas de veracidad.