Contracorriente

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Contracorriente

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Página para Meditar: Obediencia

12 jueves Sep 2013

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amor, fe, José María Alba Cereceda, Meridiano católico, obediencia

Si me preguntarais qué virtud deberíais cuidar más este verano, os respondería sin titubear que este verano y durante todo el año, la virtud que más debéis cultivar, la que más necesitáis, la que debemos tener siempre delante de los ojos, es la obediencia. La obediencia es una virtud que ella sola engendra en el alma todas las otras virtudes y las conserva arraigadas en lo profundo del alma.

Nuestra Asociación es un todo orgánico y vivo en donde ha de reinar el espíritu de Dios. Por eso, los inferiores debéis estar sometidos a los superiores. ¿Quiénes son los superiores en la Asociación Juvenil? Aquellos que me preceden a mí por antigüedad, por su, edad, por su cargo. Los inferiores deben estar sometidos cordialmente a los directores de las secciones, Los directores de las secciones a los que determinan en la Junta. Y todos al Director. Y todos, unos y otros, a la voluntad de Dios en el cumplimiento exacto de nuestra manera de proceder y en el espíritu del Centro.

Hoy hay muchos que consideran que no hay que someterse más que en las cosas llamadas importantes, olvidando las palabras del Señor que nos advierten: «el que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco vendrá a caer en las mayores. El desobediente, siempre se anda con distinciones entre cosas importantes y cosas pequeñas. Para el que tiene la ley de la obediencia en su corazón, no hay importante y menos importante. No hay más que sujeción en todo, de entendimiento y voluntad, a los gustos de Dios.

Hay otro grupo de jóvenes que se someten a lo que se dice o manda, o es costumbre, si «les parece bien» o rima con su manera de ser» o su educación o punto de vista. Es un error funesto, porque la obediencia no es un tributo a la razón, ni a mi capricho, sino un tributo a la fe y a Dios, a quien me entrego generosamente y con olvido propio en el acto de obediencia. Algunos de vosotros os andáis por las ramas y perdéis miserablemente el tiempo de vuestra santificación por esa falta de generosidad en la obediencia. No tengo que seguir mi parecer ni mi temperamento, sino el gusto de Dios. Y ese gusto de Dios se me manifiesta por otra voluntad que no es la mía. Tengo que abrazarme a ella. Porque no es el fin «acertar con lo mejor», sino obedecer en lo que se me dice, que siempre será lo mejor sobrenaturalmente. Obedecer no es racionalismo, sino amor y fe.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 51, junio de 1981

Imitación de Cristo XXI

28 martes May 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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Libro Segundo

EXHORTACIÓN A LA VIDA INTERIOR

Capítulo 1

De la conversación interior

1. Dice el Señor: «El reino de Dios dentro de vosotros está» (Lc 17,21). Conviértete a Dios de todo corazón, y deja ese Beato Thomas Kempismiserable mundo, y hallará tu alma reposo.
Aprende a menospreciar las cosas exteriores y darte a las interiores, y verás que se viene a ti el reino de Dios.
Pues «el reino de Dios es paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rom 14,16), que no se da a los malos.
Si le preparas digna morada interiormente, Cristo, vendrá a ti y te mostrará su consolación.
«Toda su gloria» y hermosura «está en lo interior», y allí se está complaciendo.
Su continua visitación es con el hombre interior, con él habla dulcemente, tiene agradable consolación, mucha paz y admirable familiaridad.

2. Ea, pues, alma fiel, prepara tu corazón a este Esposo, para que se digne venir a ti y morar contigo.
Porque Él dice así: «Si alguno me ama, guardará mi palabra; y vendremos a él, y haremos en él nuestra morada» (Jn 14,23).
Da, pues, lugar a Cristo, y a todo lo demás cierra la puerta.
Si a Cristo tuvieres, estarás rico, y te bastará. Él será tu fiel procurador, y te proveerá de todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres. Porque los hombres se mudan fácilmente y desfallecen en breve; pero «Cristo permanece para siempre» (Jn 12,34), y está firme hasta el fin.

3. No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal, aunque sea útil y bien querido; ni has de tomar mucha pena si alguna vez fuere contrario o enemigo. Los que hoy son contigo, mañana te pueden contradecir, y al contrario: muchas veces se vuelven como el viento. Pon en Dios toda tu esperanza, y sea Él tu temor y tu amor. Él responderá por ti, y lo hará bien, como mejor convenga. No tienes aquí «domicilio permanente» (Heb 13,14); y donde quiera que estuvieres serás extraño y peregrino; y no tendrás nunca reposo si no estuvieres íntimamente unido con Cristo.

4. ¿Qué miras aquí no siendo este el lugar de tu descanso?
En los cielos debe ser tu morada, y como de paso has de mirar todo lo terrestre.
Todas las cosas pasan, y tú también con ellas. Guárdate de pegarte a ellas, porque no seas preso y perezcas.
En el Altísimo pon tu pensamiento, y tu oración sin cesar sea dirigida a Cristo.
Si no sabes contemplar las cosas altas y celestiales, descansa en la pasión de Cristo, y habita gustosamente en sus sagradas llagas.
Porque si te acoges devotamente a las llagas y preciosas heridas de Jesús, gran consuelo sentirás en la tribulación, y no harás mucho caso de los desprecios de los hombres, y fácilmente sufrirás las palabras de los maldicientes.

5. Cristo fue también en el mundo despreciado de los hombres, y entre grandes afrentas y en suma necesidad, desamparado de amigos y conocidos.
Cristo quiso padecer y ser despreciado, ¿y tú te atreves a quejarte de alguna cosa?
Cristo tuvo adversarios y murmuradores, ¿y tú quieres tener a todos por amigos y bienhechores?
¿Con qué se coronará tu paciencia, si ninguna adversidad se te ofrece?
Si no quieres sufrir ninguna adversidad, ¿cómo serás amigo de Cristo?
Sufre con Cristo y por Cristo si quieres reinar con Cristo.

6. Si una vez entrases perfectamente en el interior de Jesús, y gustases un poco de su encendido amor, entonces no tendrías cuidado de tu propio provecho o daño; antes te holgarías más de las injurias que te hiciesen; porque el amor de Jesús hace al hombre despreciarse a sí mismo.
El amante de Jesús y de la verdad, y el hombre verdaderamente interior y libre de las aficiones desordenadas, se puede volver fácilmente a Dios, y levantarse sobre sí mismo en el espíritu y descansar gozosamente.

7. Aquel a quien saben todas las cosas como son, no como se dicen o estiman, es verdaderamente sabio y enseñado más de Dios que de los hombres.
El que sabe andar dentro de sí y tener en poco las cosas exteriores, no busca lugares ni espera tiempos para darse a ejercicios devotos.
El hombre interior presto se recoge, porque nunca se entrega todo a las cosas exteriores.
No le estorba el trabajo exterior, ni la ocupación necesaria a tiempos; sino que así como suceden las cosas, se acomoda a ellas.
El que está interiormente bien dispuesto y ordenado, no cuida de los hechos famosos y perversos de los hombres.
Tanto se estorba el hombre y se distrae, cuanto atrae a sí las cosas de fuera.

8. Si fueses recto y puro, todo te sucedería bien y con provecho.
Por eso te descontentan y conturban muchas cosas frecuentemente, porque aún no estás muerto a ti del todo, ni apartado de todas las cosas terrenas.
Nada mancilla ni embaraza tanto el corazón del hombre, cuanto el amor desordenado de las criaturas.
Si desprecias las consolaciones de fuera, podrás contemplar las cosas celestiales y gozarte muchas veces dentro de ti.

El Estado de Bienestar Democrático y los Católicos

24 miércoles Abr 2013

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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El Estado de bienestar en el cual viven las minorías que gobiernan las naciones es antihumano. Mientras a ellos no les falta nada y les sobra de todo, millones de personas mueren de hambre o por no poder comprar las medicinas necesarias. En torno al bienestar de estos nuevos faraones, hay un tercer y cuarto mundo en el que el pan de cada día es la miseria y el desánimo.

Hay muchos politiquillos que viven lujosamente a costa de los impuestos de unos trabajadores que les cuesta mucho llegar a final de mes. Es la ley del más fuerte, la ley salvaje de la selva, como constatamos cada día, con la masacre de niños y niñas en los abortorios.

No sería nada bueno que ese espíritu mundano del bienestar penetrara en las familias cristianas, creándose falsas necesidades y acaparando cosas innecesarias. Tener más porque otros lo tienen. Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó a compartir nuestros bienes con los necesitados: Misiones, Cottolengo, Misioneras de la Caridad y las innumerables asociaciones de caridad católicas como Cáritas. Debemos desprendernos de las cosas de este mundo para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por amor de Dios.

La caridad cristiana lleva a la austeridad –que no es tacañería- evitando caprichos, gastos superfluos y desprendiéndose de lo innecesario para compartir nuestros bienes con los vagabundos que viven y duermen en nuestras calles, los parados, los marginados por el Estado del bienestar.

La beata Teresa de Calcuta es uno de los muchos testimonios luminosos que el Señor nos ha dejado en estos tiempos de egoísmo, avaricia, hedonismo, materialismo “para despertarnos de nuestra mediocridad”. La pobreza es una virtud cristiana que debemos practicar para socorrer a los pobres que apenas tienen para alimentarse y vestirse.

La misma Madre Teresa de Calcuta nos dijo que la gran pobreza de nuestro mundo es que se ha alejado de Dios. Hoy más que nunca, el mundo necesita testimonios entusiastas de amor a Dios. Tenemos el sagrado deber de colaborar en la nueva evangelización para llevar a hombres y mujeres a Dios. Es necesario nuestro testimonio cristiano en todos los ambientes. Su Santidad Francisco, nos dice: “¡Nosotros debemos tener ese coraje de ir y anunciar a Cristo resucitado, porque Él es nuestra paz. Él ha traído la paz con su amor, con su perdón, con su sangre y su misericordia! ¡Vayan a las plazas y anuncien a Jesucristo nuestro salvador!”

Hacen falta misioneros en el tercer y cuarto mundo. El Occidente secularizado y mundano necesita saber que Dios ama a todos los hombres y mujeres, creados a su imagen y semejanza. La mies es mucha y los trabajadores pocos. ¡Alístate! Ten el coraje de ir contracorriente en esta guerra de Dios. Nuestra Madre la Virgen Santísima nos protegerá bajo su manto.

P. Manuel Martínez Cano, mCR

Imitación de Cristo XVII

24 miércoles Abr 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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Capítulo 23

De la meditación de la muerte

 1. Muy presto será contigo este negocio; mira cómo te has de componer.
Hoy es el hombre y mañana no parece.
En quitándolo de la vista, presto se va también de la memoria.
¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa en lo presente y no se cuida de lo porvenir!
Así habías de conducirte en toda obra y pensamiento, como si hoy hubieses de morir.
Si tuvieses buena conciencia, no temerías mucho la muerte.
Mejor fuera evitar los pecados que huir de la muerte.
Si no estás dispuesto hoy, ¿cómo lo estarás mañana?
Mañana es día incierto, ¿y qué sabes si amanecerás mañana?

2. ¿Qué aprovecha vivir mucho, cuando tan poco nos enmendamos?
¡Ah! La larga vida no siempre nos enmienda; antes muchas veces añade pecados.
¡Ojalá hubiéramos vivido siquiera un día bien en este mundo!
Muchos cuentan los años de su conversión; pero muchas veces es poco el fruto de la enmienda.
Si es temeroso el morir, puede ser que sea más peligroso el vivir mucho.
Bienaventurado el que tiene siempre la hora de la muerte delante de sus ojos y se dispone cada día a morir.
Si has visto alguna vez morir un hombre, piensa que por aquella carrera has de pasar.

3. Cuando fuere de mañana, piensa que no llegarás a la noche; y cuando fuere de noche, no te atrevas a prometerte la mañana.
Por eso está siempre prevenido y vive de tal manera que nunca te halle la muerte inadvertido.
Muchos mueren de repente, porque «en la hora que no se piensa vendrá el Hijo del Hombre» (Lc 12,40).
Cuando viniere aquella hora postrera, de otra suerte comenzarás a sentir de toda tu vida pasada y te dolerás mucho de haber sido tan negligente y perezoso.

4. ¡Qué bienaventurado y prudente es el que vive de tal modo cual desea lo halle Dios en la muerte!
Porque el perfecto desprecio del mundo, el ardiente deseo de aprovechar en las virtudes, el amor de la observancia, el trabajo de la penitencia, la prontitud de la obediencia, la abnegación de sí mismo, la paciencia en toda adversidad por amor de Cristo, gran confianza te darán de morir felizmente.
Muchas cosas buenas puedes hacer cuando estás sano; pero cuando enfermo, no sé qué podrás. Pocos se enmiendan en la enfermedad; y los que andan en muchas romerías, tarde se santifican.

5. No confíes en amigos ni en vecinos, ni dilates para después tu salvación, porque más presto de lo que piensas estarás olvidado de los hombres.
Mejor es ahora, con tiempo, prevenir algunas buenas obras que envíes adelante, que esperar en el socorro de otros.
Si tú no eres solícito para ti ahora, ¿quién tendrá cuidado de ti después?
Ahora es el tiempo muy precioso; «ahora son los días de salud; ahora es el tiempo aceptable» (2Cor 6,2).
Pero, ¡ay dolor!, que lo gastas sin aprovecharte, pudiendo en él ganar con qué vivir eternamente.
Vendrá cuando desearías un día o una hora para enmendarte, y no sé si te será concedida.

6. ¡Oh hermano! ¡De cuánto peligro te podrías librar, y de cuán grave espanto salir, si estuvieses siempre temeroso de la muerte y preparado para ella!
Trata ahora de vivir de modo que en la hora de la muerte puedas más bien alegrarte que temer.
Aprende ahora a morir al mundo, para que entonces comiences a vivir con Cristo.
Aprende ahora a despreciarlo todo, para que entonces puedas libremente ir a Cristo.
Castiga ahora tu cuerpo con penitencia, porque entonces puedas tener confianza cierta.

7. ¡Oh necio! ¿Por qué piensas vivir mucho, no teniendo un día seguro?
Cuántos se han engañado y han sido separados del cuerpo cuando no lo esperaban!
¿Cuántas veces oíste contar que uno murió a cuchillo, otro se ahogó, otro cayó de lo alto y se quebró la cabeza, otro comiendo se quedó pasmado, a otro jugando le vino su fin? Uno murió con fuego, otro con hierro, otro de peste, otro pereció a manos de ladrones; y así la muerte es fenecimiento de todos, y la vida de los hombres se pasa como sombra rápidamente.

8. ¿Quién se acordará de ti, y quién rogará por ti después de muerto?
Haz ahora, hermano, haz lo que pudieres, que no sabes cuándo morirás; no sabes lo que te acaecerá después de la muerte.
Ahora que tienes tiempo, atesora riquezas inmortales.
Nada pienses fuera de tu salvación y cuida solamente de las cosas de Dios.
«Granjéate ahora amigos», venerando a los santos de Dios e imitando sus obras, «para que cuando salieres» de esta vida «te reciban en las moradas eternas» (Lc 16,9).

9. Trátate como huésped y peregrino sobre la tierra a quien no le va nada en los negocios del mundo.
Guarda tu corazón libre y levantado a Dios, porque aquí «no tienes domicilio permanente» (Heb 13,14).
Allí endereza tus oraciones y gemidos, cada día con lágrimas, porque merezca tu espíritu, después de la muerte, pasar dichosamente al Señor. Amén.

Introducción a la Meditación de las tres Potencias sobre los Tres Pecados

17 miércoles Abr 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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La primera meditación de la primera semana de los Ejercicios Espirituales es la A-Mayor-Gloria-de-Dios-una-de-_54278646725_53389389549_600_396aplicación de la memoria, entendimiento y voluntad al pecado de los ángeles, de Adán y Eva al pecado particular. Contiene en sí, después de una oración preparatoria y dos preámbulos, tres puntos principales y un coloquio.

El pecado es la rebelión de la criatura contra su creador; la negación del dominio absoluto del Creador sobre la criatura, la desviación completa del camino del Cielo, el abuso irracional de las criaturas que Dios me ha dado para que me ayuden a salvarme. El pecado es la negación práctica del Principio y Fundamento.

La actividad del ejercitante en estas meditaciones sobre el pecado, que propone San Ignacio, ha de ir dirigida a conocer profundamente la malicia del pecado y el envilecimiento y vileza del pecador, conocida en lo más profundo del corazón.

Si el principio de todo pecado está en la soberbia (Ecles. 1015) es justo que el principio del perdón y la reparación del pecado sea la humillación. Si el ejercitante no llega a avergonzarse y confundirse, por los pecados cometidos, no está capacitado para adquirir el dolor de corazón necesario que le haga cambiar de rumbo en su vida hacia la perfección cristiana. Mil veces morir antes que pecar.

Si he merecido el infierno por mis pecados, jamás me pondré en ocasión de pecado. Si, por una gracia especial, no he cometido un pecado mortal en mi vida: “es mayor merced dar Dios la inocencia, no dejando caer en pecado, que al caído darle perdón. La Virgen Santísima ponía a cuenta de deuda propia y agradecía a Dios, como si los hubiera cometido y fuera perdonada, todos los pecados que pudiera haber cometido y que otros hacían” (San Juan de Ávila).

San Ignacio empieza todas sus meditaciones con la oración preparatoria, que es siempre la misma:”Pedir gracia, a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de Su Divina Majestad”. Para que todo mi querer, aspiraciones, intenciones y determinaciones; acciones, ocupaciones exteriores, sea todo ordenado a la mayor gloria de Dios.

El primer preámbulo es composición viendo lugares. Aquí es de notar, que en la contemplación o meditación visible, así como contemplar a Cristo nuestro Señor, el cual es visible, la composición será ver con la vista de la imaginación el lugar corpóreo, donde se halla la cosa que quiero contemplar. Digo el lugar corpóreo, así como un templo o monte, donde se halla Jesucristo o Nuestra Señora, según lo que quiero contemplar. Aquí será ver con la vista imaginativa y considerar mi alma que está encarcelada en este cuerpo corruptible en este valle, como desterrado entre brutos animales. Digo todo el compuesto de alma y cuerpo.

El segundo preámbulo es pedir a Dios nuestro Señor lo que quiero y deseo. Aquí será pedir vergüenza y confusión de mi mismo, viendo cuantos han sido condenados por un solo pecado mortal y cuantas veces yo merecía ser condenado para siempre por tantos pecados míos.

Los tres puntos del pecado de los ángeles, de Adán y Eva y el pecado particular los veremos las próximas semanas, Dios mediante.

San Ignacio termina siempre sus meditaciones con un coloquio entre el alma y su Creador, Jesucristo, el Espíritu Santo, la Virgen María, los santos. El coloquio es una conversación entre amigos, entre el hijo y el padre, entre un siervo y su señor, pidiendo alguna gracia, arrepintiéndose de sus pecados, pidiendo consejo sobre las cosas de su alma, etc.

El coloquio que propone san Ignacio en esta meditación, se hace: “imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio, cómo de Criador ha venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y  ha venido a morir por mis pecados. Hacer otro tanto, considerando lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo y por fin viéndole tal y colgado así en la cruz, ir expresando lo que espontáneamente se ofreciere”. Terminar con un Padrenuestro.

Sólo ante Cristo crucificado por nuestro amor puede entenderse la malicia del pecado: “Cada pecado renueva en cierto modo la pasión de Nuestro Señor, puesto que crucifican de nuevo en sí mismo al Hijo de Dios”(Pío XII).

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