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En primera hora del jueves santo, Mercedes voló al Cielo, con la mano fuertemente entrelazada de su marido, Pablo. Mercedes pasó por este mundo incontaminada, limpia, pura. Era un alma elegida por Dios para reparar los pecados de la humanidad y consolar al Sagrado Corazón de Jesús nuestro Rey y Señor.
Su máxima espiritual, su ideal permanente era: “Lo importante es salvar almas y consolar a Jesús, nuestro Señor”. Se lo oí decir infinidad de veces.
Conocí a Mercedes cuando tenía 12 años, niña piadosa, sencilla, alegre. Adolescente católica, cooperaba en las actividades parroquiales. Joven militante de la Unión Seglar de San Antonio María Claret; fidelísima a la enseñanza del P. José María Alba Cereceda, S.J. Santa Misa, oración y rosario diarios; reunión de revisión de vida semanal; retiro y Cenáculo mensual; Ejercicios Espirituales ignacianos, cada año. Contrajo matrimonio con Pablo y siempre se les vio muy unidos durante 32 años. Delegados de la buena prensa, plantaban sus mesas con libros, rosarios, estampas, calendarios, casetes, Ave María en las parroquias y en las actividades de la Unión Seglar.
El cáncer entró en su vida hace dos años y dos meses, una operación, sesiones de quimioterapia, continuos ingresos en el hospital. Pablo decidió dejar el trabajo para cuidar a Mercedes. Se ofrecieron como sacristanes al Mossén de la parroquia y también vendían libros, rosarios, estampas a la entrada de la Iglesia.
Su último ingreso en el hospital fue hace un mes y medio. Los médicos decían que le quedaban pocos días de vida, que se prolongaron más de lo previsto. Tanto médicos como enfermeras, estaban admirados de la serenidad y paz de Mercedes. Siempre que le preguntaban contestaba lo mismo: estoy bien. «Nunca hemos visto un caso igual», decían médicos y enfermeras. Y es que Mercedes había aprendido muy bien en los Ejercicios Espirituales que todo viene de Dios: “salud o enfermedad, riqueza o pobreza, vida larga o corta”: Murió a los 53 años.
Pablo no dejó sola a Mercedes ni de noche ni de día. Varias veces me dijo: “nunca he sentido tanta paz, gozo y alegría acompañando a mi esposa, Mercedes es un regalo divino”. El rostro deformado por la enfermedad, transmitía su intensa vida sobrenatural a raudales, anticipo de la eterna felicidad del Cielo, de la que creemos ya participa. Dios, Padre Todopoderoso y misericordioso, no le ahorró dolores físicos y sufrimientos espirituales para llevársela consigo a su Reino eterno.
P. Manuel Martínez Cano mCR