En su juventud y madurez Agustín de Hipona quería ser feliz con las cosas de este mundo. Después de su conversión, lleno su corazón de amor a Dios exclama: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Descanso que las almas fieles a Dios gozarán eternamente y que ya tiene su inicio en la tierra.
Vivimos en una sociedad en que muchas personas ansían, cada vez más, los bienes materiales y las hay incluso que se hacen esclavas de las cosas de este mundo, cosas mundanas. Porque bien sabemos que todo lo creado es bueno, como dice Dios Padre Todopoderoso en el Génesis. El afán de poseer, la codicia de riquezas envilece las almas.
El beato Juan Pablo ll dijo que vivimos inmersos en una cultura de muerte. Una contracultura que asesina a millones de niños y niñas inocentes; unas personas que prefieren el dinero al amor fraterno que enseñó nuestro Señor Jesucristo; unos hombres y mujeres que han dado la espalda a Dios, arrastrados por el hedonismo. Han dejado de ser espirituales. Estamos volviendo a la barbarie. El hombre que deja de vivir como hijo de Dios se deshumaniza. Creado por Dios, sólo Dios puede llenar las ansias de felicidad del hombre y la mujer. Las cosas materiales no llenan plenamente el corazón humano. Nuestro Señor Jesucristo nos dice: “Nadie puede servir a dos señores: porque aborrecerá a uno y amará a otro. No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc. 16,13).
Que la Virgen María nos proteja bajo su manto.
P. Manuel Martínez Cano, m.C.R.