Capítulo 10
Que se ha de cercenar la demasía en las palabras
1. Excusa cuanto pudieres el ruido de los hombres; pues mucho estorba el
tratar de las cosas del siglo, aunque se digan con buena intención.
Porque presto somos amancillados y cautivos de la vanidad.
Muchas veces quisiera haber callado y no haber estado entre los hombres.
Pero, ¿cuál es la causa que tan de gana hablamos y platicamos unos con otros, viendo cuán pocas veces volvemos al silencio sin daño de la conciencia?
La razón es que por el hablar, buscamos ser consolados unos de otros y deseamos aliviar el corazón fatigado de pensamientos diversos.
Y de muy buena gana nos detenemos en hablar y pensar de las cosas que amamos o sentimos adversas.
Mas, ¡ay dolor!, que muchas veces sucede vanamente y sin fruto; porque esta exterior consolación es de gran detrimento a la interior y divina.
2. Por eso, velemos y oremos, no se nos pase el tiempo en balde.
Si puedes y conviene hablar, sean cosas que edifiquen.
La mala costumbre y la negligencia de aprovechar ayudan mucho a la poca guarda de nuestra lengua.
Pero no poco servirá para nuestro espiritual aprovechamiento la devota plática de cosas espirituales, especialmente cuando muchos, de un mismo espíritu y corazón se juntan en Dios.
Capítulo 11
Cómo se debe adquirir la paz y del celo de aprovechar
1. Mucha paz tendríamos si en los dichos y hechos ajenos que no nos pertenecen no quisiésemos meternos.
¿Cómo puede estar en paz mucho tiempo el que se entremete en cuidados ajenos, y busca ocasiones exteriores, y dentro de sí poco o tarde se recoge?
Bienaventurados los sencillos, porque tendrán mucha paz.
2. ¿Cuál fue la causa por que muchos de los santos fueron tan perfectos y contemplativos?
Porque se esforzaron en mortificar totalmente todo deseo terreno; y por eso pudieron con lo íntimo del corazón allegarse a Dios y ocuparse libremente en sí mismos.
Nosotros nos ocupamos mucho con nuestras pasiones, y tenemos demasiado cuidado de lo transitorio.
Y también pocas veces vencemos un vicio perfectamente, ni nos alentamos para aprovechar cada día, y por esto nos quedamos tibios y aun fríos.
3. Si estuviésemos perfectamente muertos a nosotros mismos, y en lo interior desocupados, entonces podríamos gustar las cosas divinas y experimentar algo de la contemplación celestial.
El impedimento mayor y total es que no somos libres de nuestras inclinaciones y deseos, ni trabajamos por entrar en el camino perfecto de los santos.
Y también cuando alguna adversidad se nos ofrece, muy presto nos desalentamos y nos volvemos a las consolaciones humanas.
4. Si nos esforzásemos más en pelear como fuertes varones, veríamos sin duda la ayuda del Señor que viene desde el cielo sobre nosotros. Porque dispuesto está a socorrer a los que pelean y esperan en su gracia, y nos procura ocasiones de pelear para que alcancemos la victoria.
Si solamente en las observancias de fuera ponemos el aprovechamiento de la vida religiosa, presto se nos acabará la devoción.
Mas pongamos la segur a la raíz, porque, libres de las pasiones, poseamos pacíficas nuestras almas.
5. Si cada año desarraigásemos un vicio, presto seríamos perfectos.
Mas ahora, al contrario, muchas veces experimentamos que fuimos mejores y más puros en el principio de nuestra conversión que después de muchos años de profesos.
Nuestro fervor y aprovechamiento cada día debe crecer; mas ahora ya nos parece mucho conservar alguna parte del primer fervor.
Si al principio hiciésemos algún esfuerzo, podríamos después hacerlo todo con facilidad y gozo.
6. Grave cosa es dejar la costumbre; pero más grave es ir contra la propia voluntad.
Mas si no vences las cosas pequeñas y ligeras, ¿cómo vencerás las dificultosas?
Resiste en los principios a tu inclinación y deja la mala costumbre, porque no te lleve poco a poco a mayor dificultad.
¡Oh, si mirases cuánta paz a ti mismo y cuánta alegría darías a los otros rigiéndote bien, yo creo que serías más solícito en el aprovechamiento espiritual!