Obra Cultural

Algunos admiten la existencia de Dios, e incluso su dominio sobre las criaturas, de una manera poco precisa, pero confiesan que no practican religión alguna, ¿Viven acaso éstos de acuerdo con la razón? Ciertamente que no. Porque admitiendo que Dios existe, se sigue lógicamente que tiene toda la perfección y poder posible, que hizo el universo y le impuso las leyes que llamamos naturales, que encontramos doquiera existe un ser que nace, se desarrolla o perece. Pensar otra cosa es absurdo. En definitiva, es Dios quien dio a la tierra estabilidad, a los ríos el movimiento, al mar sus mareas y flujos, a las flores su hermosura y fragancia, a los animales su fortaleza, ligereza e instintos, al hombre su inteligencia y genio creador. Aun en el supuesto de que admitiéramos un largo proceso de evolución, las cosas no pudieron darse a sí mismas el ser ni pueden desarrollar sus actividades al acaso.

Por lo tanto, es preciso ascender hasta Dios si queremos explicar el universo de una manera conforme a razón.

Más aún, si el universo creado pudo llegar a la existencia únicamente por el poder de Dios, este mismo poder debe continuar ejerciendo su influencia a fin de que nosotros y el universo con nosotros, no cesemos de ser. A esta acción de Dios que gobierna y conserva todas las cosas, llamamos su Providencia.

Ahora bien, puesto que a Dios debemos nuestro propio ser y conservac1on, justo es que reconozcamos nuestra dependencia de Él y seamos agradecidos a sus dones.

Lo que es la religión

La religión no es otra cosa que este reconocimiento de nuestra dependencia con respecto a Dios y del dominio que Dios tiene sobre nosotros.

Por consiguiente, todo hombre sensato que quiera obrar de acuerdo con su razón, debe practicar la religión por lo menos en esto

 

Pero, ¿será necesario manifestar exteriormente la religión que uno profesa?

Sí, por los siguientes motivos:

Porque cuando uno tiene en su corazón una inmensa gratitud no puede dejar de manifestarla exteriormente.

Porque nuestros cuerpos pertenecen a Dios lo mismo que nuestras almas, y por consiguiente tenemos obligación de expresar nuestra dependencia de Dios y mostrarle nuestro agradecimiento lo mismo con nuestro cuerpo que con nuestra alma.

Porque si nuestra religión se recluye únicamente en nuestro interior, corre peligro de degenerar en algo vago y vaporoso, que más tarde llegue a desvanecerse por completo.

Por consiguiente, todo hombre sensato que quiera obrar de acuerdo con su corazón, debe tener religión y debe también manifestarla exteriormente.

Hasta ahora no hemos tratado de ninguna religión en particular, ni tampoco hemos querido significar que la religión deba manifestarse en público.

Dos dificultades

PRIMERA

Se suele objetar que Dios no percibe ningún provecho de nuestros sentimientos o prácticas religiosas. ¿Por qué hacemos, pues, lo que es enteramente superfluo?

Es cierto que Dios no saca ningún provecho de lo que hacemos, pero, ¿qué provecho tangible obtiene el padre, por el amor que su hijo siente hacia él, o por las manifestaciones del mismo? Ciertamente ninguno. Sin embargo, todo buen hijo siente el amor filial y lo manifiesta porque es connatural y razonable hacerlo así. Tenemos y practicamos la religión porque es cosa connatural y razonable, y lo contrario sería ofender a Dios.

SEGUNDA

Con razón se nos exige la religión en el interior de nuestra alma, pero la manifestación externa de la misma es un mero acto mecánico y sin valor.

Es verdad que si la religión se reduce a un mero acto mecánico no sirve para nada. Pero ¿es cierto que debe reducirse a un mero acto mecánico? Un acto de adoración externa, si se hace con sinceridad, tiene gran valor por dos motivos: nos ayuda para que en nuestro interior tomemos la debida actitud de reverencia, y el mismo acto externo queda a su vez ennoblecido y dignificado por esta disposición interna, de manera que se convierte en un obsequio digno de ser ofrecido, y digno de ser aceptado.

Consecuencia final

Todo hombre sensato está obligado a profesar en su interior culto a Dios y a manifestarlo exteriormente.

Téngase en cuenta que hemos tratado en esta hoja sólo de religión natural. Pero hay otra religión mucho más noble: la religión sobrenatural. El lector encontrará su explicación en los dos números siguientes de esta misma colección.

«HAY UN SILENCIO MAS ATERRADOR QUE EL DE LAS CONSTELACIONES: ES EL DEL HOMBRE QUE CIERRA OBSTINADAMENTE SUS LABIOS A LA ORACIÓN», afirmaba el gran literato francés León Bloy. Por esto si el hombre peca, lo peor que puede hacer es quedarse en el pecado. Resbalar sobre el barro es humano. Permanecer voluntariamente en el barro es estúpido. Si pecas, inmediatamente reacciona. Lo más pronto posible reza el Acto de Contrición. Y en cuanto puedas, una confesión bien hecha. Que la confesión es la misma misericordia de Dios que fácilmente se pone a nuestro alcance.

Paz a las conciencias y paz a los corazones. Esta paz no podrá obtenerse mientras cada uno de nosotros no tenga conciencia de hacer lo que está en su mano para que todos los hombres -hermanos de Cristo, amados por el hasta la muerte- tengan asegurada desde el primer momento de su existencia una vida digna de los hijos de Dios.

Juan Pablo II – 22-4-79