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DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Motivos de esta perfecta consagración
180. Si algún crítico que esto lea creyese que hablo aquí con exageración, ¡ay!, es que no me entiende, ya porque es hombre carnal, que no gusta para nada de las cosas del espíritu, ya porque es del mundo, el cual no puede recibir el Espíritu Santo, o ya también porque es orgulloso y crítico, que condena o desprecia todo lo que no entiende. Pero las almas que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios y de María, me comprenden y gustan, y para ellas escribo esto (Jn. 14,17; 1,13).
181. Sin embargo, para unos y para otros digo, volviendo al asunto que he interrumpido, que siendo la divina María la más noble y la más generosa de las puras criaturas, jamás se deja vencer en amor y liberalidad, y, como dice un santo devoto por un huevo te da un buey («pour un oeuf, Elle donne un boeuf»); es decir, por poco que se le dé, da Ella en retorno mucho de lo que ha recibido de Dios; y, por consiguiente, si un alma se da a Ella sin reserva, poniendo en Ella toda su confianza sin presunción, trabajando cuanto esté de su parte para adquirir las virtudes y domar sus pasiones, María se da también sin reserva a esta alma.
182. Digan, pues, atrevidamente con San Juan Damasceno, los fieles servidores de la Santísima Virgen: Si confío en Vos, ¡oh Madre de Dios!, seré salvo y defendido por Vos nada temeré; con vuestro auxilio combatiré a mis enemigos y los pondré en fuga, porque ser devoto vuestro es una prenda de salvación que Dios da a los que quiere salvar.
183. De todas las verdades que acabo de consignar respecto de la Santísima Virgen y de sus hijos y servidores, el Espíritu Santo nos ofrece en el libro del Génesis una figura admirable en la historia de Jacob, quien recibió la bendición de su padre Isaac por la diligencia e industria de Rebeca, su madre. Vedla tal como el Espíritu Santo la refiere; por mi parte añadiré luego algunas explicaciones.
184. Habiendo vendido Esaú a Jacob su derecho de primogenitura, Rebeca, madre de ambos hermanos, a quienes Isaac amaba tiernamente, le aseguró esta prerrogativa muchos años después, en virtud de un acto de santa destreza llena de misterio. Sintiéndose ya muy viejo Isaac y deseando bendecir a sus hijos antes de morir, llamó a su hijo Esaú, a quien amaba, y le encargó que fuese a cazar alga que comer para bendecirle en seguida. Rebeca puso inmediatamente en conocimiento de Jacob lo que pasaba, y le ordenó que fuese en busca de dos cabritos del rebaño. Cuando los hubo entregado a su madre, ésta preparó para Isaac un manjar que sabía le gustaba, vistió a Jacob con las ropas de Esaú, que ella guardaba, y cubrió sus manos y su cuello con la piel de los cabritos, a fin de que su padre, que estaba ciego, pudiese, al oír las palabras de Jacob, creer, siquiera por el vello de las manos, que era Esaú.
Isaac, sorprendido con el timbre de aquella voz que le hacía creer que era la de Jacob, le hizo aproximarse, y al tocar el pelo de las pieles con que se había cubierto las manos, dijo que verdaderamente la voz era la de Jacob, pero que las manos eran las de Esaú. Después que comió y sintió, al besar a Jacob, el olor de sus perfumados vestidos, le bendijo y le deseó el rocío del cielo y la fecundidad de la tierra; le hizo señor de sus hermanos, y dio fin a su bendición con estas palabras: «Aquel que te maldijere, sea maldito, y el que te bendiga, sea colmado de bendiciones».
No bien acabó de hablar Isaac, cuando entra Esaú trayendo para comer lo que había cazado, para que su padre le bendijese en seguida. El santo Patriarca se sorprende con increíble asombro, cuando comprendió lo que acababa de pasar; más lejos de retractar lo que había hecho, al contrario, lo confirmó, porque distinguía sensiblemente el dedo de Dios en este proceder. Esaú entonces lanza bramidos, como nota la Sagrada Escritura; acusa de engañador a su hermano, y pregunta a su padre si no tenía más que una bendición; en lo cual era, como advierten los Santos Padres, la imagen de los que, hallando fácil aliar a Dios con el mundo, quieren gozar a la vez los consuelos del cielo y los goces de la tierra. Isaac, enternecido con los gritos de Esaú, lo bendijo, al fin, pero con bendición de la tierra, sujetándolo a su hermano, lo cual hizo concebir a Esaú un odio tan envenedado contra Jacob, que no esperaba más que la muerte de su padre para matarle; y Jacob no hubiera podido evitar la muerte si su amada madre Rebeca no hubiese acudido a su seguridad con la solicitud y los buenos consejos que le dio, y que él aprovechó.