Monseñor José Guerra Campos
Separata del «Boletín oficial del Obispado de Cuenca»
Núm. 5, mayo 1986
En relación con los gobernantes, el Episcopado había declarado en 1937: «No nos hemos atado con nadie…, aun cuando agradezcamos el amparo de quienes han podido librarnos del enemigo que quiso perdernos; y estamos dispuestos a colaborar… con quienes se esfuercen en reinstaurar, en España, un régimen de paz y de justicia» (7). Ante la enorme tarea de reconstruir la sociedad el Papa Pío XII mostraba como garantía de su firme esperanza la protección legal que el Jefe del Estado y sus colaboradores habían «dispensado a los supremos intereses religiosos y sociales, conforme a las enseñanzas de la Sede Apostólica» (8). El Episcopado veía el comienzo de una recuperación nacional en «una legislación en que predomina el sentido cristiano en la cultura, en la moral, en la justicia social y en el honor y culto que se debe a Dios. Quiera Dios ser en España el primer servido, condición esencial para que la nación sea verdaderamente bien servida» (9).
La confianza en el futuro no velaba la previsión realista de las dificultades. Especialmente para la zona republicana, los Obispos no olvidarán dos exhortaciones de Pío XII en favor de una solicitud pastoral paciente hacia los engañados por la propaganda, iluminándoles con el Evangelio; y de una pacificación según los principios «inculcados por la Iglesia y proclamados por el Generalísimo, de justicia para el crimen y benévola generosidad para con los equivocados» (10). En cuanto a la reconstrucción religiosa, se sabía lo mucho que quedaba por hacer entre los seglares y los sacerdotes. De la actuación sacerdotal anterior un informe a la Santa Sede señalaba insuficiencias en distintos campos de la evangelización y la predicación pastoral, y excesiva politización en algunas regiones (11).
Notas
- Carta colectiva, de 1937.
- Mensaje, al final de la guerra (cf. nota 15 del capítulo II).
- Carta colectiva, de 1937.
Los Metropolitanos, en su conferencia de 2-5 de mayo de 1939, proponen restaurar la vida cristiana, aprovechando «la buena disposición en que ahora están las autoridades y los pueblos en general» (acta en «Hispania Sacra» 34).
- Pío XII (mensaje citado) exhorta a gobernantes y pastores.
- Los informes del Cardenal Gomá a la Santa Sede abundan en la exposición del déficit en la vida católica y de las dificultades para la recristianización del marco social (cf. R. Aisa, Gomá); lo mismo, sus Pastorales (cf. supra, nota 5). También se refieren los obstáculos, que habrá que pasar, en la Carta colectiva, de 1937. Sobre los sacerdotes en la política, véanse las Conferencias de Metropolitanos, dél 10-13 de noviembre de 1937 y del 2-5 de mayo de 1939 («Hispania Sa- – era» 34).
Adición. En la nueva etapa, que empieza, actúa como un estímulo exigente la evocación de los Mártires, cuya calidad ejemplar se aprecia, promoviendo pronto causas de beatificación.
Pía y Deniel, ya en septiembre de 1936 (Las dos ciudades), exalta con admiración a los mártires. «Si la sangre de mártires ha sido siempre semilla de cristianos, ¡qué florecimiento de vida cristiana no es de esperar en la España regada por tanta sangre de mártires, de obispos y sacerdotes, de religiosos y seglares que han muerto por confesar a Cristo!»
Los Metropolitanos (noviembre de 1936, mayo de 1939) proclaman su admiración; deciden perpetuar su memoria; acuerdan reunir datos para la historia y promover publicaciones, con finalidad de glorificación. En efecto, en los años 1940 y 1950 se multiplican las publicaciones históricas (vide bibliografía en Montero, Persecución).
Pío XII, en su mensaje al final de la guerra, venera la «santa memoria de los obispos, sacerdotes, religiosos…, fieles…, que en tan elevado número han sellado con sangre su fe en Jesucristo y su amor a la religión católica».
Cuando aún estaba en curso la persecución, Gomá había dicho: «Es la sangre de nuestros mártires, semilla de sacerdotes». La pronta floración de vocaciones pareció confirmar el aserto (cf. Severino Aznar, citado en nota 4 del capítulo V).
Veinte años más tarde, el Papa Juan XXIII recuerda a los mártires de la guerra, y muestra su agrado por la elevación a la Santa Sede de los procesos canónicos de estos siervos predilectos de Dios (Mensaje al Cardenal Arzobispo de Tarragona, en Ecclesia, núm. 916, 31 de enero de 1959, página 6; Montero, Persecución, pág. 747).
También fue un estímulo exigente la memoria de los muertos en combate por Dios y por la Patria. Pío XII no había omitido expresar su gratitud a los heroicos muertos en batalla «en defensa de los derechos inalienables de Dios y de la religión».