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Carta del Episcopado Argentino
Buenos Aires, 5 de Abril de 1938.
Eminentísimos Sres. Cardenales; Excelentísimos Sres. Arzobispos y Obispos.-España.
Venerables Hermanos:
Las reuniones del Episcopado nos han brindado la oportunidad de considerar la Pastoral colectiva de los Excmos. Señores Obispos de España a los de todo el mundo, con ocasión de la guerra que asuela a esa nuestra muy querida Nación.
Por el conducto oficial de sus Pastores nos hemos enterado de su posición ante la guerra, de lo sucedido en el quinquenio que la precedió, del alzamiento militar y la revolución comunista, de los caracteres de esa revolución y de los del Movimiento Nacional, y de los deseos que expone a sus Hermanos en el Episcopado del mundo el benemérito y heroico Episcopado español.
Bien sabéis, Venerables Hermanos, que desde el principio del terrible flagelo que azota a España hemos estado en todo con el sentir y el obrar vuestros.
Iniciada la guerra, al ordenar rogativas por España, decíamos a nuestros amados diocesanos: “Antes de que se iniciara la contienda, manos criminales habían incendiado templos y colegios, gloria de España, y monumentos admirados del arte y la cultura. Empeñadas las armas en terrible lucha fratricida, iglesias, escuelas, asilos, obras de asistencia social, sin causa que lo justifique, han sido destruidas a impulso de odios implacables, mientras indefensas mujeres y niños, abnegadas religiosas, beneméritos sacerdotes y hasta Obispos venerables por sus méritos y por sus años, sin ninguna razón de beligerancia, han sido cruelmente asesinados. Para aumentar el horror de este cuadro, las leyes de la guerra, que tan afanosamente había conquistado la Humanidad civilizada, ya no rigen, no respetándose la vida y los bienes de los no beligerantes, las poblaciones civiles, los indefensos rehenes y otros principios morales, orgullo de la civilización cristiana. Ante estos hechos profundamente lamentables, de todos los corazones bien nacidos brota la más enérgica protesta, y el hombre, al comprobar su pequeñez y su impotencia, debe levantar su mirada al cielo e implorar de Dios el auxilio necesario que ponga remedio a tantos males”.
Más tarde, en octubre de 1936, al recordar el anterior documento, añadimos que “es nuestro deseo que la plegaria no cese, a fin de que el Señor alivie y abrevie la persecución desencadenada. He aquí el deber primordial de los católicos argentinos. Pero a esto ha de unirse un socorro de otra categoría. Centenares de templos han sido saqueados, despojados de sus vasos sagrados y de sus ornamentos litúrgicos, cuando no reducidos a escombros. Desde Catedrales antiquísimas, célebres en el mundo entero por el esplendor de los tesoros artísticos que contenían, hasta modestísimas ermitas situadas en la montaña, han sido víctimas de ese vandalismo que la humanidad civilizada, sin distinción de ideas, ha condenado justamente”.
Invitábamos luego al pueblo fiel a contribuir generosamente para poner algún remedio a tanto mal; y cuando nuestro enviado condujo a España los vasos sagrados, ornamentos y vestiduras del culto para las iglesias devastadas tuvisteis palabras de sentida gratitud, y hasta Su Eminencia el Cardenal Secretario de Estado se dignó comunicamos: “Inmenso ha sido el consuelo experimentado por el Santo Padre al ver la caridad tan verdadera y generosa de sus hijos de la noble Nación Argentina para con la Madre Patria, contribuyendo de una manera tan efectiva al restablecimiento del culto de aquella Fe que un día España les llevara con su lengua”.
Como veis, Venerables Hermanos, desde el primer momento hemos estado junto a vosotros; nos hemos asociado a vuestro duelo, os hemos acompañado en vuestras plegarias y hemos acudido en vuestro auxilio en la medida de nuestras débiles posibilidades.
Ahora, la lectura de vuestra Carta Colectiva renueva en todos nosotros estos mismos sentimientos, que os hacemos llegar por estas breves líneas, portadoras de nuestra fraternal adhesión.