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Día de los Santos Inocentes: Entonces Herodes, viéndose burlado por los magos, se irritó sobremanera y mandó matar a todos los niños que había en Belén y en sus términos de dos años para abajo, según el tiempo que con diligencia había inquirido de los magos (Mt. 2, 16).
Herodes fue el primer rey, de la era de Cristo que mandó asesinar a niños inocentes. Después reyes y jefes de estado han mandado y ordenado que se cumplan las leyes abortistas emanadas de las cámaras y senados democráticos. Excepción valiente y honrosa del rey católico de Bélgica, Balduino, que se negó a firmar la satánica ley del aborto.
Hace años leí un artículo cuyo autor se quejaba amargamente de la destrucción producida por las guerras: obras de arte, edificios magníficos, laboratorios científicos, cultura. Me extrañó que no declinara ni una sola palabra de los millones de hombres muertos en los campos de batalla y en pacíficas ciudades como Hiroshima y Nagasaki.
Es verdad que se han dado guerras justas, por parte de uno de los contendientes, pero jamás debe recurrirse a la guerra sino después de haber agotado todos los medios pacíficos, porque son inmensas las minas físicas y morales que acumulan, sobre todo con los modernos medios bélicos de destrucción. No hay más que una razón justa de hacer la guerra: la injusticia sufrida (Francisco de Vitoria) ¡Nunca se puede justificar la guerra injusta!
No, demócratas, no jefes de Estado y reyes de este mundo: ¡Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente! (Beato Juan Pablo II en España). Las leyes abortistas son una declaración de guerra de los poderosos de este mundo contra los más inocentes de los inocentes: los niños y niñas que viven plácidamente en las entrañas de sus madres. La vida de un solo niño vale más que todas las constituciones democráticas de este mundo descristianizado y satanizado. A los que pequen, repréndelos públicamente, para que los demás escarmienten (Tim. 5, 3-25).
P. Manuel Martínez Cano, mCR
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