Libro Segundo
EXHORTACIÓN A LA VIDA INTERIOR
Capítulo 9
Del carecer de todo consuelo (II)
5. Por esto decía uno cuando tenía presente la gracia: «Yo dije en mi abundancia: No seré movido para siempre» (Sal 29,7). Pero ausente la gracia, añade lo que experimentó en sí, diciendo: «Apartaste de mí tu rostro y fui lleno de turbación» (Sal 30,8).
Mas, por cierto, entre estas cosas no desespera, sino con mayor instancia ruega a Dios y dice: «A ti, Señor, llamaré, y a mi Dios rogaré» (Sal 29,9). Y al fin alcanza el fruto de su oración, y confía ser oído, diciendo: «Oyóme el Señor y tuvo misericordia de mí; el Señor es hecho mi ayudador» (Sal 29,11).
¿Mas, en qué? «Volviste -dice- mi llanto en gozo y cercásteme de alegría» (Sal 29,12).
Y si así se hizo con los grandes santos, no debemos nosotros, enfermos y pobres, desconfiar si a veces estamos en fervor, y a veces tibios y fríos.
Porque el espíritu se viene y se va según la divina voluntad.
Por eso dice el bienaventurado Job: «Visítasle en la mañana, y súbitamente le pruebas» (Job 7,18).
6. Pues, ¿sobre qué puedo esperar, o en quién debo confiar, sino solamente en la gran misericordia de Dios y en la esperanza de la gracia celestial?
Pues aunque esté cercado de hombres buenos, o de hermanos devotos, o de amigos fieles, o de libros santos, o de tratados lindos, o de cantos suaves e himnos, todo aprovecha poco y tiene poco sabor cuando soy desamparado de la gracia, y dejado en mi propia pobreza.
Entonces no hay mejor remedio que la paciencia, y negándome a mí mismo, ponerme en la voluntad de Dios.
7. Nunca hallé hombre tan religioso y devoro que alguna vez no tuviese ausencia de la consolación divina o sintiese disminución del fervor.
Ningún santo fue tan altamente arrebatado y alumbrado que antes o después no haya sido tentado.
Pues no es digno de la alta contemplación de Dios el que no es por Dios ejercitado en alguna tribulación.
Porque suele ser la tentación precedente señal que vendrá la consolación.
Que a los probados en tentación es prometida la consolación celestial.
«Al que venciere -dice-, daré a comer del árbol de la vida» (Ap 2,7).
8. Dase la divina consolación para que el hombre sea más fuerte para sufrir las adversidades.
Y también se sigue la tentación, porque no se ensoberbezca del bien.
El demonio no duerme, y la carne no está aún muerta; por esto no ceses de prepararte a la batalla. A la diestra y a la siniestra están los enemigos, que nunca descansan.