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1 -¿ Cuál es la característica de la economía liberal?
Responde a toda la ideología liberal considerar que la libertad siempre es buena, justa y aceptable. Adam Smith nos presenta el «sano egoísmo individual» como el resorte máximo de toda la economía. Entonces, la economía, para los liberales no tiene límite alguno, ética ni regulación que no sea el progreso indefinido y la aplicación de la ley de la oferta y la demanda. La economía liberal se desarrolla a raíz de la Revolución Francesa, en 1789, en la que la ley Le Chapelier (1791) disuelve la organización económica de los gremios. Añádase a esto el invento de la máquina de vapor por Watt (1736-1819), que transforma toda la producción con la nueva técnica. Desaparecen los talleres pequeños, y la ley de la oferta y la demanda concentra en pocas manos los resultados del maquinismo. Materialmente fue un gran progreso, pero la desaparición del sentido cristiano de la vida pública origina que el industrialismo suprima todas las defensas de las instituciones existentes entre el obrero y el empresario, y sin asociaciones, la masa obrera queda desamparada, convirtiéndose en proletariado. El slogan del liberalismo económico es el famoso «laissez faire, laissez passer», o sea, que los liberales afirman que los males de la libertad se curan intervención. El resultado es la lucha de clases.
2 -Pero, ¿capitalismo no es igual a propiedad privada?
Hay muchos equívocos en torno del concepto preciso del capitalismo. Si por capitalismo entendemos la propiedad privada legítimamente adquirida por el trabajo acumulado, la herencia, la compraventa, no habría cuestión. La propiedad privada adquirida honestamente es de derecho natural y es una injusticia suprimirla. Tampoco es condenable el capitalismo en cuanto supone la personalidad empresarial y el régimen de salario, aplicado con las exigencias que la justicia importa.
3 -¿Cuándo el capitalismo es condenable e inadmisible para un católico?
Repetimos: Capitalismo como expresión de propiedad privada es lícito y deseable si la propiedad está hecha a medida humana. Y también como sistema de capital y trabajo, es una fórmula positiva. Pablo VI nos descubre el capitalismo liberal que hemos de rechazar: «Por desgracia, sobre estas nuevas condiciones de la sociedad -(la revolución industrial)-, ha sido construido un sistema que considera el provecho como motor esencial del progreso económico, la concurrencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones sociales correspondientes. Este liberalismo sin freno, que conduce a la dictadura, justamente fue denunciado por Pío XI como generador de EL IMPERIALISMO INTERNACIONAL DEL DINERO. No hay mejor manera de reprobar tal abuso que recordando solemnemente una vez más que la economía está al servicio del hombre» («Populorum Progressio», 26).
4 -La revolución industrial, la maquinaria, ¿han sido, pues, desgracias para el hombre y para el obrero en particular?
No, todo progreso material iluminado por la moral cristiana, es cosa de alabar. Pablo VI lo explica así:
«Si es verdad que un cierto capitalismo ha sido la causa de muchos sufrimientos, de injusticias y luchas fraticidas, cuyos efectos duran todavía, sería injusto que se atribuyera a la industrialización misma los males que son debidos al nefasto sistema que la acompaña. Por el contrario, es justo reconocer la aportación irreemplazable de la organización del trabajo y del progreso industrial a la obra del desarrollo» («Populorum Progressio», 26). La expansión industrial y el progreso técnico son nobles y merecen todos los aplausos. Lo que ha estropeado el uso de estos avances ha sido el liberalismo. O sea, entender que el dinero se puede ganar de cualquier manera, sin moral ni freno, y enfrentando al patrono y al obrero en una lucha desigual, que produjo los jornales de hambre, la explotación, el despido en la ancianidad, la carencia de leyes sociales, y por reacción, la violencia y el odio entre las clases sociales.
